jueves, 15 de febrero de 2018

CRIMEN HORRENDO: EXPATRIACIÓN MASIVA




Recordemos un relato del evangelista Mateo (2, 13-15): la expatriación de Jesús ante el peligro de ser asesinado. El rey Herodes, celoso de todo competidor de  su poder, mandó matar a muchos niños esperando que entre ellos cayese también el Mesías. José y María huyeron de noche, llevando consigo al pequeño, y se refugiaron en Egipto. Calificaron entonces como los primeros exiliados cristianos.

Jesús quiso así compartir la condición humana -abundosa en claroscuros y contradicciones, exaltaciones y miserias-, menos en el pecado. Asumió nuestra naturaleza para liberarla del mal y reconducirla a la unión con Dios y fraterna.

Hoy Venezuela, otrora nación próspera y acogedora de migrantes en búsqueda de tierras sin guerras ni escaseces y generosas en convivencia fraterna y trabajo productivo, se ha convertido hoy en país invivible. En efecto, a la opresión política se unen el desastre económico y una mortandad culpable, y a la ausencia del estado de derecho se juntan la corrupción desenfrenada y un narcotráfico impune. Por ello Venezuela padece hoy un severo despoblamiento. Millones de compatriotas han tenido que irse y se están yendo, en su inmensa mayoría en búsqueda ansiosa de trabajo y seguridad, salud y paz; dentro de ellos identificamos muchos rostros doloridos de familiares, amigos y conocidos nuestros, cuya ausencia sentimos y su regreso anhelamos.

Ni catástrofes naturales  ni factores extranjeros han forzado el destierro,  sino –lo suelen precisar los Obispos- la voluntad oficial de imponer a los venezolanos un proyecto dictatorial totalitario comunista, fracasado históricamente y maquillado ahora lingüística y estratégicamente. Ese proyecto, que ha conducido al grave deterioro nacional en los más diversos órdenes,  es una tenaza que van cerrando el Alto Mando de la Fuerza Armada Nacional mediante su participación y apoyo clave, y  el Partido gubernamental PSUV, acompañado por cuerpos paramilitares y asistencia castro cubana,  mediante su Diktat  político-ideológico.

El que Venezuela esté sometida hoy a un acelerado despoblamiento constituye un crimen horrendo, que conjuga la violación de múltiples  derechos humanos. Basta una lectura rápida de la Declaración Universal de 1948 para percibir cómo la actual expatriación masiva es efecto de muy diversos delitos por parte de la “nueva clase” detentadora del poder.

Cada persona –sujeto consciente, libre y social, hijo de Dios- vale tanto como cualquiera otra. Pero entre los expatriados merecen destacarse algunas categorías particularmente significativas como  jóvenes, docentes, profesionales,  gente especializada.
Lo deseado y propiciado por este tipo de regímenes es que se vayan todos los ciudadanos que piensan con la propia cabeza, se defienden solos y organizan su vida con libertad responsable; eso les facilita el  manipular  a su antojo a una población empobrecida, omni dependiente y sumisa. Manejar esclavos no exige mayor inteligencia ni imaginación.
Este Régimen está expatriando venezolanos mientras reparte el país a neo colonizadores ideológica y crematísticamente afines, aunque geográfica, histórica o culturalmente lejanos.
Este crimen de despoblamiento expatriador, junto con otros, debe ser detenido y sancionado por el pueblo soberano (CRBV 5) en un ejercicio de su poder originario (CRBV 71 por ejemplo), que ponga punto final a ilegitimidades, inconstitucionalidades y violaciones de derechos humanos. Urge para ello consolidar un gran movimiento o frente democrático nacional, que permita al soberano decidir, él mismo y no ya a través de individualidades o grupos,  qué quiere para este país.
Un venezolano del siglo pasado, Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), universal y andariego, conocedor de exilios, romántico de espíritu y de pluma,  escribió un poema de antología venezolana, cuyo título podría ser el de uno de los derechos humanos fundamentales: “Vuelta a la patria”. En el presente caso, poder regresar a Venezuela, como hogar común, libre y pluralista, solidario y fraterno, pacífico y próspero.
El cambio político que urge el país acabará con el crimen horrendo de la expatriación masiva y nos consolidará como nación vivible y deseable. Con unión interna y armonía internacional.  

jueves, 1 de febrero de 2018

GOBIERNO AMO O SERVIDOR



La democracia se auto identifica como poder del pueblo. Se somete regularmente a una evaluación por parte del mandante, quien divide los poderes públicos para controlar la gestión que  éstos   realizan en su nombre y dispone de diversos mecanismos para asegurar que el gobierno obedezca  al bien común y a la mejor atención a la ciudadanía.

Por eso la democracia no interpreta a la oposición como carga a soportar ni, muchos menos, como mal a eliminar, sino que procura una positiva interrelación gobierno-oposición con miras al progreso compartido de la nación. El principio de alternabilidad (Ver CRBV 6) favorece consensos y  la planificación abierta a una sana  continuidad administrativa, al tiempo que previene ante tentaciones de sectarismos, corruptelas y arbitrariedades.

En las antípodas de una genuina democracia se sitúa el Régimen que impera hoy sobre Venezuela. Éste surgió, por cierto, en momentos de crisis nacional por el narcisismo de los partidos y su reducción a “cogollos” e individualidades, el descuido de la educación social y política ciudadana, una gran indiferencia de la sociedad civil frente a lo público conjugada con la ambición de ciertos grupos empresariales y comunicacionales de dirigir de facto el Estado desde enclaves particulares. Surgido en medio de anhelos de cambio, el Régimen, sin embargo, agudizó males existentes e introdujo otros y peores. Uno de éstos y generador de muchos: la idea de que el Presidente y su Partido son los dueños del país (población y cosas), que pueden hacer con éste lo que quieran, considerándose poder absoluto frente a una población de meros súbditos, cuya suerte poco importa. Por ello problemas gravísimos como hambre, desnutrición infantil, muerte por falta de medicamentos  y apta atención sanitaria, prisión y tortura de presos políticos,  poco cuentan al lado del atornillamiento en el poder por parte del Presidente, su Fuerza Armada y el círculo de ideólogos y funcionarios. El doloroso éxodo de millones de venezolanos no perturba el sueño a la Nomenklatura, más aún lo favorece, porque así se aleja gente crítica e independiente.

Muestra patente del  afán dominador de este Régimen es su fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente, que pretende ser poder absoluto y   usurpa el poder originario del pueblo soberano, como lo han denunciado repetidamente los obispos. Por ello las decisiones de la ANC, incluida la relativa a las elecciones presidenciales apresuradas, que éstos acaban de rechazar (29 de enero) son ilegítimas. El soberano debe retomar, por tanto, con urgencia, su protagonismo.

Un mensaje muy iluminador en lo concerniente al poder dejó el Señor Jesús, quien nació, creció y murió en una Palestina sometida a la máxima potencia imperial de entonces, que emperadores como Augusto y Tiberio gobernaban con poder absoluto divinizado y una serie de autoridades locales manejaban con el respaldo militar de las legiones y  contingentes auxiliares. Siendo Jesús todavía niño se registraron dos matanzas ilustrativas al respecto: la de unos cuantos  inocentes por el rey Herodes y la de los dos mil judíos crucificados en las  afueras de Jerusalén por orden de Varo,  gobernador de Siria. Por eso Jesús al percibir que discípulos suyos se peleaban por liderazgos de mando les amonestó: “Ustedes saben que los jefes de las naciones las gobiernan como señores y los grandes las oprimen. No debe suceder así entre ustedes, sino el que el que quiera ser grande entre ustedes, deberá ser su servidor (…) como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido sino a servir” (Mt 20, 25-28). Otra enseñanza política la dio Jesús y por cierto al prefecto Poncio Pilato, quien le dijera poder disponer a su arbitrio de la vida-muerte del Señor: “No tendrías sobre mí ningún poder si no te hubiera sido dado desde arriba” (19, 9-11). El poder de los seres humanos no es absoluto. Sólo el creador de éstos con su dignidad y derechos inalienables tiene el poder absoluto. Por eso Dios es la garantía y la defensa supremas frente a los abusos del poder humano. 
Este  Gobierno-amo del pueblo debe ceder el paso a un Gobierno-servidor de la gente.