lunes, 25 de agosto de 2025

JOSE GREGORIO EN LOS ALTARES

 

    Elevado a los altares es una expresión que simboliza el reconocimiento oficial de la Iglesia con respecto a la santidad de uno de sus miembros, considerándolo ciudadano ya de la polis celestial.

    El santo es venerado en la comunidad eclesial bajo diversas formas y por diversos motivos. En la devoción popular predomina el aspecto de la intercesión, en cuanto por su peculiar cercanía a Dios consigue favores, cosa que en el caso de José Gregorio resalta en cuanto a consuelo y curaciones. Otro aspecto que la Iglesia destaca es el ejemplar. Al santo se lo propone como modelo, no sólo para la admiración sino para la imitación. En este sentido la hagiografía ofrece una muy rica variedad, tanto por las características de los santos, como también por la variedad de devotos. De éstos tenemos desde religiosas contemplativas como Teresita del Niño Jesús hasta gobernantes de alto vuelo como el mártir Tomás Moro, patrono de los políticos. Bastante cercanos en el tiempo son la judía filósofa Edith Stein, quemada en Auschwitz por el nazismo y el muchacho italiano Carlos Acutis, programador de informática.   

    Actitud no tan corriente, como la de pedir un favor a los santos, es la de sentirse interpelados por ellos en las propias circunstancias y exigencias de vida. Los creyentes olvidamos fácilmente que estamos llamados no a una mediocridad de fe y entrega, sino a una total fidelidad de amor a Dios y al prójimo.  Una información que no sobra es la de que hoy en día hay muchos lugares en el mundo en los que el mantener la fe y la práctica cristianas es inscribirse en la lista de posibles mártires. Y de que el ambiente cultural contemporáneo es permanente y grave desafío a una autenticidad ética, espiritual. Un agudo teólogo contemporáneo dijo que en el presente siglo el cristiano será místico o no será cristiano.

    Hace algunas semanas surgió el planteamiento de “Canonización sin presos políticos”, en vista a la próxima elevación a los altares de los compatriotas José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, especialmente del primero (desiderátum y exigencia comprensibles en la actual circunstancia nacional). Ciertamente celebraciones como la exaltación de un cristiano genuino no pueden quedarse en fiesta -legítima y obligante, ciertamente-, sino que también implica recoger de modo consciente y responsable la exigencia de autenticidad que plantea a los celebrantes.  

    Al hablar de canonización estas líneas se refieren a los dos próximos santos, pero privilegian comprensiblemente a José Gregorio por su peculiar protagonismo público.

    Hay dos preguntas que nos pueden ayudar a interpretar adecuadamente la canonización en la actual coyuntura venezolana. ¿Qué país la celebra? ¿Qué país la debiera celebrar?

    Con respecto al primer interrogante, podría responderse con otra pregunta bien desafiante: ¿Es uno el país? Porque desde el poder no se lo reconoce uno. Se niega, de facto, la condición de ciudadanos venezolanos a quienes no comparten el alineamiento político-ideológico marxista del Socialismo del Siglo XXI, el cual contradice lo declarado en la Constitución sobre Venezuela como República democrática, pluralista. El drama de los presos-torturados políticos, la emigración forzada de la cuarta parte de la población y el robo del voto soberano, son bien dicientes.

    ¿Qué país la debiera celebrar? Uno que de veras realice el Preámbulo y los Principios Fundamentales de la misma Constitución. El que reclaman también los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la ONU el 10 de diciembre de l948.

     No como agregado marginal, sino como elemento substancial, se ha de recordar la condición cristiana católica mayoritaria del país, que a pesar de las incoherencias prácticas, entraña una identidad, una dignidad y una vocación, que no se pueden ignorar y las cuales plantean exigencias altas, positivas, estimulantes.

    La canonización es para la Iglesia motivo de alegre celebración, pero, al mismo tiempo,  serio reto para ser, en Cristo, signo e instrumento eficaz  de liberación y comunión en esta Venezuela oprimida y fracturada.

 

    

miércoles, 13 de agosto de 2025

MANUAL SOCIAL CRIOLLO

 

    El nombre del nuevo Papa estimula un vigoroso relanzamiento de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) a un siglo y cuarto de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, en estos nuevos tiempos, no ya de revolución industrial y amontonamiento obrero en fábricas, sino de emergentes desafíos culturales y de inteligencia artificial en oficinas. El fin de dicha doctrina, sin embargo, sigue siendo el mismo:  lograr un genuino humanismo en la polis.

    De la entraña de la Iglesia y siguiendo el cambiante devenir histórico ha venido surgiendo un tejido de enseñanzas acerca de la convivencia humana hacia un horizonte de valores como libertad y justicia, solidaridad y paz. El nombre acuñado para ese conjunto se ha concretado en DSI. Veamos un tanto el significado de estos términos.

    Lo de doctrina expresa la conjugación de sólidos valores humanos y cristianos en una propuesta abierta, que no se estanca en formulación ideológica cerrada, ni se dirige en exclusividad a una determinada audiencia; lo de social porque comprende múltiples elementos de la entera tríada económica- política-ético cultural; lo de Iglesia identifica su origen primario, pero en amplia apertura en cuanto a fuentes y destinatarios. Se define como oferta servicial abierta, apta para el diálogo y la cooperación de grupos y pueblos. Lo específico cristiano se entiende como perfeccionamiento de lo humano y no como forzado complemento religioso. Así el imperativo de construir corresponsablemente una sociedad terrena digna se interpreta, no como un añadido restringido para creyentes, sino como digna preparación de la polis celestial según el mandamiento máximo del amor. La esperanza de lo supra temporal fundamenta y refuerza el compromiso humano general por una “nueva sociedad”. Desde la fe, las dos ciudadanías, mundana y trascendente, están en íntima conexión.

    La formación en DSI no es optativa para al cristiano y su Iglesia. El mandamiento del amor no se agota en el relacionamiento persona-persona, sino que se amplía como corresponsabilidad y solidaridad en correspondencia a la auténtica socialidad del ser humano y al carácter comunional del plan de Dios sobre la historia. La DSI no es, por tanto, materia electiva para la Iglesia. El cristiano y su comunidad son necesariamente políticos ya que el amor evangélico ha de tomar cuerpo en la polis y visibilizarse en derechos humanos, bien común, progreso compartido, calidad cultural. Tentación amenazante siempre es la de interpretar y vivir la fe en sentido verticalista, intimista, “espiritualista” para hacerse acreedor del conocido reproche de “opio del pueblo”. La santidad cristiana, como la de José Gregorio Hernández, es de pies en tierra.  

    Esta es la razón por qué el Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006), la asamblea operativa más importante de la Iglesia en este país durante sus quinientos años, se ocupó de la “contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad” y de la acción transformadora del evangelio en la cultura. Produjo así dos documentos (3º y 13º), no simplemente reflexivos, sino también operativos, gracias a la metodología seguida del ver-juzgar-actuar. Estos trabajos -disponibles en Internet en lugar destinado al Concilio- conforman un verdadero “manual “criollo” en la materia; es obvio que ellos exigen una actualización en materia tan dinámica (pensemos en novedades como las ideológico-políticas del Socialismo del Siglo XXI y las antropológicas woke y género, así como en las agendas globalistas), pero el grueso de las formulaciones permanece válido.        

    En medio de las crisis contemporáneas, abundosas en revoluciones e involuciones, la DSI ofrece un material consistente, ágil y renovado, a la hora de pensar y actuar un humanismo integral, atento a la pluridimensionalidad del hombre y la complejidad de su devenir histórico.

    La misión evangelizadora de la Iglesia, el mandamiento máximo del amor y la fidelidad a Dios Unitrino obligan a los cristianos y su comunidad en el peregrinar histórico a contribuir seriamente en la construcción de una nueva sociedad, como ámbito político de libertad, justicia, paz y espiritualidad genuinas.