El tema de la inteligencia artificial está sobre el tapete de la actualidad
y se inscribe dentro del cambio epocal característico
de nuestro tiempo. El Papa lo abordó por cierto el año pasado en documento con
ocasión de la Jornada Mundial de la Paz.
El Génesis en su relato del pecado original narra, con peculiar
vestimenta literaria, algo a propósito. El tentador invita a los primeros
humanos a que se apropien de la ciencia por la cual habrían de ser como dioses,
conocedores-determinadores del bien y del mal. Ello simboliza algo que
atraviesa toda la historia humana: los celos del hombre ante la supremacía
divina. Filosofías e ideologías de muy diverso género han tratado de
sistematizar el drama, o, peor, la tragedia, que los griegos tradujeron en
expresiva mitología. Un humanismo desconocedor o negador de Dios (ateísmo
práctico y teórico), que en una forma u otra, tarde o temprano, como lo
comprueba la historia, lleva al daño y negación del ser humano.
Antes de entrar en otros particulares podría decirse que la denominada inteligencia
artificial antes que tal cosa es un arte-facto, un factum, producto
del ars o tekné en cuanto capacidad operativa del ser inteligente
que es el hombre. El referido documento
de la Santa Sede asume la “inteligencia artificial” en perspectiva positiva de
sentido doble y complementario. Por una parte interpreta ese logro como
exponente del desarrollo de las potencialidades de una creatura, que Dios hizo
a su imagen y semejanza y a la cual encomendó un señorío servicial sobre el
universo, dándole para ello capacidades particularmente intelectivas y
volitivas, que se reflejan en los instrumentos (cosas, sistemas…) que el
agraciado produce. Por otra parte ofrece una serie de advertencias y
orientaciones para que el arti-ficio sirva de verdad al desarrollo
humano y no se convierta en male-ficio como bumerán dañino. Lo que el hombre idee,
construya y maneje ha de serle factor de desarrollo, paz, justicia y libertad. La
inteligencia humana trasciende el arti-ficio que construye: tiene como
objeto-horizonte la verdad y el bien ilimitados y en cuanto facultad espiritual
anida en un ser personal.
En esa perspectiva positiva se inscribe lo que el documento dice sobre la
interdisciplinariedad:
“Una mirada humana y el deseo de un futuro mejor para nuestro mundo llevan
a la necesidad de
un diálogo interdisciplinar destinado a un desarrollo ético de los
algoritmos — la algorética—, en
el que los valores orienten los itinerarios de las nuevas tecnologías.
[12]Las cuestiones éticas
deberían ser tenidas en cuenta desde el inicio de la investigación, así
como en las fases de
experimentación, planificación, distribución y comercialización. Este es
el enfoque de la ética de la
planificación, en el que las instituciones educativas y los responsables
del proceso decisional
tienen un rol esencial
que desempeñar” (No.6).
El ser humano ha de estar siempre pendiente de que el progreso no se le
vaya de las manos. Con iguales material e ingenio puede construir medicamentos para
curan y cañones para matar. Ya el Génesis habló de la ambivalencia de la
herrería naciente (4, 19-24).
La inteligencia artificial como arti-ficio
debe actuarse en la línea del desarrollo integral humano.
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