13.5.10
NUEVA JERUSALEN DE MARX
Ovidio Pérez Morales
La Biblia se abre con un drama de profundas repercusiones históricas. El relato (Génesis 1-3), rico en símbolos, luego de narrar la libre decisión creativa, refiere una ruptura (caída) original y originante, que busca explicar la condición conflictiva del ser humano y el claroscuro dialéctico de su peregrinar histórico.
Esa misma Escritura se cierra con el Apocalipsis, cuyos dos últimos capítulos, bajo la figura de la Nueva Jerusalén, describen la consumación de la historia con el inicio de una “duración” definitiva, que será la plena comunión interhumana y humano-divina. “Un cielo nuevo y una tierra nueva”, sin lágrimas ni fatigas, ni llantos ni muerte, “porque el mundo viejo ha pasado”.
En el credo cristiano son básicos estos dos polos referenciales. Ellos constituyen r el fundamento sólido y exigente, tanto de un compromiso constructivo en la ciudad presente, como de una indeclinable esperanza de la ciudad futura.
Un número muy interesante de la encíclica de Benedicto XVI sobre la esperanza (Spe Salvi del 30.11.2007), es el 21. Allí el Papa hace referencia a la Nueva Jerusalén de Marx. Éste proclama también una consumación de la historia, consistente en una perfecta unidad interhumana (comunismo), como fruto, en definitiva, de la “socialización” de los medios de producción. Resulta atractivo leer las profecías “científicas” descriptivas de este “happy end” en los manuales marxistas (los hay clásicos como el de F.V.Konstantinov). Ese final-indefinido será: expresión superior, culminante, del humanismo; trabajo convertido en la primera necesidad vital; sociedad dotada de “una abundancia de toda clase de bienes materiales y espirituales”; plena vigencia del principio “de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades”. Final que es afirmación de “fe” y de “esperanza”, intramundanas, las cuales recogen hondas y sentidas aspiraciones humanas y tratan de realizar innegables valores. Pero…
La implantación del “socialismo real” ha manifestado “el error fundamental de Marx”, según expresa el Papa. Gravísimo vacío, pudiera también decirse. En modo fatalista y cuasi mecanicista, Marx proclama una Nueva Jerusalén, pero sin decir nada acerca del cómo (mediaciones) de su estructuración. Supone simplemente que solucionado el desarreglo económico (cabría decir: absuelto el “pecado original” de la propiedad privada de los medios de producción), lo demás (lo político y lo ético-cultural) vendrá por añadidura. La “añadidura”, sin embargo, ha sido desastrosa.
En la base –irreparable- del desastre está la índole materialista del edificio marxista, cuya correspondiente antropología olvida, nada más ni nada menos, al antropos integral y concreto. La plenitud apocalíptica marxista desconoce el drama genesíaco. Koba el Temible de Martin Amis ofrece, lamentablemente, no pocos elementos para una antropología del “socialismo real”.
El “hombre nuevo” marxista, no sabe de pecados capitales, ni del porqué del Decálogo. Por ello, esa antropología ahístórica desemboca en gulags siberianos y en nomenclaturas vitalicias caribeñas.
Al ser humano no se lo puede componer simplemente desde afuera. Y su idolización termina siempre –como en el relato genesíaco- en la triste experiencia de la propia desnudez.
La crítica al marxismo no puede ignorar las injusticias que éste busca superar, ni destruir totalmente su parte válida de utopía. Con todo, la Nueva Jerusalén será logro humano, sí, pero, fundamental y radicalmente, don de Dios.
jueves, 13 de mayo de 2010
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