lunes, 3 de agosto de 2015

ALTO AL DESASTRE NACIONAL



Me apena, pero debo recordarlo. Es algo del Antiguo Testamento, pero aplicado a este inicio de milenio venezolano.
El rey Salomón al final de su vida se volvió duro y desordenado, lo cual enojó a Dios, según relata el Libro Primero de los Reyes (12, 1-25).  Al morir le sucedió su hijo Roboam. Un grupo grande de israelitas acudió al nuevo rey para decirle: “Tu padre ha hecho pesado nuestro yugo; ahora tú aligera la dura servidumbre de tu padre y el pesado yugo que puso sobre nosotros, y te serviremos”. 
Roboam pidió consejo a los ancianos, que habían servido a Salomón; ellos le aconsejaron mejorar el trato al pueblo y así asegurar la gobernabilidad. Roboam, sin embargo, desoyó este buen consejo y aplicó, más bien, lo que le recomendó un grupo de radicales, “que se habían criado con él y estaban a su servicio”. Así pues, cuando regresó la gente para obtener la respuesta prometida, esto fue lo que les espetó Roboam: “Mi padre hizo pesado el yugo, yo lo haré más pesado a ustedes todavía”. Al oír esto, la gente le respondió a Roboam más o menos en estos términos: ¿Así son las cosas? Quédate con tu pedazo de reino, que nosotros montaremos tienda aparte. ¿Qué resultó? La  división del Reino en dos: el del Sur (Judá) y el del Norte (Israel). ¿Y qué pasó después? Vinieron los asirios y acabaron con el segundo, y luego los babilonios, quienes arrasaron el primero (conquista de Jerusalén y deportación, hacia el año 587 av.).
El hijo de Salomón fue terco, sordo, miope. Pensó que apretando el torniquete, los súbditos, temerosos, se quedarían quietos. Pero no contó con que la paciencia tiene sus límites.
Algo semejante está ocurriendo en nuestro país. A la muerte del comandante (¿eterno?),  que trató de imponer un proyecto opresivo, el sucesor elegido por él, ha recibido pedidos de revisión de su política inviable. Consejos no han faltado, comenzando por los que la Conferencia Episcopal Venezolana ha hecho reiteradamente en una perspectiva de genuino servicio nacional. La respuesta ha sido la descalificación de los que hemos propuesto caminos de entendimiento para el bien de Venezuela y una gobernabilidad consistente.


¿Cuál viene siendo el resultado de la terquedad, conocido y sufrido por la gran mayoría de compatriotas? Inseguridad e inflación galopantes, desabastecimiento creciente; crisis de los servicios y desencanto-malestar que se agravan. Mientras tanto se multiplican: controles, restricciones, estatizaciones, intimidaciones, violaciones de DDHH, encadenamientos mediáticos, conflictividades. Todo esto junto a las más variadas y acentuadas formas de corrupción.
La terquedad del régimen se exhibe en el dogmatismo político-ideológico, que busca imponer un antihistérico, opresivo y empobrecedor “socialismo”. Seguir por esta vía significa correr hacia la destrucción material, moral y espiritual del país. 
Los venezolanos tenemos derecho a un ambiente respirable de tranquilidad, respeto mutuo, entendimiento, paz; a la promoción del emprendimiento, la producción y la productividad; al ejercicio del pluralismo democrático; a una educación sin trabas ideológicas. En fin a la convivencia humanista, que está en la letra y el espíritu de la mismísima Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
En la actual grave crisis nacional, la luz al final del túnel no es algo simplemente deseable. Constituye un imperativo. Tenemos que lograrlo. Y lo vamos a lograr. Con la ayuda de Dios evitaremos el desastre, cambiaremos el rumbo  e impulsaremos la marcha hacia adelante del país.

Hay signos manifiestos de la voluntad mayoritaria de hacer de Venezuela una verdadera casa   común, en la que cuantos hemos nacido o se han sembrado aquí, quepamos, convivamos y trabajemos por el bien de todos, “no a pesar de” sino “precisamente con” nuestras diferencias. La jornada electoral de Diciembre, unida a una lúcida y efectiva transición, permitirán poner un alto al desastre nacional y abrir las compuertas al progreso nacional en justicia, libertad, unión y solidaridad. 

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