Hablar de evangelización de la cultura entraña manejar dos categorías de carácter totalizante. Evangelización, que integra todo lo relativo a la misión de la Iglesia en el mundo. Y cultura, que, en su acepción más amplia, abarca todo el quehacer humano.
El Concilio Plenario de Venezuela
(2000-2006), cuyo inicio coincidió significativamente con el del presente siglo-milenio,
aprobó entre sus diez y seis documentos, uno titulado así: Evangelización de
la cultura en Venezuela. Su contenido tiene que ver, como es de esperar,
con el conjunto de la obra conciliar.
La acepción amplia del término cultura
que asumimos aquí, se contrapone particularmente a una bastante corriente de
tipo sectorial, que la restringe al ámbito de las bellas artes y a lo más
cultivado o refinado del quehacer ético-espiritual humano. Es el sentido que se
utiliza, por ejemplo, al designar a una persona como culta. El significado más
inclusivo lo privilegió la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II y lo
desarrolló de modo orgánico la III Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano (Puebla 1979). En esta línea se ubica el referido documento
conciliar venezolano, el cual entiende por cultura toda la actividad del
ser humano, su tejido relacional, el estilo de su convivencia, los valores y
estructuras de su construcción societaria. Es así como cultura arropa
los ámbitos económico y político como también un tercero, que se pudiera
denominar ético-cultural y comprende desde lo ecológico hasta lo religioso.
Lo cristiano y lo eclesial no se
reduce así a una adhesión intelectual o a una praxis cultual, ni se restringe a
un ámbito privado o simplemente religioso, sino que tiende a impregnar la
totalidad del ser y del quehacer humanos, la globalidad de la praxis secular,
mundana. La entera triple relacionalidad (con la naturaleza, con el otro, con
Dios). La cultura, en cuanto concierne grupos humanos con sus espacios y
tiempos, sus matices y pluralidad, se concreta en culturas.
Hay dos frases de sendos papas
del siglo pasado que pueden considerarse emblemáticas en esta materia. La
primera, de Juan Pablo II: “La síntesis entre cultura y fe no es sólo una
exigencia de la cultura, sino también de la fe (…) Una fe que no se hace
cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente
vivida” (Carta constitutiva del Pontificio Consejo para la Cultura, 20. 5.
1982). La otra es de Pablo VI: (…) lo que importa es evangelizar -no de una
manera decorativa, como con un barniz superficial, sino de manera viva en
profundidad y hasta sus mismas raíces – la cultura y las culturas del hombre”
(Exhortación La evangelización del mundo contemporáneo, 8. 12. 1975). La
fe es-ha de ser conversión vital, realidad existencial transformadora también
del entero tejido relacional humano; está llamada a transformar la política y
la economía no desde fuera, limitándose a bendecir sedes bancarias y casas de
partidos, sino orientando desde dentro lo político y lo económico hacia la
construcción de una nueva sociedad. El doctor José Gregorio Hernández es
un buen ejemplo de evangelizador de la cultura: unió investigación científica y
práctica sacramental, militancia académica y actividad curativa humanizante,
reflexión filosófica y compartir con los pobres.
Evangelizar la(s) cultura(s) es
una tarea de tipo dialogal; implica, en efecto, tanto aportar valores y
perspectivas (iluminación y transformación desde el evangelio), como recibirlos
(inculturando la doctrina y la praxis cristiana); igualmente postula un trabajo
conjunto abierto, aprovechando los distintos círculos de coincidencia de
confesiones y convicciones hacia el mayor bien común posible y consciente de la
voluntad salvífica universal (ver 1Tm 2, 3-5). Esto plantea un compromiso en
permanente renovación, dada la historicidad de lo humano y del plan salvador de
Dios.
La fe se da (encarna) en la(s)
cultura (s), si bien no se identifica con ninguna y ha de ser instancia crítica
con respecto a cada una. La evangelización de la cultura, obligante para la
Iglesia en su conjunto y los cristianos singularmente tomados, es imperativo
peculiar para los laicos, que se identifican propiamente por su presencia
transformadora de las realidades temporales.
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