La escalada de la crisis nacional, que puede transcribirse
como catastrófico derrumbe del país, me impone hacer nuevamente memoria de un
dañino personaje del Antiguo Testamento, el Rey Roboam, hijo de Salomón. De él
nos habla el Libro I de los Reyes (ver capítulo 12).
Roboam fue notorio causante de la división del Reino de
Israel por su empecinamiento en mantener y querer endurecer el despótico
gobierno del padre. En los inicios de su reinado, el pueblo le pidió aligerar
el yugo insoportable de Salomón, pero el nuevo Rey, en vez de aflojar, anunció con
todo descaro a sus súbditos que más bien agravaría cargas y azotes. Así pues, antes que la comprensión y la
sensatez esperadas, exhibió soberbia y prepotencia. El pueblo entonces le dijo
a Roboam ¿Así son las cosas? ¡Quédate con tu poder que nosotros montamos tienda
aparte! Fue así como el Reino se partió en dos (Norte y Sur), con el
consiguiente debilitamiento del conjunto, lo que facilitaría posteriormente la
invasión de asirios y babilonios y la tragedia (destrucción y exilio) del
entero Israel.
Roboam se volvió ciego y sordo. Hoy diríamos que no quiso
dialogar ni negociar. Se encerró en su palacio desoyendo el clamor de un pueblo
oprimido, el cual terminó por explotar en una forma que resultó muy perjudicial
para toda la nación.
La analogía de lo sucedido entonces con la actual realidad
venezolana en materia de crisis y manejo del poder salta a la vista. La nave
está echando aguas por todas partes. El inventario de calamidades está
reventando. En este tormentoso escenario el pueblo se ha manifestado de modo
muy claro el 6D pidiendo un cambio de rumbo y ser escuchado mediante la
Asamblea Nacional. El Gobierno, sin embargo, antes que ablandar su autoritarismo
destructor y revisar sus procedimientos hegemónicos (totalitarios), aprieta más
la tenaza y exhibe su agresividad, pisoteando la Constitución y la ética más
elemental.
Voces desde los varios sectores y desde instituciones como la
Conferencia Episcopal Venezolana, que no son competidores de poder, llaman a la
cordura, a tender puentes y lograr acuerdos. Hasta el Papa, consciente de la
gravísima situación, está invitando al encuentro y a la búsqueda conjunta de
soluciones efectivas y pacíficas.
¿Cuál ha sido hasta el momento la reacción oficial? Amenazas y más amenazas
contra la disidencia, comenzando por el desconocimiento abierto y sistemático
del único Poder Público Nacional que ha recibido el más reciente, claro y masivo respaldo del soberano: la Asamblea
Nacional. El Ejecutivo utiliza como instrumentos represivos al Consejo Nacional
Electoral y al Tribunal Supremo de Justicia, que deben ser órganos
independientes, autónomos, al total servicio de la ciudadanía y subordinados a
la Constitución Nacional.
Al decir esto no se trata de echar leña al fuego para
empeorar la crisis, sino de interpelar al Gobierno y a los poderes que maneja,
a fin de que, de inmediato, busquen junto con la Asamblea Nacional y organismos
e instituciones que fuere menester, acuerdos fundamentales, que permitan al país
salir del marasmo y enfilarse hacia la Venezuela debida y deseable. La gente no
pide regalos ni espera concesiones de las autoridades, sino que cumplan el obligante
servicio a la nación.
La primacía no la debe el Gobierno y la conservación de su
poder, sino el pueblo que carece de alimentos, medicinas, seguridad, trabajo,
paz. Y que urge entendimientos fundamentales entre oficialismo y oposición para
aliviar la suerte de los venezolanos y abrir puertas a un por-venir distinto.
No hablo ya de diálogo –el cual es muy exigente en cuanto a
respeto y aprecio mutuo, sinceridad, humildad, disposición a aprender y
cambiar- sino de acuerdos, negociaciones
o como se los quiera denominar. O, hablando con simpleza: de palabreo para poder
sobrevivir.
Que la trágica sombra de Roboam no cubra esta Venezuela
necesitada de un gran encuentro nacional, que reconstituya la Patria como hogar
común.
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