viernes, 22 de noviembre de 2019

ECOLOGÍA INTEGRAL




Lo ecológico está sobre el tapete de la actualidad. Por su propia positividad, pero también y, sobre todo, por las amenazas y los daños que sufre. Es más antiguo que el ser humano, quien sólo recientemente ha venido tomando viva conciencia de su estrecha interrelación y mutua dependencia.
La reunión internacional (sínodo) de obispos celebrada hace pocos días (6-27 octubre) en Roma sobre la Amazonía ha sido expresión patente de que la suerte del ser humano en el planeta no puede pensarse abstrayendo de la referida vinculación.
La reunión de Roma ha asumido con alegría y esperanza un nuevo paradigma: “la ecología integral, el cuidado de la casa común y la defensa de la Amazonía”, según leemos en su Documento Final. Éste recoge y concreta la preocupación del Papa Francisco, expuesta en su encíclica Laudato Si´ (24 mayo 2015).
El Papa introduce el término ecología integral, que amplía la comprensión del vocablo ambiente y permite profundizar en la definición del hombre como ser en el mundo. La etimología nos ayuda a entender mejor el tema. Ecología proviene de dos substantivos griegos, a saber: oikos, que significa casa, habitación, y logos, que entre sus muchas traducciones registra las de palabra, razón, explicación. Eso de casa nos suena a hogar, ámbito familiar, lugar de encuentro y vida. De aquí el dañino error de interpretar ese oikos como una naturaleza extraña a nosotros y objeto de pura y simple utilización pragmática, o de escueta explotación crematística en la línea de un paradigma tecnocrático.
La integralidad de lo ecológico subraya la intrínseca relación entre ecología y justicia social, entre cuidado de la naturaleza y solidaridad humana, especialmente con los más necesitados. En lo ambiental se integra así lo relativo a los derechos (deberes) humanos, a la construcción de una convivencia amigable y de una nueva sociedad fraterna, que propicie el “buen vivir” de toda la comunidad humana. La praxis ecológica no sólo ha de evitar la devastación forestal y la contaminación del aire, sino también una planificación urbanística deshumanizante y la concepción de la ciudad como simple escenario físico aceptable. Se tiene que combatir la degradación ambiental y la destrucción de la naturaleza, sí, pero, sobre todo, de modo positivo, posibilitar un entorno que favorezca el desarrollo cultural (comunicacional, educativo, ético, espiritual) de los animales racionales.
Si el ser humano trata bien la naturaleza, ésta se portará del mismo modo con él. Tal es la voluntad de Dios creador. La mala conducta ecológica va contra el querer divino. Por ello se comienza a usar en la Iglesia el término “pecado ecológico” ¿Quién no advierte entonces la inmoralidad de empresas como el Arco Minero y la tranquila aceptación de vecindarios urbanos inhóspitos y violentos, que impiden una digna con-vivencia.
En perspectiva cristiana se plantea, consiguientemente, la necesidad de una “conversión ecológica”, es decir, de un cambio profundo en la interpretación de lo ambiental, incluyendo a éste entre los quehaceres de la misión de la Iglesia (evangelización), unido estrechamente a lo social. Habrá entonces que constituir servicios pastorales ambientales en las comunidades eclesiales grandes y pequeñas, así como se tienen los de catequesis y liturgia. 
Para los cristianos el Dios -que es uno y único- no es una individualidad solitaria, sino Trinidad, tejido relacional, comunión. Creó a los seres humanos, a su imagen y semejanza (sociales), para que formen fraternidad y entren en comunión con Él.  Y a la humanidad la tejió en un hábitat, que es ya un conjunto de interrelaciones, para constituir así una “comunión universal”. El Papa Francisco ha inventado este término -ampliando el significado de comunión, de por sí restringida a lo personal- para calificar la íntima unión Dios Unitrino-hombre-naturaleza. Esto revela que la Trinidad no se queda en dogma abstracto, sino que es realidad iluminadora del hermoso sentido de toda la creación.
Una nueva sociedad se hace impensable sin el cultivo de una ecología integral, para lo cual resulta   imprescindible una conversión ecológica.

      



  

viernes, 8 de noviembre de 2019

LA VENEZUELA DE CIDIOS




En los dos últimos siglos la humanidad ha experimentado varias especies de cidio. Dolorosa continuación de una serie iniciada al inicio mismo de la historia con el fratricidio cometido por Caín (Génesis 4). El sufijo cidio se entronca en el verbo latino occido u obcido, que significa golpear fuertemente, atormentar, matar. Así lo que se está haciendo hoy en el Arco Minero de nuestra Guayana es un brutal ecocidio.

Un cidio, que trágicamente se ha reeditado en nuestro tiempo es el genocidio. Este término incorpora otro también latino, genus, que se traduce por género, familia, con particular referencia a lo humano. Genocidio es, según el Diccionario de la Real Academia Española: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivos de raza, de religión o de política”.  El comienzo del siglo XX, caracterizado por el gran salto científico-tecnológico, registró algo, que manifiesta la marcha desigual entre el progreso del saber-saber hacer y el ético-cultural de la humanidad: el genocidio armenio. Éste fue copiado y ampliado por otras matanzas, entre las cuales sobresalen las de los nazis (pensemos en el Holocausto) y los comunistas (hambruna ucraniana, gulags y revolución cultural china).

Los genocidios, satisfagan o no las precisiones de su definición legal internacional, se distinguen por el volumen masivo de muertes y sacrificios humanos, así como por su sistematicidad y culpabilidad.  Comprenden así también las multitudinarias migraciones forzadas, el causar intencional o irresponsablemente el hambre y las enfermedades de un pueblo, al igual que el actuar una opresión generalizada acompañada no sólo de encarcelamientos injustos sino también de torturas.

Si las cosas son así, resulta evidente el carácter genocida del Régimen del Socialismo Siglo XXI, que se viene agravando en todo el transcurrir de este siglo y este milenio. Expresión patente de esa política genocida es el creciente éxodo forzado de la población, que está alcanzando ya la quinta parte de los venezolanos. Ante esto, más que formular una denuncia en organismos internacionales, se impone un elevar un grito que conmueva los oídos de los humanos de todo el planeta ¿Qué pasaría si esto sucediese, por ejemplo, en Argentina o España, en Suecia o Francia?

Los venezolanos que tengamos en el corazón un mínimo de humanidad debemos unir fuerzas para superar esta tragedia nacional y encaminar el país hacia una convivencia digna de hijos de Dios y de seres humanos. No podemos esperar a que de nuestro país quede un cuerpo esquelético y una nación descerebrada. Ante una catástrofe de estas dimensiones no nos paralicemos en diferencias tribales, en cenáculos de turbias negociaciones, ni en suicidas cálculos partidistas. Quienes están en el ámbito oficialista, por cualesquiera motivos, entiendan que Dios y el país sufriente les reclaman abrir compuertas a un gran encuentro en mutua comprensión y fraternidad. La unión reclama en estos momentos sincera conversión, espíritu de paz y actitud de reconciliación.

La Iglesia en Venezuela, a través de la Conferencia Episcopal, ha sido muy clara en su posición en favor del cambio político hacia una genuina convivencia democrática, que promueva un efectivo progreso en este país. Los obispos han asumido la parte que les corresponde, pero es a los laicos, que componen la casi totalidad de la Iglesia, a quienes corresponde, por propia vocación, comprometerse en actuar dicho paso en perspectiva de los valores humano-cristianos del Evangelio. En este sentido resulta muy oportuno el comunicado que acaba de publicar el Consejo Nacional de Laicos (03.11.2019), a raíz de su Asamblea Anual. En él leemos lo siguiente a propósito de la actual grave crisis:     
“Esta catástrofe no tiene otra salida que un cambio urgente del régimen que inicie una transición a la democracia (..).Todos unidos hemos de trabajar por  la reconstrucción y el progreso de Venezuela (…) Reclamamos el derecho de dirimir nuestras diferencias por medio del ejercicio de nuestra soberanía ciudadana, a través de procesos electorales en condiciones de igualdad, transparencia e imparcialidad, en arreglo a nuestra legislación y con la necesaria supervisión de organismos internacionales como la ONU, la OEA y la Unión Europea”.
Urge pasar del cidio a la recuperación y progreso del genus (pueblo) venezolano.