En los dos últimos siglos la humanidad ha
experimentado varias especies de cidio. Dolorosa continuación de una
serie iniciada al inicio mismo de la historia con el fratricidio cometido por
Caín (Génesis 4). El sufijo cidio se entronca en el verbo latino
occido u obcido, que significa golpear fuertemente, atormentar,
matar. Así lo que se está haciendo hoy en el Arco Minero de nuestra Guayana es
un brutal ecocidio.
Un cidio, que trágicamente se ha reeditado
en nuestro tiempo es el genocidio. Este término incorpora otro también
latino, genus, que se traduce por género, familia, con particular
referencia a lo humano. Genocidio es, según el Diccionario de la Real
Academia Española: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por
motivos de raza, de religión o de política”. El comienzo del siglo XX, caracterizado por el
gran salto científico-tecnológico, registró algo, que manifiesta la marcha
desigual entre el progreso del saber-saber hacer y el ético-cultural de la
humanidad: el genocidio armenio. Éste fue copiado y ampliado por otras matanzas,
entre las cuales sobresalen las de los nazis (pensemos en el Holocausto) y los
comunistas (hambruna ucraniana, gulags y revolución cultural china).
Los genocidios, satisfagan o no las precisiones
de su definición legal internacional, se distinguen por el volumen masivo de
muertes y sacrificios humanos, así como por su sistematicidad y culpabilidad. Comprenden así también las multitudinarias
migraciones forzadas, el causar intencional o irresponsablemente el hambre y
las enfermedades de un pueblo, al igual que el actuar una opresión generalizada
acompañada no sólo de encarcelamientos injustos sino también de torturas.
Si las cosas son así, resulta evidente el
carácter genocida del Régimen del Socialismo Siglo XXI, que se viene agravando
en todo el transcurrir de este siglo y este milenio. Expresión patente de esa
política genocida es el creciente éxodo forzado de la población, que está
alcanzando ya la quinta parte de los venezolanos. Ante esto, más que formular una
denuncia en organismos internacionales, se impone un elevar un grito que
conmueva los oídos de los humanos de todo el planeta ¿Qué pasaría si esto
sucediese, por ejemplo, en Argentina o España, en Suecia o Francia?
Los venezolanos que tengamos en el corazón un
mínimo de humanidad debemos unir fuerzas para superar esta tragedia nacional y
encaminar el país hacia una convivencia digna de hijos de Dios y de seres
humanos. No podemos esperar a que de nuestro país quede un cuerpo esquelético y
una nación descerebrada. Ante una catástrofe de estas dimensiones no nos
paralicemos en diferencias tribales, en cenáculos de turbias negociaciones, ni
en suicidas cálculos partidistas. Quienes están en el ámbito oficialista, por cualesquiera
motivos, entiendan que Dios y el país sufriente les reclaman abrir compuertas a
un gran encuentro en mutua comprensión y fraternidad. La unión reclama en estos
momentos sincera conversión, espíritu de paz y actitud de reconciliación.
La Iglesia en Venezuela, a través de la
Conferencia Episcopal, ha sido muy clara en su posición en favor del cambio
político hacia una genuina convivencia democrática, que promueva un efectivo
progreso en este país. Los obispos han asumido la parte que les corresponde, pero
es a los laicos, que componen la casi totalidad de la Iglesia, a quienes
corresponde, por propia vocación, comprometerse en actuar dicho paso en
perspectiva de los valores humano-cristianos del Evangelio. En este sentido
resulta muy oportuno el comunicado que acaba de publicar el Consejo Nacional de
Laicos (03.11.2019), a raíz de su Asamblea Anual. En él leemos lo siguiente a
propósito de la actual grave crisis:
“Esta catástrofe no tiene otra salida que un
cambio urgente del régimen que inicie una transición a la democracia (..).Todos
unidos hemos de trabajar por la
reconstrucción y el progreso de Venezuela (…) Reclamamos el derecho de dirimir
nuestras diferencias por medio del ejercicio de nuestra soberanía ciudadana, a
través de procesos electorales en condiciones de igualdad, transparencia e
imparcialidad, en arreglo a nuestra legislación y con la necesaria supervisión
de organismos internacionales como la ONU, la OEA y la Unión Europea”.
Urge pasar del cidio a la recuperación y
progreso del genus (pueblo) venezolano.
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