Cuando se habla de compromiso social del cristiano y de la Iglesia como
conjunto se pueden distinguir tres niveles o formas, que son aplicables también
a la acción de toda persona o institución, independientemente de convicciones o
confesiones. Se trata de la siguiente tríada: asistencia, promoción y cambio
sociales.
Aquí en Venezuela se podría dar
nombres de venezolanos a esos modos de compromiso social: en lo asistencial,
Padre Santiago Machado y Madre Emilia de
San José, fundadores de la primera congregación religiosa nacida en Venezuela,
Hermanitas de los Pobres de Maiquetía; en lo promocional, Padres Emilio Blaslov
y José María Vélaz -compatriotas por adopción-, fundadores, respectivamente, de la
Asociación de Promoción de la Educación Popular (APEP) y Fe y Alegría; en materia de cambio social,
Dr. Arístides Calvani, fundador del IFEDEC (Instituto Internacional de
Formación Demócrata Cristiana).
La asistencia social atiende a personas en situación de particular
carencia en alimentación, salud, alojamiento y otras necesidades básicas. Una
vez Jesús con ocasión de cierto homenaje que se le rindió, dijo a sus
discípulos: “pobres tendrán siempre con ustedes” (Mt 26, 11). En toda sociedad
habrá prójimos que, no obstante todos los servicios que aquélla pueda ofrecer,
requerirán en una u otra forma, una especial ayuda material o espiritual. Es lo
que llevó a la Madre Teresa a los barrios de Calcuta y lo que hoy ofrecen los
albergues de misericordia y ollas solidarias. L´abbé Pierre, que en la
inmediata postguerra iba al encuentro de menesterosos en los arrabales de
París, una vez les dijo a ciertos críticos sociales, que él no iba a esperar la
modificación de leyes en el Parlamento francés para dar de comer a un
hambriento que le alargaba la mano. Cáritas es bastante experta en estos
menesteres asistenciales. En Venezuela, el estado desastroso en que se
encuentra el país urge una particular intervención de sentido humanitario.
La promoción social responde a la necesidad de procurar que la gente
salga de sus necesidades por medios propios, a través de la formación y las
oportunidades de trabajo que se le ofrezcan. Es el “enseñar a pescar”. En este campo los salesianos y el Instituto
Venezolano de Capacitación de la Iglesia (INVECAPI) tienen muchas historias que
contar.
Lo relacionado con el cambio social nos introduce de lleno en la esfera
política y cultural. Se trata de macro restructuraciones con miras a una “nueva
sociedad”, a la altura de la dignidad del ser humano y sus derechos
fundamentales. Es el campo de reconstrucción
del tejido social en perspectiva de la justicia y la solidaridad, la
libertad y la paz, el desarrollo y la liberación integrales. No se trata sólo
de superar marginaciones y exclusiones, sino de edificar una convivencia de
progreso compartido, de genuino pluralismo, de calidad ético-cultural. El
hablar de “nueva sociedad” no significa pensar en una organización perfecta
como final de la historia, sino en una realidad humana siempre perfectible. Los
creyentes no nos ilusionamos con sujetos y estructuras ideales -paraísos
terrenos- sino que pensamos en personas y sociedades que tienden a la verdad y
al bien, pero que están siempre tentadas y amenazadas por los “pecados capitales”.
EL progreso socio-ético-cultural de la humanidad no marcha al mismo paso que el
científico-tecnológico
Teniendo presente lo anterior, resulta obvio que la crisis actual del
país debe ser abordada desde los varios ángulos que plantea una antropología
integral. Al desastre hemos llegado por fallas económicas, políticas y
ético-culturales y la solución no puede abstraerse de una tal complejidad. Es
así como un cambio del actual régimen con su proyecto comunista es
indispensable, pero no significa la solución de la problemática nacional, que
es pluridimensional. La recomposición de la economía y la
reinstitucionalización de la libertad y la igualdad políticas deben ir
acompañadas de una reeducación en otros valores superiores, que son del orden
de la ética y la espiritualidad. Ya en la tragedia griega se tuvo la persuasión
de que poco valen las naves y los castillos si no hay seres humanos en ellos.