Elevado a los altares es una expresión que simboliza el reconocimiento
oficial de la Iglesia con respecto a la santidad de uno de sus miembros,
considerándolo ciudadano ya de la polis celestial.
El santo es venerado en la comunidad eclesial bajo diversas formas y
por diversos motivos. En la devoción popular predomina el aspecto de la
intercesión, en cuanto por su peculiar cercanía a Dios consigue favores, cosa
que en el caso de José Gregorio resalta en cuanto a consuelo y curaciones. Otro
aspecto que la Iglesia destaca es el ejemplar. Al santo se lo propone como modelo,
no sólo para la admiración sino para la imitación. En este sentido la
hagiografía ofrece una muy rica variedad, tanto por las características de los
santos, como también por la variedad de devotos. De éstos tenemos desde
religiosas contemplativas como Teresita del Niño Jesús hasta gobernantes de
alto vuelo como el mártir Tomás Moro, patrono de los políticos. Bastante cercanos
en el tiempo son la judía filósofa Edith Stein, quemada en Auschwitz por el
nazismo y el muchacho italiano Carlos Acutis, programador de informática.
Actitud no tan corriente, como la de pedir un favor a los santos, es la de sentirse
interpelados por ellos en las propias circunstancias y exigencias de vida. Los
creyentes olvidamos fácilmente que estamos llamados no a una mediocridad de fe
y entrega, sino a una total fidelidad de amor a Dios y al prójimo. Una información que no sobra es la de que hoy
en día hay muchos lugares en el mundo en los que el mantener la fe y la
práctica cristianas es inscribirse en la lista de posibles mártires. Y de que
el ambiente cultural contemporáneo es permanente y grave desafío a una
autenticidad ética, espiritual. Un agudo teólogo contemporáneo dijo que en el
presente siglo el cristiano será místico o no será cristiano.
Hace algunas semanas surgió el planteamiento de “Canonización sin presos
políticos”, en vista a la próxima elevación a los altares de los compatriotas
José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, especialmente del primero (desiderátum
y exigencia comprensibles en la actual circunstancia nacional). Ciertamente
celebraciones como la exaltación de un cristiano genuino no pueden quedarse en fiesta
-legítima y obligante, ciertamente-, sino que también implica recoger de modo
consciente y responsable la exigencia de autenticidad que plantea a los
celebrantes.
Al hablar de canonización estas líneas se refieren a los dos próximos
santos, pero privilegian comprensiblemente a José Gregorio por su peculiar
protagonismo público.
Hay dos preguntas que nos pueden ayudar a interpretar adecuadamente la
canonización en la actual coyuntura venezolana. ¿Qué país la celebra? ¿Qué país
la debiera celebrar?
Con respecto al primer interrogante, podría responderse con otra pregunta
bien desafiante: ¿Es uno el país? Porque desde el poder no se lo reconoce uno.
Se niega, de facto, la condición de ciudadanos venezolanos a quienes no
comparten el alineamiento político-ideológico marxista del Socialismo del Siglo
XXI, el cual contradice lo declarado en la Constitución sobre Venezuela
como República democrática, pluralista. El drama de los presos-torturados
políticos, la emigración forzada de la cuarta parte de la población y el robo
del voto soberano, son bien dicientes.
¿Qué país la debiera celebrar? Uno que de veras realice el Preámbulo
y los Principios Fundamentales de la misma Constitución. El que reclaman
también los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
proclamada por la ONU el 10 de diciembre de l948.
No como agregado marginal, sino como elemento substancial, se ha de recordar la condición cristiana católica mayoritaria del país, que a pesar de las incoherencias prácticas, entraña una identidad, una dignidad y una vocación, que no se pueden ignorar y las cuales plantean exigencias altas, positivas, estimulantes.
La canonización es para la Iglesia motivo de alegre celebración, pero, al
mismo tiempo, serio reto para ser, en
Cristo, signo e instrumento eficaz de
liberación y comunión en esta Venezuela oprimida y fracturada.
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