lunes, 20 de octubre de 2025

SANTIDAD ES COMUNIÓN

 

    En 1979 tuvo lugar la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en México, conocida con la simple denominación de Puebla, por la ciudad en que se congregó. Dicha asamblea asumió como eje de sus trabajos e hilo conductor también de su documento final la categoría comunión, a la cual identificó como línea teológico-pastoral (LTP).

    Asumir una tal línea constituyó un verdadero descubrimiento dentro de la milenaria formulación doctrinal y práctica del mensaje cristiano. No se trató de una nueva afirmación teórica ni de una propuesta novedosa en el campo de la praxis. Se quiso pura y simplemente precisar una noción que articulase el conjunto teórico-operativo propio de la Iglesia.

    Dos décadas después, justo comenzando el nuevo siglo y milenio, la Iglesia en Venezuela celebró un Concilio Plenario (2000-2006) con ocasión de los 500 años de evangelización del país. Dicho concilio o sínodo nacional congregó, junto a los 45 obispos más de 200 representantes de los otros sectores eclesiales (laicado y vida consagrada). Por cierto que dicho concilio ha sido el único de ese tipo celebrado en la Iglesia universal en el presente siglo y milenio. Un elemento fundamental de esa asamblea conciliar fue precisamente el asumir la LTP de Puebla, comunión, y, más aún, definir técnicamente lo que entendía por una tal línea, lo cual hizo en los siguientes términos: “la noción o categoría, interpretativa y valorativa, que constituye el principio o eje unificador de lo que teológicamente se afirma y pastoralmente se propone” (Carta Pastoral Con Cristo, hacia la comunión y la solidaridad, 18).

    La LTP formulada por Puebla y asumida por el Concilio Plenario de Venezuela no ha recibido todavía, lamentablemente, en los niveles más amplios de la Iglesia, el reconocimiento y la aplicación debidos a tan importante descubrimiento.  Creo, sin embargo, que más temprano que tarde, terminará por imponerse en virtud de su valor intrínseco.

    La LTP es una noción o categoría, no una afirmación o una tesis.  Es un concepto que sirve de eje articulador o núcleo aglutinante de todo el conjunto doctrinal (nociones) y prácticas (normas) cristianas. Viene a ser respuesta adecuada a las preguntas que pueden formularse, ya en el campo teológico (¿qué es Dios, Iglesia, vida eterna…?) o en el operativo (¿cuál es el sentido de los preceptos morales, de la espiritualidad genuina, de la evangelización…?) Podría incluirse aquí una pregunta de bastante actualidad ¿qué es la santidad y hacia dónde apuntan las canonizaciones?

    Fijando la atención en el campo práctico cabe explicitar que amor es equivalente a comunión. Resulta así legítimo definir a Dios tanto como como comunión (trinitaria), como amor (ver 1Jn 4, 8) En realidad el amor subraya el aspecto dinámico y así se puede decir que el amor teje la comunión.

    La formulación de la LTP viene a llenar un enorme vacío en materia religiosa. Su reconocimiento permite pasar de los catecismos y tratados teológicos, presentados como inventarios de verdades y deberes a un conjunto armónico doctrinal-práctico.

    Ahora bien, ¿dónde están la fuente, la razón y el sentido de la LTP? Donde están los de todos los seres y de todo ser: en Dios-Comunión, Trinidad, Amor. Esta afirmación implica obviamente superar la concepción de Dios característica del Iluminismo o Ilustración y generalizada entre los creyentes, a saber, la de un Dios unipersonal, solitario, lejano del quehacer mundano. El Dios revelado por Cristo es la de un Dios Amor (compartir), que Jesús mismo subrayó la Última Cena; un Dios relacional, que tiene como precepto máximo el amor a él y al prójimo y en el Juicio Final examinará acerca de la fraternidad vivida (ver Mateo 25, 31-46).

    La línea teológico-pastoral de comunión muestra claramente la unidad y armonía del mensaje doctrinal y práctico cristiano a partir de la intelección de Dios Unitrino como comunión, amor. En este marco de reflexión se entiende cómo la santidad o vida coherente con la fe supera un relacionamiento vertical, intimista con Dios, así como un simple asistencialismo social; implica, en efecto, un hondo compartir interpersonal humano y humano-divino. Por ello una auténtica veneración a los santos exige una sincera comunión con Dios y fraterna.

 

 

 

 

viernes, 10 de octubre de 2025

SANTOS: ESTIMULANTES, NO NARCÓTICOS

 

    Una enseñanza muy acertada del Concilio Plenario de Venezuela es la que contradice expresamente, en lo que toca a lo católico nuestro, la afirmación marxista de la religión como opio alienante del compromiso terrenal: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política y cultural”.

    Esta frase se encuentra en el tercer documento de la referida asamblea conciliar, el cual constituye una especie de manual criollo de Doctrina Social de la Iglesia, en virtud de la metodología seguida: ver-juzgar-actuar. Recordarla resulta muy apropiado en momentos en que se aproxima la canonización de los compatriotas Carmen Rendiles y José Gregorio Hernández.

    La Iglesia declara santos a cristianos que han terminado su peregrinación histórica y gozan ya de la presencia gloriosa de Dios. Con ello, al tiempo que los honra y festeja, los señala como ejemplos e intercesores para los que todavía peregrinamos en un mundo que reclama el ejercicio bien exigente de la fe, la esperanza y el amor. Cada canonización resalta una existencia cristiana de perfecta comunión con Dios y fraterna, y recuerda a quienes la festejamos el imperativo de ser auténticos creyentes. Lo corriente, en efecto, es pensar en lo que el santo nos consigue y no en lo que nos exige, lo cual puede llegar hasta testimonios martiriales como los que están acaeciendo en estos momentos en varias regiones de África.

    Hay una consigna que se viene difundiendo en el país y es la de “Canonización sin presos políticos”. Ha surgido en base a la proliferación de detenciones de disidentes y al creciente clima de represión política. Éstos conforman aspectos salientes de la situación nacional caracterizada por la ausencia de un estado de derecho, la marginación de la voluntad del soberano (CRBV 5) para la orientación del país, así como la cotidiana violación de los derechos humanos claramente establecidos en la Declaración Universal de 1948 y en las normas correspondientes de la Constitución nacional. Bastaría aquí citar sólo los comienzos de los artículos 18-20 de la Declaración: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento (…) a la libertad de opinión y de expresión (…) a la libertad de reunión y de asociación pacíficas”.

    Las próximas canonizaciones son para Venezuela, país mayoritariamente cristiano católico, motivo de particular alegría. Son nuestros primeros santos. Representante, por cierto, de los dos mundos, femenino y masculino; José Gregorio, un laico, Carmen, una religiosa. Los dos, notables servidores de los más necesitados de la sociedad y practicantes efectivos del mandamiento máximo divino. En un país afligido por persistentes enfrentamientos fratricidas constituyeron un mensaje existencial de bondad, solidaridad, reconciliación y paz. José Gregorio, con un acento de presencia pública en lo científico-académico-sanitario; Carmen con un colorido de humilde servicialidad. Los santos se ofrecen como modelos y animadores de genuina humanidad y de fe coherente en un mundo no escaso en egoísmo y belicosidad.

    Hay también un aspecto, que en circunstancias como la actual nacional, exige resaltarse. Es la interpelación que lanzan los santos al conglomerado nacional, especialmente al creyente. Interpelación respecto de lo que al comienzo de estas líneas se subrayó: contribuir a la construcción de una nueva sociedad como civilización del amor.

    Vivimos actualmente en un país como en estado de guerra consigo mismo. Presos políticos, una cuarta parte de población expatriada, pobreza masiva, represión desenfrenada, un proyecto ideológico-político gubernamental de corte totalitario, militarización global y escasa “ciudadanización”.

    Los santos nos plantean el desafío de conjugar libertad y justicia, paz y progreso compartido, reconciliación y solidaridad.

    A los santos los admiramos e invocamos. Ellos nos miran y nos reclaman.