El nombre del nuevo Papa estimula un vigoroso relanzamiento de la Doctrina
Social de la Iglesia (DSI) a un siglo y cuarto de la encíclica Rerum Novarum
de León XIII, en estos nuevos tiempos, no ya de revolución industrial y amontonamiento
obrero en fábricas, sino de emergentes desafíos culturales y de inteligencia
artificial en oficinas. El fin de dicha doctrina, sin embargo, sigue siendo el
mismo: lograr un genuino humanismo en la
polis.
De la entraña de la Iglesia y siguiendo el cambiante devenir histórico ha
venido surgiendo un tejido de enseñanzas acerca de la convivencia humana hacia
un horizonte de valores como libertad y justicia, solidaridad y paz. El nombre
acuñado para ese conjunto se ha concretado en DSI. Veamos un tanto el
significado de estos términos.
Lo de doctrina expresa la conjugación de sólidos valores humanos y
cristianos en una propuesta abierta, que no se estanca en formulación ideológica
cerrada, ni se dirige en exclusividad a una determinada audiencia; lo de social
porque comprende múltiples elementos de la entera tríada económica- política-ético
cultural; lo de Iglesia identifica su origen primario, pero en amplia
apertura en cuanto a fuentes y destinatarios. Se define como oferta servicial
abierta, apta para el diálogo y la cooperación de grupos y pueblos. Lo
específico cristiano se entiende como perfeccionamiento de lo humano y no como forzado
complemento religioso. Así el imperativo de construir corresponsablemente una
sociedad terrena digna se interpreta, no como un añadido restringido para creyentes,
sino como digna preparación de la polis celestial según el mandamiento
máximo del amor. La esperanza de lo supra temporal fundamenta y refuerza el
compromiso humano general por una “nueva sociedad”. Desde la fe, las dos ciudadanías,
mundana y trascendente, están en íntima conexión.
La formación en DSI no es optativa para al cristiano y su Iglesia. El
mandamiento del amor no se agota en el relacionamiento persona-persona, sino que
se amplía como corresponsabilidad y solidaridad en correspondencia a la auténtica
socialidad del ser humano y al carácter comunional del plan de Dios sobre la
historia. La DSI no es, por tanto, materia electiva para la Iglesia. El
cristiano y su comunidad son necesariamente políticos ya que el amor
evangélico ha de tomar cuerpo en la polis y visibilizarse en derechos
humanos, bien común, progreso compartido, calidad cultural. Tentación
amenazante siempre es la de interpretar y vivir la fe en sentido verticalista,
intimista, “espiritualista” para hacerse acreedor del conocido reproche de
“opio del pueblo”. La santidad cristiana, como la de José Gregorio Hernández,
es de pies en tierra.
Esta es la razón por qué el Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006), la
asamblea operativa más importante de la Iglesia en este país durante sus
quinientos años, se ocupó de la “contribución de la Iglesia a la gestación de
una nueva sociedad” y de la acción transformadora del evangelio en la cultura.
Produjo así dos documentos (3º y 13º), no simplemente reflexivos, sino también
operativos, gracias a la metodología seguida del ver-juzgar-actuar. Estos
trabajos -disponibles en Internet en lugar destinado al Concilio- conforman un
verdadero “manual “criollo” en la materia; es obvio que ellos exigen una
actualización en materia tan dinámica (pensemos en novedades como las ideológico-políticas
del Socialismo del Siglo XXI y las antropológicas woke y género, así
como en las agendas globalistas), pero el grueso de las formulaciones permanece
válido.
En medio de las crisis contemporáneas, abundosas en revoluciones e
involuciones, la DSI ofrece un material consistente, ágil y renovado, a la hora
de pensar y actuar un humanismo integral, atento a la
pluridimensionalidad del hombre y la complejidad de su devenir histórico.
La misión evangelizadora de la Iglesia, el mandamiento máximo del amor y la
fidelidad a Dios Unitrino obligan a los cristianos y su comunidad en el
peregrinar histórico a contribuir seriamente en la construcción de una nueva
sociedad, como ámbito político de libertad, justicia, paz y espiritualidad genuinas.