Con diciembre vinieron, por una parte, el evento de votación del 6 – calificado oficialmente de “elección” - el cual, según lo había advertido el Episcopado venezolano en Mensaje del pasado 15 de octubre: “lejos de contribuir a la solución democrática de la situación política que hoy vivimos, tiende a agravarla y no ayudará a resolver los verdaderos problemas del pueblo”. Por la otra, la Consulta Popular con preguntas dirigidas al “soberano”, a fin de que éste decidiese sobre la continuidad o no del Régimen y el camino a seguir. Expresión dual de un país profundamente dividido.
En efecto, en repetidas
oportunidades me he referido a la Venezuela actual como un país esquizofrénico:
dualidad de imágenes y de poderes, vías paralelas o contrapuestas que
neutralizan la marcha positiva de la nación y la descalifican en el concierto
internacional.
Los Obispos de Venezuela no se
han quedado en medias tintas a la hora del análisis de la situación y de propuestas
para salir del desastre: de modo reiterado han denunciado causas y ofrecido
respuestas, no soluciones que no les corresponde. Valga al respecto una cita de
lo dicho en documento de julio 2019 y reproducido en otro del 10 de enero de
este año: “Ante la realidad de un gobierno ilegítimo y fallido, Venezuela clama
a gritos un cambio de rumbo, una vuelta a la Constitución. Ese cambio exige la
salida de quien ejerce el poder de forma ilegítima y la elección en el menor
tiempo posible de un nuevo presidente de la República. Para que sea realmente
libre y responda a la voluntad del pueblo soberano, dicha elección postula
algunas condiciones indispensables tales como: un nuevo Consejo Electoral
imparcial, la actualización del Registro Electoral, el voto de los venezolanos
en el exterior y una supervisión de organismos internacionales…igualmente el
cese de la Asamblea Nacional Constituyente”.
Las tres preguntas de la reciente
Consulta Popular han ido en esa dirección reconstitucionalizadora y
redemocratizante. El núcleo y horizonte de las mismas ha sido: realización de
elecciones presidenciales y parlamentarias libres.
Como una idea fija he venido recalcando
que, especialmente en situaciones de gravísima crisis nacional como la que
confrontamos, el único que debe y puede definir el rumbo del país es el “soberano”
(CRBV 5). No una persona, un partido, un grupo, otro Estado o determinada institución.
El pueblo todo, con su poder constitucional, supraconstitucional, originario,
es el llamado a definir, de modo libre e imperativo, el rumbo y la suerte de la
nación. Añadiría que esto adquiere especial relieve cuando el tejido ético-político-jurídico
nacional aparece enmarañado y en determinados problemas dificulta o
imposibilita el llegar a consensos respecto de lo
constitucional/inconstitucional, legal/ilegal, legítimo/ilegítimo. Sin olvidar
que el foro se vuelve un batiburrillo cuando “la Revolución” pretende establecerse
como norma suprema (norma normans) de ese tejido, columna vertebral de
la conciencia cívica y de la convivencia social.
¿Puede entonces escandalizar, extrañar,
sorprender que se apele al “soberano” cuando éste es el único a quien le
compete tener la última palabra en situaciones como la presente venezolana? ¿No
se corresponde una elección por parte del soberano (a diferencia de lo ocurrido
el pasado día 6 y por eso ampliamente desconocida) con lo que la comunidad
internacional espera como salida pacífica, constructiva, constitucional, democrática,
a la crisis que sufre nuestro desvencijado y comatoso país?
Esto es lo que todo el Episcopado
nacional suscribió el 15 de octubre 2020 y que en estos momentos cobra
trascendental relieve, constituyendo un ineludible desafío histórico: “La
voluntad mayoritaria del pueblo venezolano es dilucidar su futuro político a
través de la vía electoral. Esto implica una convocatoria a una auténticas
elecciones parlamentarias y elecciones presidenciales con condiciones de
libertad a igualdad para todos los participantes, y con acompañamiento y
seguimiento de organismos plurales”.
Este planteamiento lo hizo el
Episcopado, no en perspectiva primariamente política, sino, fundamentalmente,
ético-religiosa, plenamente enmarcada en su misión evangelizadora.
El entrante 2021 debemos
enfrentarlo y configurarlo como el año inicial del proceso de reencuentro, reconciliación
y reconstrucción nacionales; como el despegue efectivo hacia la liberación y
desarrollo integral de este país, que Dios nos ha regalado con un gran
potencial, físico y ante todo humano, para ponerlo al mejor servicio de nuestro
pueblo y de la solidaridad y la paz de la comunidad internacional.
Uno clava un clavo. No una tabla.
El clavo a clavar en este 2021 venezolano es: elecciones presidenciales y
parlamentarias libres, bajo supervisión internacional.