Una correcta identificación del interlocutor (amigable o no,
coincidente o disidente) es condición indispensable para un adecuado
relacionamiento, cualesquiera sean los términos en que éste se desee orientar.
El tener conscientemente a una persona o un grupo en la acera
de enfrente no excluye tender y/o utilizar puentes de comunicación hacia ellos.
En este sentido hay toda una gama de instrumentos utilizables: contacto extraoficial u oficial, conversación, negociación,
diálogo (con respecto a este último hay que evitar su devaluación, ya que es
muy exigente en cuanto a sincera aceptación del otro, convencimiento de que se puede aprender de él,
ponerse en su lugar para comprenderlo). La genuina identificación del otro no
cierra, pues, todo encuentro. Aún en
plena guerra los combatientes en trincheras opuestas pueden lograr acuerdos y
es así como se establecen treguas, altos al fuego y cosas por el estilo.
Identificar bien evita cosas que, antes que ayudar a la
solución de problemas, los mantienen o agravan. Puedo, por ejemplo, calificar
de sorpresivas, irracionales, inconvenientes, ineficaces o indebidas,
actuaciones del “otro”, cuando más bien debiera catalogarlas como lógicas, inevitables,
efectivas, coherentes, acertadas.
¿Qué sucede en Venezuela con la identificación del proyecto
Socialismo Siglo XXI y del régimen que trata de ponerlo en práctica? En el
sector de la disidencia ha habido bastante titubeo y confusa variedad de
interpretaciones. Se registra, es cierto, un crescendo en una más exacta
percepción, dado el agravamiento de la situación, pero hasta hace no mucho
abundaba u notable desconocimiento –o al menos explicitación- de lo que el
oficialismo tiene entre manos. Se solía hablar simplemente de “democracia imperfecta”, “ineficiencias y
corruptelas”, “tendencias o procedimientos autocráticos”, “abusos de poder”. El
término “dictadura” no se mencionaba, ni, mucho menos, el de “totalitarismo”.
No es exagerado decir que la Conferencia Episcopal
Venezolana, en cuanto a identificar el
proyecto político-ideológico oficial,
han sido oportuna, clara y firme. Dejando a un lado antecedentes,
ejemplar al respecto fue la Exhortación de octubre 2007. Ésta calificó la
propuesta de Reforma constitucional como “moralmente inaceptable” y “contraria
a principios fundamentales” de la Constitución, denunciando el pretendido “Estado socialista”
como “contrario al pensamiento del libertador” y “a la naturaleza personal del
ser humano y a la visión cristiana del hombre, porque establece el dominio
absoluto del Estado sobre la persona”.
La última toma de posición de la Conferencia Episcopal en la
misma línea tuvo lugar el pasado 12 de Enero. Los obispos afirmaron: “El mayor
problema y la causa de esta crisis
general (del país), como hemos señalado en otras ocasiones, es la
decisión del Gobierno Nacional y de los otros órganos del Poder Público de
imponer un sistema político-económico de corte socialista marxista o comunista
(…) Este sistema es totalitario y centralista, establece el control del Estado
sobre todos los aspectos de la vida de los ciudadanos y de las instituciones
públicas y privadas. Además, atenta contra la libertad y los derechos de las
personas y asociaciones y ha conducido a la opresión y a la ruina a todos los
países donde se ha aplicado” (Exhortación Pastoral Renovación ética y espiritual frente a la crisis, 6-7).
No es que Venezuela tenga
ya un sistema totalitario. Pero se le está imponiendo. La tenaza va apretando
con su correspondiente lógica. En esto
la acción oficial es eficaz. Un twitter
mío dice: “Las cadenas adoctrinan, las colas amaestran, los captahuellas
controlan ¿Cuál será el próximo paso?”.
Cuando hablo de “norcoreanización” de Venezuela busco
identificar sin ambages el proyecto oficial en marcha. Éste, modelado en Cuba
–cuyo sistema actualmente zigzaguea- sigue ahora metódicamente los pasos de la
lejana y próxima Corea del Norte.