“¿Debemos conocer la Doctrina Social de la Iglesia?”
Esta pregunta la formuló el Arzobispo de Caracas Rafael Arias
Blanco a los niños cursantes de “los
grados 3º, 4º, 5º y 6º de Instrucción Primaria” (según la nomenclatura de
entonces), en su Catecismo de la Doctrina
Cristiana (1956). Lo hizo un año antes de su famosa Carta Pastoral, catalizadora
de la rebelión ciudadana, que llevó al derrocamiento de la dictadura
perezjimenista.
En aquel momento faltaban seis años para comenzar el
renovador Concilio Vaticano II y más de dos décadas para publicar Juan Pablo II
un documento en el cual se lee cómo “el rico patrimonio de la enseñanza social
de la Iglesia” debe encontrar su puesto
“bajo formas apropiadas, en la formación catequética común de los fieles”
(Exhortación Catechesi Tradendae de
1979).
Los catecismos, estructurados por entonces en forma de
pregunta-respuesta, procedían de manera concisa, para que el contenido fuese
fácilmente memorizable por los alumnos. La respuesta dada en este caso por el Catecismo
de Monseñor Arias era la siguiente: “Sí; debemos conocer la Doctrina Social de
la Iglesia para poder defender la justicia social con una orientación
cristiana”. Y de inmediato venía otro binomio: “¿Dónde está contenida la
Doctrina Social de la Iglesia? La Doctrina Social de la Iglesia está contenida principalmente
en la encíclicas Rerum Novarum de
León XIII, Quadragesimo Anno de Pío
XI y de numerosas declaraciones de los últimos papas”. (El término “justicia
social” utilizado aquí por Mons. Arias Blanco sintetizaba la amplia temática de
valores contenida en la DSI)
Mucha agua habría de correr bajo los puentes desde 1956 en lo
tocante a DSI, en ineludible correspondencia
con el formidable cambio histórico contemporáneo – epocal ha sido el adjetivo inventado para calificar la magnitud del
mismo-. En cuanto a documentos, baste pensar en las encíclicas Pacem in terris (paz) de Juan XXIII, Populorum Progressio (desarrollo) de
Pablo VI, Laborem Exercens (trabajo) y
Centesimus Annus (revolución del ´89)
de Juan Pablo II, Caritas in Veritate
(actualización del mensaje social) de Benedicto XVI y Laudato sí (ecología) del Papa Francisco. Se deben mencionar también la Constitución Gaudium et Spes (Iglesia en el mundo
actual) del Concilio Vaticano II; los documentos de las Conferencias Episcopales
latinoamericanas de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y
Aparecida (2007); y los documentos del Concilio Plenario de Venezuela,
particularmente los relativos a Nueva Sociedad y Evangelización de la Cultura.
Es preciso retomar hoy con fuerza la iniciativa de Mons.
Arias Blanco por parte de nosotros los católicos y de nuestra Iglesia como conjunto,
con respecto a una formación “masiva” en DSI. Estamos, ciertamente, en deuda
con el país, que atraviesa la más grave crisis de su historia. Y lo digo también,
en apertura dialogal, a los hermanos cristianos no católicos, a los creyentes
no cristianos y a los no creyentes animados por propias convicciones éticas
humanistas. Porque la DSI constituye un cuerpo de enseñanzas fundadas primariamente
en la razón –por lo tanto, de amplia fundamentación y manejo-, enriquecidas, sin
duda, por el Evangelio así como por la reflexión y praxis de la Iglesia
católica.
La DSI no propone un modelo
determinado de organización social, económica, política y cultural. Pero
ofrece, sí, principios, criterios y orientaciones para la acción, que iluminan
y estimulan la construcción de modelos, los cuales serán siempre perfectibles.
No es una “tercera vía”, ni una ideología en el sentido de proyecto específico.
Tampoco una doctrina simplemente hecha, sino que conjuga traditio consistente, con creatio
permanente. Pensemos, por ejemplo, en la
novedosa ecología del Papa Francisco elaborada con materiales viejos y recientes.
La DSI ofrece luces para salir de túneles, como el que dramáticamente
estamos atravesando, y, sobre todo, para construir una Venezuela a la altura de
lo que la razón y el Evangelio postulan.