miércoles, 25 de mayo de 2016

CONOCER PARA CAMBIAR



Acaba de cumplir un aniversario más  la Rerum Novarum, encíclica del Papa León XIII (15 Mayo 1891), la cual marcó el nacimiento oficial de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Este documento se produjo avanzada ya la revolución industrial  y en los inicios de la revolución social. En esa circunstancia se inscribe su defensa de la organización del mundo obrero y de la justicia en escenarios ampliados. León XIII recogió enseñanzas y experiencias en curso dentro de la Iglesia respecto de los cambios de ese fin de siglo, e impulsó con gran vigor una presencia   activa, comprometida y renovadora en una sociedad en ebullición.
Bastante agua –buena, mala y mezclada-, ha corrido debajo de los puentes desde 1891.  Baste recordar dos guerras mundiales y los totalitarismos nazi-fascista y comunista; la afirmación de los derechos humanos con la Declaración Universal de 1948 y la apertura democrática; el salto histórico-cultural (“cambio de época”) generado desde el campo científico tecnológico.
La importancia de esa encíclica se puede medir por los documentos papales conmemorativos en aniversarios de especial significación. Valga citar comos ejemplos la Quadragesimo Anno de Pío IX en pleno auge de totalitarismos (15 Mayo 1931) y  la Centessimus Annus (1 Mayo 1991), de Juan Pablo II, luego de la Revolución del ´89 (derrumbe del comunismo).
La DSI es un conjunto de enseñanzas sobre cómo construir la convivencia social del modo más conveniente a la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales, a su vocación y misión en el mundo. Un conjunto en incesante actualización (aggiornamento), ya que trata de responder a los desafíos de una sociedad siempre cambiante. Por ello si se quiere aplicar la DSI hay que leerla “al revés”, comenzando por los últimos documentos ¿Por qué no partiendo de la  encíclica Laudato Sí del Papa Francisco (24 Mayo 2015), que reclama una ecología integral, atenta al bien del ser humano hermanado con la naturaleza, don entero de Dios.
Aquí en Venezuela tenemos a la mano  los documentos del Concilio Plenario de Venezuela, especialmente dos muy al grano y de este siglo: Contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad y   Evangelización de la cultura en Venezuela. Trabajados según la metodología del Ver-Juzgar-Actuar y, por lo tanto, DSI  situada en nuestro país.
La DSI brota en la Iglesia católica, pero es enseñanza abierta, no confesional. Tiene un fundamento racional y, por tanto, compartible con gente de otras confesiones y convicciones. Lo que aporta desde la fe enriquece el conjunto, pero no lo ata para un diálogo y una colaboración de la mayor amplitud.  La DSI no está amarrada a un partido político o a un movimiento ideológico. Ofrece un conjunto de principios, criterios y orientaciones para la acción en perspectiva humanista, no identificada con un modelo societario concreto, ciertamente, pero promotora, sí, de la construcción de modelos siempre perfectibles.
Examinando la situación nacional debo hacer dos observaciones. La primera es que, en general, los venezolanos no nos hemos formado en conocimiento y actitudes para construir un país con recto sentido de libertad y justicia, de solidaridad y  paz, de participación corresponsable y cuidado del bien común; con suficiente conciencia de los derechos humanos y los deberes correspondientes, así como de lo que establece la Constitución nacional. ¿Por qué hemos llegado a la situación actual de tan grave deterioro? En cierta forma se puede aplicar aquí aquello de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Claro está, la responsabilidad no es la misma para todos.
Segunda observación. La Iglesia católica –con la cual se identifica, en mayor o menor medida, la mayoría de los venezolanos-no está exenta de culpa. No nos hemos formado ni hemos formado debidamente en las exigencias sociales del Evangelio.  La responsabilidad aquí tampoco es uniforme.

¿Desafío entonces? Educarse y educar en cómo edificar la Venezuela deseable, obligante. Una tarea que para la Iglesia entraña un imperativo mayor. 

miércoles, 11 de mayo de 2016

LA SOMBRA DE ROBOAM


La escalada de la crisis nacional, que puede transcribirse como catastrófico derrumbe del país, me impone hacer nuevamente memoria de un dañino personaje del Antiguo Testamento, el Rey Roboam, hijo de Salomón. De él nos habla el Libro I de los Reyes (ver capítulo 12).
Roboam fue notorio causante de la división del Reino de Israel por su empecinamiento en mantener y querer endurecer el despótico gobierno del padre. En los inicios de su reinado, el pueblo le pidió aligerar el yugo insoportable de Salomón, pero el nuevo Rey, en vez de aflojar, anunció con todo descaro a sus súbditos que más bien agravaría cargas y  azotes. Así pues, antes que la comprensión y la sensatez esperadas, exhibió soberbia y prepotencia. El pueblo entonces le dijo a Roboam ¿Así son las cosas? ¡Quédate con tu poder que nosotros montamos tienda aparte! Fue así como el Reino se partió en dos (Norte y Sur), con el consiguiente debilitamiento del conjunto, lo que facilitaría posteriormente la invasión de asirios y babilonios y la tragedia (destrucción y exilio) del entero Israel.
Roboam se volvió ciego y sordo. Hoy diríamos que no quiso dialogar ni negociar. Se encerró en su palacio desoyendo el clamor de un pueblo oprimido, el cual terminó por explotar en una forma que resultó muy perjudicial para toda la nación.
La analogía de lo sucedido entonces con la actual realidad venezolana en materia de crisis y manejo del poder salta a la vista. La nave está echando aguas por todas partes. El inventario de calamidades está reventando. En este tormentoso escenario el pueblo se ha manifestado de modo muy claro el 6D pidiendo un cambio de rumbo y ser escuchado mediante la Asamblea Nacional. El Gobierno, sin embargo, antes que ablandar su autoritarismo destructor y revisar sus procedimientos hegemónicos (totalitarios), aprieta más la tenaza y exhibe su agresividad, pisoteando la Constitución y la ética más elemental.
Voces desde los varios sectores y desde instituciones como la Conferencia Episcopal Venezolana, que no son competidores de poder, llaman a la cordura, a tender puentes y lograr acuerdos. Hasta el Papa, consciente de la gravísima situación, está invitando al encuentro y a la búsqueda conjunta de soluciones efectivas y pacíficas.
¿Cuál ha sido hasta el momento  la reacción oficial? Amenazas y más amenazas contra la disidencia, comenzando por el desconocimiento abierto y sistemático del único Poder Público Nacional que ha recibido el más reciente, claro  y masivo respaldo del soberano: la Asamblea Nacional. El Ejecutivo utiliza como instrumentos represivos al Consejo Nacional Electoral y al Tribunal Supremo de Justicia, que deben ser órganos independientes, autónomos, al total servicio de la ciudadanía y subordinados a la Constitución Nacional.
Al decir esto no se trata de echar leña al fuego para empeorar la crisis, sino de interpelar al Gobierno y a los poderes que maneja, a fin de que, de inmediato, busquen junto con la Asamblea Nacional y organismos e instituciones que fuere menester, acuerdos fundamentales, que permitan al país salir del marasmo y enfilarse hacia la Venezuela debida y deseable. La gente no pide regalos ni espera concesiones de las autoridades, sino que cumplan el obligante servicio a la nación.
La primacía no la debe el Gobierno y la conservación de su poder, sino el pueblo que carece de alimentos, medicinas, seguridad, trabajo, paz. Y que urge entendimientos fundamentales entre oficialismo y oposición para aliviar la suerte de los venezolanos y abrir puertas a un por-venir distinto.
No hablo ya de diálogo –el cual es muy exigente en cuanto a respeto y aprecio mutuo, sinceridad, humildad, disposición a aprender y cambiar-  sino de acuerdos, negociaciones o como se los quiera denominar. O, hablando con simpleza: de palabreo para poder sobrevivir.

Que la trágica sombra de Roboam no cubra esta Venezuela necesitada de un gran encuentro nacional, que reconstituya la Patria como hogar común.