lunes, 10 de abril de 2017

PASCUA POLÍTICA


      Para los cristianos la Pascua es el acontecimiento histórico central y definitorio. Al igual que para los judíos. Aunque variando substancialmente su sentido e interpretación. Para los cristianos el Reino o Reinado de Dios  se ha hecho ya presente por Cristo y actúa en la historia, aunque se espera su consumación. Para los judíos lo real y mesiánico es fundamentalmente promesa.

      Jesucristo por su muerte y resurrección –ésta es la Pascua cristiana- ha logrado para la humanidad una radical liberación del dominio del espíritu del mal, del pecado y de la muerte. Esa liberación se va concretando en el dramático devenir histórico mediante el ejercicio de la libertad humana y, sobre todo, de la acción gratuita de Dios, hasta que el peregrinar temporal llegue a su término en la plenitud del Reino, cuando se tendrá la perfecta unidad (comunión) humano-divina e interhumana. De este plan divino universal la Iglesia es-ha de ser  signo y también instrumento de realización. Dios quiere la salvación de todos (cf. 1 Tm 2, 4).

    Cristo muerto y resucitado, ya no muere más. Reina glorioso en el cielo, a la derecha de Dios Padre. Pero ha dejado a sus discípulos y a la Iglesia que conforman, la tarea de anunciar la buena nueva de liberación y comunión, así como de testimoniar su cumplimiento a través del mandamiento del amor. Cuando alguien le preguntó a Jesús por el mandato mayor de la Ley “Él le dijo: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-39). Este  mandato máximo y definitivo lo recalcó el Señor en su Sermón de la Última Cena (ver Jn 13-17). Por eso al término del camino seremos juzgados por el amor, según aparece en la descripción del Juicio Final que el mismo Jesús hizo, según refiere el evangelista Mateo (25, 31-46).

   La vida y actividad del creyente integra la escucha de la Palabra de Dios, la recepción de los sacramentos, la oración, el encuentro comunitario; todo ello, sin embargo, se dirige a una auténtica  comunión con Dios y fraterna, la cual, en lo que concierne al prójimo, ha de expresarse en aprecio, servicio, solidaridad, de modo especial hacia quienes más necesitan de atención y ayuda.

    El documento La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad del Concilio Plenario de Venezuela nos dice: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (CIGNS 90).

    La Semana Santa, que culmina con el Triduo Pascual -Jueves Santo en la tarde hasta el Domingo de Resurrección- ha de ser días de particular densidad para el creyente. Pero no en un sentido simplemente verticalista e intimista o religioso-cultual, que puede resultar alienante, sino en genuina significación cristiana, que tiene en el amor su direccionalidad. El amor al prójimo ha de  traducirse en cálido tejido familiar, en relacionamiento de amistad, pero también en fraterno encuentro vecinal y político; tiene que ver, por tanto,   con desarrollo cívico y compromiso social. Con la construcción de nueva sociedad.


   En Venezuela esto significa que la Pascua ha de animar a un cambio nacional hacia un país más libre, justo, pacífico, fraterno. Más creyente y democrático. No pocos piensan que la fe y la política son campos separados cuando no opuestos; se hace preciso subrayar entonces la necesaria incidencia que la fe  debe tener en la actitud y el comportamiento de los cristianos en la polis (convivencia, sociedad). En ésta han de poner en práctica el mandamiento máximo de Jesús, promoviendo una cultura de la solidaridad y de la vida. Una civilización del amor

martes, 4 de abril de 2017

LAICOS Y OBISPOS POR UN CAMBIO



    Se acaba de celebrar el  VII Congreso Nacional de Laicos de Venezuela, con la participación de los consejos diocesanos, arquidiocesanos y nacional así como de diversos movimientos y asociaciones que reúnen a los laicos del país. Igualmente hubo una significativa representación de seglares que no están integrados en esos organismos, pero actúan como luz y fermento del Evangelio en los diversos ámbitos de la sociedad venezolana.

    Al final del Congreso se produjo un Mensaje sobre la situación del país, la cual, como era obligante, fue referencia obligada de oración, reflexiones y determinaciones.
Inmediatamente antes de dicho encuentro el Episcopado Venezolano había producido una declaración relativa al agravamiento de la situación nacional, al que se sumaban  las recientes sentencias -155 y 156- del Tribunal Supremo de Justicia, que han conmocionado al país. El Mensaje de los laicos retoma  lo denunciado por los obispos, pero reprocha algo más, que se refiere al sainete montado por el Régimen tratando de enmendar la plana a  la barrabasada del Tribunal. El reproche tiene que ver, no ya con los aspectos constitucionales y políticos de las sentencias,  sino con reglas elementales de la urbanidad y de la ética: “la subsiguiente actitud de burla y desprecio al pueblo soberano por parte del Ejecutivo y su régimen. Todo lo cual pone una vez más de manifiesto la centralización totalitaria  del poder, que diluye y destruye la autonomía e independencia de los poderes y la vigencia del Estado de Derecho”. 

   El Congreso de Laicos afirma que todos estos acontecimientos acentúan  “lo oportuno e imperativo” del llamado que hiciera la Asamblea Conjunta de Obispos y laicos el pasado mes de enero: “Por eso es urgente un cambio político profundo, que haga posible una convivencia ciudadana solidaria donde todos los venezolanos podamos convivir en una democracia basada en la verdad y la libertad, en la justicia y la paz, en la reconciliación y la fraternidad”.

    Los laicos conforman la gran mayoría, para no decir la casi totalidad de  la Iglesia. De allí lo importantísimo de su protagonismo en la comunidad eclesial y, de modo particular, en lo que le es más propio, su presencia activa y evangelizadora en los distintos ámbitos sociales, comenzando por la familia. El Mensaje del Congreso concluye con algo que merece poner de relieve: “Nos comprometemos y animamos al pueblo fiel de Dios y a todos los venezolanos a trabajar urgente y decididamente a unir fuerzas a fin de lograr un cambio político que abra las puertas a una convivencia nacional pluralista, fraterna, de trabajo y progreso, en democracia y en el marco de la Constitución, por el bien común de Venezuela. Igualmente  a  expresar de modo efectivo nuestra solidaridad con nuestros hermanos que sufren por el hambre, la enfermedad y la violación de sus derechos humanos”.


   Los laicos de Venezuela junto con los pastores de la Iglesia están haciendo patente pues, su claro compromiso por un cambio positivo nacional hacia una convivencia libre, pacífica, democrática, solidaria.