La lógica es una secuencia de
afirmaciones en la cual, si está bien hilada, se concluye necesariamente algo, sin
importar que sea verdadero o falso. Es, por tanto, un instrumento-encadenamiento
meramente formal; una estructura que se puede llenar con cualquier contenido.
No guarda así ninguna dependencia de la moral ni de imperativo científicos o
éticos. Su andamiaje no puede recibir propiamente otro juicio que el de coherencia
interna o no.
Dada lo anterior, un régimen
político, por ejemplo, puede ser al mismo tiempo humanamente brutal y rigurosamente
lógico. Los campos de concentración y los gulags eran, en sana lógica, fruto
esperable del nazismo y el comunismo, pues des-humanizaban a ciertos sectores sociales por
razones raciales o revolucionarias. Negada la condición humana, se desploman
inevitablemente los derechos derivados de la misma. De allí lo capital y
determinante de los puntos de partida, o sea de las premisas. Igual se diga de
los criterios, la perspectiva y los fundamentos que se asuman en un determinado
campo.
Algo semejante puede decirse de
los términos eficiencia, eficacia, utilidad y otros por el estilo, junto a los correspondientes
adjetivos. Normalmente se los aplica en un sentido positivo, pero de por sí son
neutrales. Es así como el Socialismo del Siglo XXI desde una ótica “revolucionaria”
ha sido muy eficaz, pero en el sentido
de empobrecer, oprimir y destruir el país. Aquí cabe introducir el tema de la neolengua.
Ante de proseguir esta reflexión
resulta oportuno traer aquí una ilustrativa comparación hecha por Jesús: “La
lámpara de tu cuerpo es el ojo. Cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo
está luminoso; pero cuando está malo. También tu cuerpo está a oscuras” (Lc 11,
34).
A propósito de neolengua
no sobra recordar que las palabras son convenciones para expresar ideas y
representar realidades. Los diccionarios lo ponen en evidencia, al igual que la
variedad de lenguas. En este contexto se hace fácil comprender el término neolengua
y la vigilancia que es preciso guardar
frente a ella. Un ejemplo concreto: la Ley contra el odio, que el
régimen socialista maneja a discreción. El vocablo odio expresa en el
uso ordinario un fuerte sentimiento de disgusto, antipatía, aversión, rechazo
hacia alguien o hacia alguna cosa, junto al deseo de cambiarla o
eliminarla. Ordinariamente tiene una connotación negativa al aplicarse a
rechazos indebidos y culpables, como cuando se habla de odio racial o
religioso. En el caso de la citada Ley resulta muy significativa su
procedencia de un régimen que oprime a los ciudadanos, hegemoniza la
comunicación, encarcela y tortura a los disidentes, empuja la emigración
forzada, condiciona servicios alimentarios a la presentación de un carnet
sectario, restringe el uso de “pueblo” y “popular” a un sector
ideológico-partidista. Y pare de contar. La aprobaron y aplican quienes han hecho
del odio una brutal herramienta de poder.
Este régimen, que tiene como
biblia el SSXXI y su Plan de la Patria es sumamente eficaz y lógico en en su
proceder dictatorial totalitario, que está conduciendo a Venezuela a un abismo
cada vez más profundo. Es la lógica aplicada por Hitler, Stalin y Fidel y difundida
por el Foro de Sao Paulo. Una lógica hábilmente acompañada por una neolengua
encubridora, falaz, cínica, a los ojos y oídos de quienes profesan un
genuino humanismo.
Han dicho algunos, y con razón,
que en Venezuela tenemos no un mal gobierno, sino un gobierno malo. Yo
agregaría maligno. Expropia haciendas y fábricas y -lo que es peor- busca
expropiar mentes y conciencias. La resistencia democrática humanista debe
comenzar por estar consciente del proyecto totalitario oficial, de su lógica y
neolengua, teniendo presente que las amenazas más profundas a un pueblo vienen,
no de lo económico y político, sino de lo ético-cultural. Es decir, del ámbito
donde se amasan los valores, se forman las conciencias, y se fundamentan los
proyectos.
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