jueves, 1 de febrero de 2018

GOBIERNO AMO O SERVIDOR



La democracia se auto identifica como poder del pueblo. Se somete regularmente a una evaluación por parte del mandante, quien divide los poderes públicos para controlar la gestión que  éstos   realizan en su nombre y dispone de diversos mecanismos para asegurar que el gobierno obedezca  al bien común y a la mejor atención a la ciudadanía.

Por eso la democracia no interpreta a la oposición como carga a soportar ni, muchos menos, como mal a eliminar, sino que procura una positiva interrelación gobierno-oposición con miras al progreso compartido de la nación. El principio de alternabilidad (Ver CRBV 6) favorece consensos y  la planificación abierta a una sana  continuidad administrativa, al tiempo que previene ante tentaciones de sectarismos, corruptelas y arbitrariedades.

En las antípodas de una genuina democracia se sitúa el Régimen que impera hoy sobre Venezuela. Éste surgió, por cierto, en momentos de crisis nacional por el narcisismo de los partidos y su reducción a “cogollos” e individualidades, el descuido de la educación social y política ciudadana, una gran indiferencia de la sociedad civil frente a lo público conjugada con la ambición de ciertos grupos empresariales y comunicacionales de dirigir de facto el Estado desde enclaves particulares. Surgido en medio de anhelos de cambio, el Régimen, sin embargo, agudizó males existentes e introdujo otros y peores. Uno de éstos y generador de muchos: la idea de que el Presidente y su Partido son los dueños del país (población y cosas), que pueden hacer con éste lo que quieran, considerándose poder absoluto frente a una población de meros súbditos, cuya suerte poco importa. Por ello problemas gravísimos como hambre, desnutrición infantil, muerte por falta de medicamentos  y apta atención sanitaria, prisión y tortura de presos políticos,  poco cuentan al lado del atornillamiento en el poder por parte del Presidente, su Fuerza Armada y el círculo de ideólogos y funcionarios. El doloroso éxodo de millones de venezolanos no perturba el sueño a la Nomenklatura, más aún lo favorece, porque así se aleja gente crítica e independiente.

Muestra patente del  afán dominador de este Régimen es su fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente, que pretende ser poder absoluto y   usurpa el poder originario del pueblo soberano, como lo han denunciado repetidamente los obispos. Por ello las decisiones de la ANC, incluida la relativa a las elecciones presidenciales apresuradas, que éstos acaban de rechazar (29 de enero) son ilegítimas. El soberano debe retomar, por tanto, con urgencia, su protagonismo.

Un mensaje muy iluminador en lo concerniente al poder dejó el Señor Jesús, quien nació, creció y murió en una Palestina sometida a la máxima potencia imperial de entonces, que emperadores como Augusto y Tiberio gobernaban con poder absoluto divinizado y una serie de autoridades locales manejaban con el respaldo militar de las legiones y  contingentes auxiliares. Siendo Jesús todavía niño se registraron dos matanzas ilustrativas al respecto: la de unos cuantos  inocentes por el rey Herodes y la de los dos mil judíos crucificados en las  afueras de Jerusalén por orden de Varo,  gobernador de Siria. Por eso Jesús al percibir que discípulos suyos se peleaban por liderazgos de mando les amonestó: “Ustedes saben que los jefes de las naciones las gobiernan como señores y los grandes las oprimen. No debe suceder así entre ustedes, sino el que el que quiera ser grande entre ustedes, deberá ser su servidor (…) como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido sino a servir” (Mt 20, 25-28). Otra enseñanza política la dio Jesús y por cierto al prefecto Poncio Pilato, quien le dijera poder disponer a su arbitrio de la vida-muerte del Señor: “No tendrías sobre mí ningún poder si no te hubiera sido dado desde arriba” (19, 9-11). El poder de los seres humanos no es absoluto. Sólo el creador de éstos con su dignidad y derechos inalienables tiene el poder absoluto. Por eso Dios es la garantía y la defensa supremas frente a los abusos del poder humano. 
Este  Gobierno-amo del pueblo debe ceder el paso a un Gobierno-servidor de la gente.     


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