La democracia se auto identifica como poder del pueblo. Se
somete regularmente a una evaluación por parte del mandante, quien divide los
poderes públicos para controlar la gestión que
éstos realizan en su nombre y
dispone de diversos mecanismos para asegurar que el gobierno obedezca al bien común y a la mejor atención a la
ciudadanía.
Por eso la democracia no interpreta a la oposición como carga
a soportar ni, muchos menos, como mal a eliminar, sino que procura una positiva
interrelación gobierno-oposición con miras al progreso compartido de la nación.
El principio de alternabilidad (Ver CRBV 6) favorece consensos y la planificación abierta a una sana continuidad administrativa, al tiempo que
previene ante tentaciones de sectarismos, corruptelas y arbitrariedades.
En las antípodas de una genuina democracia se sitúa el
Régimen que impera hoy sobre Venezuela. Éste surgió, por cierto, en momentos de
crisis nacional por el narcisismo de los partidos y su reducción a “cogollos” e
individualidades, el descuido de la educación social y política ciudadana, una
gran indiferencia de la sociedad civil frente a lo público conjugada con la
ambición de ciertos grupos empresariales y comunicacionales de dirigir de facto el Estado desde enclaves
particulares. Surgido en medio de anhelos de cambio, el Régimen, sin embargo,
agudizó males existentes e introdujo otros y peores. Uno de éstos y generador
de muchos: la idea de que el Presidente y su Partido son los dueños del país
(población y cosas), que pueden hacer con éste lo que quieran, considerándose
poder absoluto frente a una población de meros súbditos, cuya suerte poco
importa. Por ello problemas gravísimos como hambre, desnutrición infantil, muerte
por falta de medicamentos y apta atención
sanitaria, prisión y tortura de presos políticos, poco cuentan al lado del atornillamiento en el
poder por parte del Presidente, su Fuerza Armada y el círculo de ideólogos y
funcionarios. El doloroso éxodo de millones de venezolanos no perturba el sueño
a la Nomenklatura, más aún lo favorece, porque así se aleja gente crítica e
independiente.
Muestra patente del
afán dominador de este Régimen es su fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente,
que pretende ser poder absoluto y
usurpa el poder originario del pueblo soberano, como lo han denunciado
repetidamente los obispos. Por ello las decisiones de la ANC, incluida la
relativa a las elecciones presidenciales apresuradas, que éstos acaban de
rechazar (29 de enero) son ilegítimas. El soberano debe retomar, por tanto, con
urgencia, su protagonismo.
Un mensaje muy iluminador en lo concerniente al poder dejó el
Señor Jesús, quien nació, creció y murió en una Palestina sometida a la máxima
potencia imperial de entonces, que emperadores como Augusto y Tiberio
gobernaban con poder absoluto divinizado y una serie de autoridades locales manejaban
con el respaldo militar de las legiones y
contingentes auxiliares. Siendo Jesús todavía niño se registraron dos matanzas
ilustrativas al respecto: la de unos cuantos inocentes por el rey Herodes y la de los dos
mil judíos crucificados en las afueras
de Jerusalén por orden de Varo,
gobernador de Siria. Por eso Jesús al percibir que discípulos suyos se
peleaban por liderazgos de mando les amonestó: “Ustedes saben que los jefes de
las naciones las gobiernan como señores y los grandes las oprimen. No debe
suceder así entre ustedes, sino el que el que quiera ser grande entre ustedes, deberá
ser su servidor (…) como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido
sino a servir” (Mt 20, 25-28). Otra enseñanza política la dio Jesús y por
cierto al prefecto Poncio Pilato, quien le dijera poder disponer a su arbitrio de
la vida-muerte del Señor: “No tendrías sobre mí ningún poder si no te hubiera
sido dado desde arriba” (19, 9-11). El poder de los seres humanos no es
absoluto. Sólo el creador de éstos con su dignidad y derechos inalienables
tiene el poder absoluto. Por eso Dios es la garantía y la defensa supremas
frente a los abusos del poder humano.
Este Gobierno-amo del
pueblo debe ceder el paso a un Gobierno-servidor de la gente.
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