El ser humano, y por consiguiente la sociedad, es un
microcosmos. En él se da una integración
o síntesis de lo real, que podría reducirse en el binomio cuerpo-espíritu; se
lo pesa en una balanza, pero también trasciende lo espacio- temporal y por ende
lo histórico por su vocación de eternidad.
“El animal racional” es objeto de estudio por parte de las
más diversas ciencias, desde la química hasta la teología; su relación permite
ser valorada, en la perspectiva de san Francisco de Asís, en términos de comunión, ampliando la comprensión de
este término que, estrictamente hablando, se restringe a una relación
interpersonal. Es lo que novedosamente
ha hecho el Papa Francisco en su encíclica Laudato
Sí con la formulación de una comunión
universal (LS 220).
Los ámbitos del ser y quehacer humanos son así múltiples:
económico, político y ético-cultural. Un genuino desarrollo humano implica, por
consiguiente, un crecimiento conjunto en esos diversos órdenes, para ser de
verdad completo. No bastan el
crecimiento económico ni el buen ordenamiento político; se requiere el progreso
en el campo moral, espiritual, unido al cuidadoso comportamiento
socio-ambiental. Se entiende entonces la advertencia hecha por Juan Pablo II sobre la democracia
en su encíclica Centesimus Annus a
raíz de lo acontecido en l989 con el derrumbe del socialismo real. El Papa Woytila, luego de manifestar el aprecio de
la Iglesia al sistema democrático, afirma: “Una democracia sin valores se
convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto” (CA 46). Juan
Pablo se refiere a los peligros del agnosticismo y del relativismo escéptico en
los cuales se esfuma una verdad consistente, última, en aras del simple
dominio de mayorías
o de equilibrios políticos.
Aplicando lo anterior a nuestra situación concreta
venezolana, caracterizada por una crisis global, cuya causa central, principal,
es el proyecto ideológico-político que se trata de imponer (Socialismo del Siglo XXI), se ve claro
que la recuperación del país ha de atender a diferentes frentes: económico y
político, ciertamente, pero también ético y espiritual. De tal modo a) es
preciso romper el esquema monopólico estatizante que ha paralizado la actividad
productiva, eliminado fuentes de trabajo y llevado a una pauperización general;
b) es indispensable restablecer el estado de derecho y la vigencia de los
derechos humanos en un marco constitucional; pero last but non least, urge una sanación de las personas y de la
comunidad nacional en lo que ellas tienen de más íntimo y definitorio, a saber, sus valores
morales y su calidad espiritual.
En una tragedia griega encontramos algo así ¿Qué son las naves y las torres si no hay
seres humanos dentro? Al debilitamiento y deterioro de las conciencias y de la
praxis moral, espiritual, se debe responder fortaleciendo virtudes como: justicia
y solidaridad honradez y honestidad, responsabilidad y austeridad, bondad y sensibilidad
privilegiada hacia los más necesitados, sencillez y humildad. Jesús subrayó el
amor como el mandamiento máximo, integrador.
Se hace necesario
arreglar el tejido económico y el ordenamiento político. Pero, más todavía,
sanar las personas y elevar espiritualmente la comunidad nacional..
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