Los Obispos venezolanos calificaron
el actual desastre nacional en su
exhortación del 11 de julio con los términos apocalípticos de “gran
tribulación” (ver Ap 12, 7-12). Enfrentamiento
con las fuerzas mismas del mal, caracterizadas bíblicamente como Diablo,
Satanás, Dragón y Serpiente Antigua.
¿Quién es principal responsable de la gravísima crisis? La
Conferencia Episcopal reitera de modo claro y directo: “el gobierno nacional, por anteponer
su proyecto político a cualquier otra consideración, incluso humanitaria.
En cuanto a medidas ante la
crisis, los Obispos mencionan la consulta electoral del 20
Mayo, denunciando que fue ilegítimamente convocada por la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente
impuesta por el Poder Ejecutivo. Expresan que la “altísima abstención”
significa “un mensaje silencioso de rechazo, dirigido a quienes pretenden
imponer una ideología de corte totalitario, contra el parecer de la mayoría de
la población”.
“Vivimos un régimen de facto
-dicen-, sin respeto a las garantías previstas en la Constitución y a los más
altos principios de dignidad del pueblo”. Detengámonos un poco sobre esto. El
comportamiento del ser humano puede dividirse en: fáctico, legal y legítimo. Lo fáctico es lo que se da de hecho (de facto) en la realidad, sin más; lo legal se refiere a lo jurídico, justo, lo que se puede hacer o no en el marco de las normas reguladoras de la
comunidad política, entre las cuales sobresalen las constitucionales; lo legítimo, bueno, se sitúa en un nivel
superior, trascendente, el ético-espiritual, que toca el ámbito de la
conciencia moral. Esta distinción permite captar la ambigüedad del verbo
“poder” (no todo lo que se puede físicamente, se puede legal y moralmente) y
el límite de lo jurídico (no todo lo legal es bueno, moralmente justo). Los
niveles jurídico y legítimo son
característicos del actuar humano propiamente
tal y, por ende, libre, consciente, responsable ante sí, los demás y Dios. Por
ello no tiene asidero verdaderamente humano el hacer simplemente “lo que viene
en gana”, así como no basta invocar una
ley para justificar una conducta y es razonable u obligatorio oponerse a una
ley injusta. Las leyes nazis racistas de Núremberg no legitimaban en modo
alguno la exclusión de un pueblo, así como la legalización del aborto no justifica
eliminación de una vida. La dignidad del ser humano y sus derechos humanos
quedan intactos frente a todo hecho y toda norma.
Cuando los Obispos califican al
Régimen del SSXXI como puramente de facto
ponen en cuestión la legalidad y legitimidad del mismo. Ya habían
denunciado en enero pasado la usurpación
de la soberanía popular por parte del
Régimen e instaban a la recuperación de su
ejercicio por parte de los ciudadanos. Ahora
vuelven sobre el tema: “animamos a las diferentes organizaciones de la
sociedad civil, y a los partidos políticos, a exigir la restitución del poder
soberano al pueblo, utilizando todos los medios que contempla nuestra
Constitución (referendo consultivo, manifestaciones y otros)”. Y en esa misma línea
interpelan a la Fuerza Armada.
La inconstitucionalidad e
ilegitimidad del Régimen vienen de muy
diversas fuentes. En estos mismo días
se está divulgando la sentencia que el 2 de julio produjo el Tribunal
Supremo de Justicia (en exilio forzado), que destituye al presidente Maduro,
con el resultante vacío de poder
y la apertura de caminos constitucionales para la designación de un nuevo Presidente y
la formación de un Gobierno de Transición. En este mismo orden de cosas vuelve
a manejarse la fecha de le muerte del Presidente Chávez.
El Episcopado nacional se
identifica como un cuerpo de ciudadanos y pastores, que no puede abstraerse de
su obligación moral y religiosa de contribuir a la supervivencia digna y
al progreso integral del país. Pero también recalca la ingente tarea que corresponde
a los laicos o seglares –extra grande mayoría de la Iglesia- y cuya misión
propia es el contribuir a la construcción de una “nueva sociedad” libre, justa,
solidaria y pacífica, según los valores humano-cristianos del Evangelio...
“No temas, yo estoy contigo” (Is 41, 30) es la
confiada y esperanzadora profecía, que ante “la gran tribulación” sirve de título a esta
última exhortación de los Obispos.
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