Acaba de cumplir un aniversario más la Rerum
Novarum, encíclica del Papa León XIII (15 Mayo 1891), la cual marcó el
nacimiento oficial de la Doctrina Social
de la Iglesia (DSI). Este documento se produjo avanzada ya la revolución
industrial y en los inicios de la
revolución social. En esa circunstancia se inscribe su defensa de la
organización del mundo obrero y de la justicia en escenarios ampliados. León
XIII recogió enseñanzas y experiencias en curso dentro de la Iglesia respecto
de los cambios de ese fin de siglo, e impulsó con gran vigor una presencia activa, comprometida y renovadora en una
sociedad en ebullición.
Bastante agua –buena, mala y mezclada-, ha corrido debajo de
los puentes desde 1891. Baste recordar
dos guerras mundiales y los totalitarismos nazi-fascista y comunista; la
afirmación de los derechos humanos con la Declaración Universal de 1948 y la
apertura democrática; el salto histórico-cultural (“cambio de época”) generado
desde el campo científico tecnológico.
La importancia de esa encíclica se puede medir por los
documentos papales conmemorativos en aniversarios de especial significación. Valga
citar comos ejemplos la Quadragesimo Anno
de Pío IX en pleno auge de totalitarismos (15 Mayo 1931) y la Centessimus
Annus (1 Mayo 1991), de Juan Pablo II, luego de la Revolución del ´89 (derrumbe
del comunismo).
La DSI es un
conjunto de enseñanzas sobre cómo construir la convivencia social del modo más
conveniente a la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales, a su
vocación y misión en el mundo. Un conjunto en incesante actualización (aggiornamento), ya que trata de
responder a los desafíos de una sociedad siempre cambiante. Por ello si se
quiere aplicar la DSI hay que leerla “al revés”, comenzando por los últimos
documentos ¿Por qué no partiendo de la
encíclica Laudato Sí del Papa
Francisco (24 Mayo 2015), que reclama
una ecología integral, atenta al bien del ser humano hermanado con la
naturaleza, don entero de Dios.
Aquí en Venezuela tenemos a la mano los documentos del Concilio Plenario de
Venezuela, especialmente dos muy al grano y de este siglo: Contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad y Evangelización de la cultura en Venezuela. Trabajados
según la metodología del Ver-Juzgar-Actuar y, por lo tanto, DSI situada
en nuestro país.
La DSI brota en la Iglesia católica, pero es enseñanza
abierta, no confesional. Tiene un fundamento racional y, por tanto, compartible
con gente de otras confesiones y convicciones. Lo que aporta desde la fe
enriquece el conjunto, pero no lo ata para un diálogo y una colaboración de la
mayor amplitud. La DSI no está amarrada
a un partido político o a un movimiento ideológico. Ofrece un conjunto de
principios, criterios y orientaciones para la acción en perspectiva humanista, no
identificada con un modelo societario concreto, ciertamente, pero promotora,
sí, de la construcción de modelos siempre perfectibles.
Examinando la situación nacional debo hacer dos
observaciones. La primera es que, en general, los venezolanos no nos hemos
formado en conocimiento y actitudes para construir un país con recto sentido de
libertad y justicia, de solidaridad y
paz, de participación corresponsable y cuidado del bien común; con
suficiente conciencia de los derechos humanos y los deberes correspondientes,
así como de lo que establece la Constitución nacional. ¿Por qué hemos llegado a
la situación actual de tan grave deterioro? En cierta forma se puede aplicar
aquí aquello de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Claro
está, la responsabilidad no es la misma para todos.
Segunda observación. La Iglesia católica –con la cual se
identifica, en mayor o menor medida, la mayoría de los venezolanos-no está
exenta de culpa. No nos hemos formado ni hemos formado debidamente en las
exigencias sociales del Evangelio. La
responsabilidad aquí tampoco es uniforme.
¿Desafío entonces? Educarse y educar en cómo edificar la
Venezuela deseable, obligante. Una tarea que para la Iglesia entraña un
imperativo mayor.