El 20 mayo 2018 hubo “elecciones
presidenciales” en el país. La Conferencia Episcopal Venezolana, congregada en
su 110º Asamblea General, publicó una exhortación (11 julio) en la cual expresó
que dicho acto electoral, “a pesar de todas las voces -entre ellas la nuestra-
que advertían su ilegitimidad, su extemporaneidad y sus graves defectos de
forma, sólo sirvió para prolongar el mandato del actual gobernante”.
Los Obispos agregaron: “La
altísima abstención, inédita en un proceso electoral presidencial, es un
mensaje silencioso de rechazo, dirigido a quienes pretender imponer una
ideología de corte totalitario, contra el parecer de la mayoría de la
población”.
En el mismo documento se afirmó
algo, que conserva plena vigencia en vísperas de viciadas elecciones parlamentarias
manejadas por el Régimen: “Desde el Ejecutivo Nacional, la ilegítima Asamblea
Nacional Constituyente y el Consejo Nacional Electoral se pretende conculcar uno
de los derechos más sagrados del pueblo venezolano: la elemental libertad para
elegir a sus gobernantes en justa competencia electoral, con autoridades
imparciales, sin manipulaciones ni favoritismos. Mientras existan presos
políticos, y adversarios a quienes se les niega su derecho a postularse, no
habrá proceso electoral libre y soberano”. Se subraya esta consecuencia:
“Vivimos un régimen de facto, sin respeto a las garantías previstas en la Constitución
y a los más altos principios de dignidad del pueblo”.
Con respecto al evento electoral
del próximo 6 de diciembre, el mismo Episcopado, en exhortación del 15 de
octubre pasado, puso de relieve que dicho acto tiende a agravar la situación
política nacional y está plagado de vicios, añadiendo que “aún deben realizarse
las elecciones presidenciales” por haber sido ilegítimas las de 2018; de allí
la necesidad de convocar unas auténticas elecciones parlamentarias y
presidenciales “con condiciones de libertad e igualdad para todos los
participantes, y con acompañamiento y seguimiento de organismos internacionales
plurales”. Los obispos insistieron en que “las diversas organizaciones civiles,
las universidades, los gremios, las academias, los empresarios y los
trabajadores, las comunidades de los pueblos originarios y los jóvenes deben
hacer esfuerzos en conjunto para restablecer los derechos democráticos de la
nación”. A este planteamiento de los representantes de la Iglesia responde la
Consulta Popular en marcha.
Esta Consulta fue propuesta por
la sociedad civil y aprobada por la Asamblea Nacional; se realizará en la primera
quincena de este diciembre, reviste particular urgencia y tiene pleno
fundamento constitucional ¿Hay algo más obligante y oportuno en el presente
desastre nacional, que preguntarle al soberano, quien tiene poder propio,
originario y constituyente (CRBV 5), qué ordena para comenzar la reconstrucción
de este país? En situaciones como la presente es a él, y no simplemente al
Gobierno, a partidos políticos u otras organizaciones, a quien le corresponde
señalar el rumbo a seguir. La Consulta Popular será instrumento muy apto para
un cambio positivo nacional (la que se tuvo en 2016 fue buena iniciativa, pero
incompleta, pues, entre otras cosas, no se cobró; además, vivir de modo creativo
es insistir sabiamente en objetivos válidos, máxime en escenarios cambiantes).
Frente a la dictadura militar de
signo comunista, que busca a través del 6D imponer un Estado socialista,
comunal, inconstitucional e inmoral, la Consulta Popular constituye un paso de
primer orden hacia una Venezuela digna y próspera.
Nos merecemos los venezolanos un 2021
sin presos políticos, sin torturados, sin muertos por hambre o deficiencia
sanitaria, sin com-patriotas ex-patriados (5 millones por el momento), sin
opresiva militarización y expansiva “narcorrupción”.
Nos merecemos un futuro con servicios públicos que funcionen, con un bolívar que
valga algo, con luz y combustible básicos, con educación y comunicación libres;
con un ambiente de emprendimiento, progreso compartido, desarrollo integral,
alegría y esperanza, democracia y calidad ético-espiritual.
V enezuela debe entrar ya al Siglo
XXI después de la pesadilla involutiva de dos décadas. Ha de ser compromiso de
todos. Dios primero.