Hay términos
que lamentablemente se han hecho de uso común en Venezuela por obra y gracia
del Régimen comunista. Entre ellos: exilio, éxodo y diáspora.
En ámbito
judeo-cristiano estos vocablos tienen una inmediata y significativa resonancia bíblica,
pues evocan el exilio del pueblo hebreo en Babilonia, el éxodo de Egipto y la diáspora
judía en el mundo helenista. Y los creyentes en Cristo no podemos menos de recordar
que los primeros exiliados cristianos fueron los miembros de la sagrada familia,
adelantándose al masivo infanticidio decretado por Herodes.
Informaciones
serias ofrecen una muy alta (millonaria) cantidad de venezolanos en situación
de exilio, de éxodo forzado, que produce una impresionante diáspora en las
diversas latitudes. Los números dicen que al menos un diez por cierto de compatriotas sufre esa situación Se puede
hablar entonces de un dramático vaciamiento del país, como también de la
existencia de dos Venezuelas, una ad
intra (los que vivimos dentro, “in-patriados”) y otra ad extra (los que han tenido que irse, “ex-patriados”)).
No se trata aquí
de un simple fenómeno migratorio, nada extraño por lo demás en un mundo en globalizacion.
Tampoco de una diseminación fruto de contingencias naturales, ni de un desplazamiento
como los que se registran en conflictos bélicos internacionales o nacionales,
caracterizados estos últimos por razones principalmente étnicas. El éxodo
nuestro es efecto de un proyecto político ideológico de tipo totalitario, potenciado
por una impetuosa voluntad de dominio y ligado de facto a una fuerte “narcorrupcion”.
Ese proyecto busca expresamente la emigración de los connacionales disidentes o
virtualmente resistentes; de la gente formada, actual o potencialmente critica del sistema; de todos aquellos difíciles de
integrar en el monolito masificante de la sociedad comunista. La cúpula oficial
piensa: mientras menos personas (sujetos libres y conscientes), menos
problemas. La opresión policial y militar se orienta sistemáticamente a la eliminación
del pluralismo político y cultural. El despoblamiento obedece también, por último,
pero no como último, a las precarias condiciones de vida (nutrición, salud, educación,
trabajo) que genera el plan estatizante del Regimen.
Si el exilio-exodo-diáspora
tiene dimensiones escandalosas en cuanto a la cantidad, no puede decirse menos
en lo que respecta a la calidad, a lo más propiamente humano. Tienen que dejar
el país innumerables jóvenes, profesionales y técnicos, los cuales, junto a los
demás desterrados, no han de interpretarse como
individuos aislados. Son en efecto, miembros de familias que se separan,
de círculos de amistad que se fracturan, de grupos afines y asociaciones que se
desintegran. Y en lo existencial, ¡Cuánta soledad, angustia y depresión! ¡Cuantos
penosos cortes afectivos, rupturas en acompañamientos, ausencias de apoyos y
solidaridades! No estamos en presencia, pues, de un escueto desplazamiento demográfico, sino de un drama que
envuelve personas y grupos humanos en sus varias dimensiones, psicológica, ética
y religiosa.
Si se
consideran las cosas en perspectiva de derechos humanos, ciertamente estamos
frente a crímenes de lesa humanidad, por la hondura y extensión de los delitos.
Se está frente a un verdadero genocidio. No olvidemos que vivir es relacionarse
y amar. Y patentizan todavía más lo criminal y detestable de ese genocidio las
burlas que desde el poder se hace a las víctimas. Se entra ya en el campo de lo maligno, de lo
malo hecho con calculo y regodeo. Se convierte a la tragedia en opereta.
Estas
reflexiones no quieren quedarse en catálogo de penas y quejas. Buscan interpelar
a los compatriotas hacia la unión para superar la dictadura totalitaria comunista;
animar y robustecer un gran esfuerzo nacional tendiente a la educación y reeducación
de los venezolanos en el sentido del respeto y el cuidado mutuos, del aprecio
de la ternura y la fraternidad; estimular a la reconstrucción de la patria
común sobre una base ética, religiosa, humana, consistente.
En un mundo creado y querido por Dios, el mal
no es el horizonte de la historia. El bien tiene el triunfo asegurado.
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