El Estado es una construcción humana para el mejor servicio de la persona y de la convivencia que ésta ha de tejer en la historia. Dios creó personas, las cuales trazan fronteras y erigen soberanías para cuidar el desarrollo personal y comunitario. El Estado es, por tanto, para la persona y no lo contrario, por lo que ha de revisarse siempre en función de su finalidad.
Desde antiguo se han dado
desequilibrios en esta relación, con penosas consecuencias para el conjunto
social. Imperios con poderes absolutos concentrados en personas y familias,
dictaduras y tiranías del más diverso género. Modernamente, la imposición de
totalitarismos con la auto divinización de sus jefes (Führer, Duce, Secretario
General del Partido, Comandante Máximo…). El socialismo marxista, que
ideológicamente relativiza al Estado profetizando su ocaso, de facto lo
ha convertido en leviatán inmisericorde y criminal manejado por gente como los
Kim y los Castro. En nuestro tiempo se quiere también convertir al Estado, aún en
países democráticos, en refugio y brazo ejecutor de quienes hábilmente buscan
imponer ideologías minoritarias beligerantes y sólidamente financiadas, tales
como las de género y anti vida. Aquí se aplica lo dicho por Juan Pablo II: “Una
democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o
encubierto, como demuestra la historia” (Centesimus Annus 46). No sobra denunciar
aquí la utilización de la soberanía del Estado, como burladero para la
violación de los derechos humanos, como si a éstos se le pudiesen erigir
fronteras.
El relato de la creación que trae
el capítulo primero del Génesis dibuja a Dios como un aplicado y eficiente
artesano que realiza en una semana las etapas de su obra, a la cuales va
calificando diariamente como buenas. Al caer la tarde del sexto día, luego
de producir el binomio humano (hombre y mujer), al cual entrega todo lo
anteriormente hecho, el calificativo que emplea es “muy bueno”. La pareja
humana recibe de Dios el amplio cosmos y el pequeño mundo concreto como don y
tarea. Como regalo y campo de relacionamiento, desarrollo y emprendimiento. El
Creador aparece completando su laboriosa semana con un razonable día de
descanso
El ser humano, eje referencial de
todo el proceso creativo, resulta constituido como ser para la comunicación y
comunión con Dios y con “el otro”, en el marco de un hábitat dado como casa
amistosa, estrechamente ligada a la suerte de sus huéspedes. El relato genesíaco es, pues, de gran riqueza
antropológica. Contiene múltiples elementos que entran en la comprensión,
situación y destino humanos, como son su corporeidad, espiritualidad, socialidad,
historicidad, así como su limitación, fragilidad y pecaminosidad. La revelación
judeo-cristiana desde su fuente primordial bíblica ilumina y enriquece lo que
el intelecto humano, en el ejercicio de sus propias capacidades, puede formular
sobre la persona.
Lo anteriormente dicho ayuda a
entender una afirmación clave en la Doctrina Social de la Iglesia, a
saber, la “centralidad de la persona”: “el principio, el sujeto y el fin de
todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por
su misma naturaleza, tiene necesidad de la vida social” (Concilio Vaticano II, Gaudium
et spes, 25). Esto entraña algo que hemos de tener siempre presente: al ser
humano no se lo puede considerar en modo alguno como medio e instrumento, ni disolverlo
en masa humana, en colectivo sin rostros. Por ello, también, cuando se afirma
con justeza que el bien común debe prevalecer sobre el individual, se debe
recordar que dicho bien común consiste en “el conjunto de condiciones de la
vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros
el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (Ib., 26).
El sujeto humano es fin, no
medio. Una “nueva sociedad” ha de ser un conjunto fraterno de rostros. El
Estado (nación, estructura social, economía, política…) debe estar al servicio
de la persona. Lo “comunal” no puede disolver la persona. No hay comunidad sin
personas. Tanto el individualismo egocentrista como el colectivismo masificante
son incompatibles con el ser y el bien-estar de la persona, como sujeto
consciente, libre, social, abierto a la trascendencia.
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