“Venezuela
no es una dictadura”. Lo ha declarado quien ejerce la presidencia de facto del
país. Y es verdad. Desgraciadamente. Porque lo que tenemos es algo peor: un
totalitarismo en progresiva ejecución.
Al tocar este
tema es indispensable definir bien los términos que entran en cuestión. Y ayuda
ilustrándolos con algunos modelos concretos.
En una
sociedad se pueden distinguir tres ámbitos de vida o praxis ciudadana: el
económico, referente al tener; el político, al poder; el cultural (o, mejor,
ético-cultural) al ser, en su más hondo sentido (educación, comunicación, arte,
moral, religión…). Economía, política y cultura son términos que identifican respectiva
y sintéticamente dichos campos. Es obvio que la vida social constituye un
tejido en que esa trilogía se entremezcla, por la unidad misma de la persona humana
y de la convivencia que ésta integra; no se da, así, una actividad económica en
estado puro, pues la economía no se hace a sí misma, sino que es el ser humano
(completo) el que organiza su tener en la polis ineludiblemente desde su condición ética. Santo
Tomás de Aquino decía algo parecido al respecto: no es el intelecto el que
entiende, la voluntad la que quiere y el sentido el que siente, sino el
hombre, que por el entendimiento entiende, por la voluntad quiere y por el
sentido siente. De allí la complejidad de la actividad humana.
La dictadura
es un régimen que busca básicamente el control político de una
nación, aunque, según lo dicho, en alguna forma interviene también en
cuestiones económicas y culturales. Modelos
tenemos en Pinochet y Pérez Jiménez. Me gusta mostrar esto con el
ejemplo siguiente. En tiempos de dictadura el señor X tiene una finca en el
interior del país; está descontento con el gobierno y entonces dice “yo no me
voy a meter para nada en política, sino que me voy para mi finca y punto”. En
principio no será molestado, a menos que a un personero del régimen le guste
precisamente esa finca y lo fuerce a dejarla; o algo por el estilo.
El totalitarismo
es algo muy peor. Entraña una voluntad de
control total del ser humano:
no sólo de lo político, sino también de lo económico y, lo que es más profundo
y grave, de lo ético-cultural. Ejemplos patentes los ofrecen el nazismo y el comunismo.
El Estado se convierte en un ídolo al cual se le ha de sacrificar todo y rendir
reverencia (estatolatría). De allí el connatural culto a la personalidad (big
brother, padre), característico de esos sistemas: Hitler, Stalin
(podemos agregar otros difuntos como Fidel y Hugo). A la cúpula totalitaria, más
allá de bienes materiales y poder político, le interesa las mentes de
los súbditos (pensamiento, conciencia, valoración ética). De allí que
buscan construir un correspondiente hombre nuevo. El totalitarismo es
como una religión al revés, con su doctrina y dogmas, culto, paraíso, ser
supremo... Hannah Arendt dejó abundante material sobre el tema.
Lo anterior
explica el firme rechazo del Episcopado venezolano a la propuesta de reforma
constitucional en 2007, tendiente a la instauración en nuestro país de un
Estado Socialista; aquélla fue negada, pero introducida luego por los caminos
verdes del Socialismo del Siglo XXI y un Plan de la Patria, que ahora ha sido renovado)
En esa ocasión el Episcopado fue tajante: “Un modelo de Estado socialista,
marxista-leninista, estatista, es contrario al pensamiento del Libertador Simón
Bolívar (…), y también contrario a la naturaleza personal del ser humano y de
la visión cristiana del hombre, porque establece el dominio absoluto del Estado
sobre la persona (…) La proposición de un Estado socialista es contraria
a principios fundamentales de la actual Constitución, y a una recta concepción
de la persona y del Estado”.
Identificar
al que se tiene en frente es fundamental para una adecuada respuesta y una
certera estrategia. En la oposición interna y el apoyo externo no es lo que precisamente
ha abundado, y de allí tantos errores y fracasos.
El Régimen SSXXI
actual es mucho peor que una dictadura. Los creyentes y demócratas debemos
estar claros en esta materia. Se juega la suerte del país.