Se están
cumpliendo dos décadas de haberse iniciado el Concilio Plenario de Venezuela
(CPV), el primero y único en los 500 años de vida de la Iglesia en nuestro
país. Su plena vigencia merece un especial recuerdo, que va más allá de una
mera remembranza histórica.
Concilio designa
en la Iglesia una reunión fundamentalmente de obispos para intercambiar
y tomar decisiones acerca de sus responsabilidades pastorales. Los concilios son
tan antiguos como la Iglesia misma; se les llama plenarios cuando
abarcan una nación (o conferencia episcopal) y ecuménicos cuando
implican a todo el orbe, como fue el caso del Vaticano II.
El CPV, que sesionó
del 2000 al 2006, tiene la particularidad de ser el único celebrado hasta ahora
en la Iglesia universal durante el presente siglo. Dedicó sus trabajos al
ejercicio de la misión de la Iglesia -la evangelización- en sus varios
objetivos específicos o dimensiones. Siguió la muy fructuosa metodología
del ver-juzgar-actuar, lo que dio a sus deliberaciones un efectivo situarse en
la realidad venezolana.
Ahora bien,
como dentro del quehacer de la Iglesia está no sólo el compartir de la
comunidad de creyentes, sino también la activa participación de éstos en la
vida económica, política y ético-cultural del país, resulta obvia la incidencia
de los trabajos conciliares en la suerte del mismo. Entre los l6 documentos del
Concilio Plenario encontramos, por ende, tanto los que se refieren a la vida
interna eclesial -por ejemplo, los relativos a la catequesis y la liturgia-
como los que tocan la participación, especialmente de los laicos, en la marcha
de la polis -es el caso de los relativos a la educación y la cultura en su
sentido más amplio-.
Quisiera subrayar
aquí algunos documentos de especial interés general. En primer lugar, el
titulado La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad,
especie de manual en materia de Doctrina Social de la Iglesia aplicada a
Venezuela. Reviste peculiar interés para los laicos, cuya misión propia es el
de asumir las realidades temporales en la perspectiva de los valores
humano-cristianos. En íntima relación con el mismo, a manera de binomio, está
el de Evangelización de la cultura en Venezuela.
Dado que la
casi totalidad de la Iglesia son laicos, cuyo protagonismo eclesial y su misión
transformadora en la sociedad destaca el CPV, especial importancia reviste El
laico católico, fermento del Reino de Dios en Venezuela. No se considera ya
al laico como simple colaborador del clérigo -clericalismo que también el Papa
Francisco insiste se ha de superar-, sino como evangelizador a título propio en
la Iglesia y en el mundo.
Un aspecto
que no quisiera pasar por alto es el concepto de fe. Ésta no es
principalmente la aceptación de un conjunto de verdades (credo), sino un encuentro
personal con Jesucristo, del cual deriva adhesión, seguimiento, obediencia
y comunicación a otros, del Señor. Algo, pues, muy existencial y generador.
Alguien se puede considerar así muy creyente y practicante, pero, en realidad,
serlo poco o prácticamente nada. Este tema se trata en La proclamación
profética del Evangelio de Jesucristo en Venezuela
El CPV se
ofrece como un conjunto armónico doctrinal y práctico y no como un simple
agregado de reflexiones y propuestas. Adoptó, en efecto, una noción o categoría
que sirve de eje articulador o núcleo organizador de dicho conjunto. Tal es el
concepto comunión (equivalente a amor), que viene a ser,
por tanto, respuesta a la pregunta ¿Qué es? relativa a los más varios elementos
fundamentales, tanto prácticos como operativos, del mensaje cristiano.
Ejemplos: Dios es comunión, el plan creador y salvador divino es comunional, el
cielo es la plenitud de la comunión, el mandamiento máximo es el amor
(comunión).
En su
substancia el CPV conserva plena actualidad. Con obvias y necesarias adaptaciones,
que el mismo Concilio prevé y postula, constituye hoy la brújula para el
caminar de la Iglesia y de los católicos singularmente considerados en
Venezuela. Y ello, por muchos años, aún en la muy cambiante realidad.
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