Una amiga judía me hizo llegar, como bello saludo en estos
fines de año, copia de una carta de Einstein a su hija Lieser. El original
reposa ahora en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
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Al leerla no pude menos de
recordar otra misiva sobre el mismo
tema, escrita hace unos dos mil años, la cual es uno de los últimos escritos
del Nuevo Testamento. Se trata de la Primera
Carta de Juan.
Escribe Einstein: “Cuando los científicos buscaban
una teoría unificada del universo olvidaron la más invisible y poderosa de
las fuerzas”, para la que “hasta ahora la ciencia no ha encontrado una
explicación formal”. Y agrega: “Es una fuerza que incluye y gobierna a todas
las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el
universo y aún no haya sido identificado por nosotros”.
¿Cuál es esa fuerza
universal? El amor. El mismo sabio la describe: el Amor es luz, porque
ilumina a quien lo da y lo recibe; es gravedad, por la mutua
atracción que genera; es potencia, porque multiplica lo mejor que se tiene y
evita que la humanidad se extinga en
su egoísmo. “El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El Amor
es Dios, y Dios es Amor”.
Einstein advierte: “Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas del universo, que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía. Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser siente que en él habita, el amor es la única y la última respuesta”. “Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, querida Lieser, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida”. Esta conclusión del hombre de “la Relatividad” nos introduce, pues, en la potencia y absolutez del amor, en un mundo en el que, desgraciadamente, hace estragos la insensatez de la belicosidad y del odio.
En lo tocante al mensaje cristiano, la
actualidad y fecundidad del amor se manifiesta de modo patente en la Primera
Carta de Juan: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida,
porque amamos a los hermanos” (Jn 3, 14. “Quien no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor” (Jn 4, 8).
En el Sermón de la Cena, transmitido por el
evangelista Juan, Jesús dejó bien claro cuál es el mandamiento máximo, que
refleja el ser íntimo de Dios así como su voluntad creadora y salvadora:
“Éste es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he
amado” (Jn 15, 12).
De gran provecho resulta entonces la
exhortación que hace Einstein a su hija: “Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor,
un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la
avaricia que asolan el planeta. Sin
embargo, cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso
generador de amor cuya energía espera ser liberada”.
El amor es la realidad definitiva.
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lunes, 22 de diciembre de 2014
DE EINSTEIN SOBRE EL AMOR
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