Ante las proyectadas elecciones
parlamentarias, un conjunto de organizaciones políticas ha planteado como
respuesta: no concurrir. La abstención, desde el punto lógico, es una posición
negativa de parte de quien la sustenta, la cual, para serle productiva, ha de
ir acompañada de acciones que, de algún modo, procuren lograr el fin que se
busca con el abstenerse. Es decir, que un sí debe ir junto al no.
Pienso que la ausencia de un sí
consistente, en el caso de las votaciones (no elecciones) parlamentarias
de diciembre, motivó el Comunicado de la Presidencia de la Conferencia
Episcopal Venezolana del pasado 11 de agosto; de allí su insistencia en el “no
basta” con la abstención y la crítica a quienes se instalaban en una actitud
negativa, sin proponer alternativas serias y factibles. No pocos habíamos
venido insistiendo en la urgencia de plantear, por parte de la Asamblea
Nacional, entre otros, de proposiciones operativas para realizar el cambio del
régimen y del administrador de Miraflores. Opino que un efecto positivo del
referido Comunicado ha sido el de estimular a círculos políticos a proponer el
“sí” que faltaba.
El Consejo Superior de la
Democracia Cristiana acaba de publicar un Comunicado (No.8. agosto 2020)
titulado ¡La consulta popular y la Conferencia Episcopal! Es un
documento de suma actualidad y utilidad para el pueblo soberano de este país, a
fin de que en este momento asuma el ejercicio de la soberanía que la ha sido
usurpada por el gobierno, como lo reclamaron ya los obispos, de modo bien claro,
en su exhortación de 12 de enero de 2018.
El Consejo Superior democristiano
es coherente con el título que asigna su declaración y, en este sentido, cita
pasajes muy al grano de documentos del Episcopado venezolano, aprobados por su
organismo máximo que es la Asamblea Plenaria, congregada este mismo año en los
meses de enero y julio. Por cierto que en enero los obispos mencionaron los
artículos 70 y 71 de la Constitución Nacional, como posibilitantes del cambio
presidencial.
No es el momento aquí de hacer un
inventario de los desastres ocasionados por el Régimen desde finales del siglo
pasado (¡!) Pero estimo oportuno recoger una expresión que utilizó el
Episcopado en pleno, hace poco más de un mes, para calificar la presente
realidad nacional: “Vivimos inmersos en un caos generalizado presente en todos
los niveles de la vida social y personal” (Exhortación pastoral Dios está
contigo, no te dejará ni te abandonará, Dt. 31,6). Caos
significa radical confusión, desastre total. Desde el punto de vista
constitucional, jurídico, hay una maraña de ilegitimidades y en lo que respecta
a lo económico, político y ético-cultural, uno se pregunta si el país puede hundirse
todavía más.
El Consejo Superior lanza el
guante a los directivos de la Asamblea
Nacional, para que convoquen ya al pueblo soberano (CRBV 70-71) a fin de
que éste decida sobre el cese del Presidente de facto de la República,
de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente y la constitución -por parte de
aquella Asamblea-, de un Gobierno de Emergencia Nacional, que atienda a
la crisis humanitaria y convoque, en un plazo de doce meses, verdaderas elecciones presidenciales y
parlamentarias, “en sintonía con lo planteado por la comunidad internacional”.
¿Se quiere una salida del “caos
generalizado”, pacífica, democrática, civilizada? ¿Se quiere que sea el
soberano mismo y no intermediarios -oficiales o no, partidistas o no- quien
decida la suerte de la nación, el destino de este descalabrado país llamado
Venezuela? ¡La referida propuesta democristiana ofrece el camino!
Más de una vez me ha venido a la
mente la imagen de un tsunami al dibujarme la situación del país y el futuro
que enfrenta. Y la traigo aquí porque la amenaza que se nos plantea este fin de
año es de dimensiones catastróficas, frente a lo cual suena suicida, ridículo,
cruel, todo aquello que distraiga del peligro en puertas, fragmente esfuerzos
para encararlo unidos, exija “purismos” que impidan respuestas realistas,
dificultando o impidiendo así una solución que vaya al corazón del problema. Venezuela
no tiene porvenir digno sin cambio de régimen. Lograrlo es un deber humano,
creyente, cristiano. “Despierta y reacciona, es el momento”.