República nada pacífica. Es la que hemos tenido en dos siglos de independencia. Y la seguimos teniendo, dado el carácter dictatorial militarista del régimen actual y la inexistencia de un estado de derecho. Paz no es simple ausencia de guerra; es convivencia en serenidad social con libertad, justicia y solidaridad.
En su Historia fundamental de Venezuela J. L. Salcedo Bastardo tiene
un capítulo titulado Conmociones y violencia, que sintetiza la tragedia
venezolana. No menos de 354 sucesos sangrientos y violentos mayores y numerosos
otros de menor importancia -dice- “hacen de la inestabilidad y la zozobra el
clima del proceso nacional”. Subraya que desde 1830 a 1935 no se registró ni
siquiera un lustro continuo de paz estable. En el papel no faltaron buenas intenciones
en declaraciones como las del Decreto de Garantías del presidente Juan
C. Falcón (18 de agosto de 1863) y la cantidad de constituciones aprobadas
desde la Independencia.
A partir de la caída del general Gómez el balance no muestra una secuencia tranquila.
Luego de dos lustros de noviciado libertario con López Contreras y Medina
Angarita, interrumpido por el relámpago octubrista, se volvió las andadas
dictatoriales por una década. El promisor
período democrático inaugurado el 23 de enero del ´58 y clausurado en diciembre
del ´98 no logró espantar definitivamente los fantasmas del pasado (se olvidó
que la democracia, como planta viva, requiere cuido, poda, abono). Sectarismo, intolerancia,
populismo, dictadura, están al asecho. El permanente recomenzar es la razón por
qué las instituciones republicanas no se han consolidado en nuestra patria, con
las consecuencias inevitables en el conjunto económico-político-ético cultural
de la nación. Y se ha registrado un continuado vacío en educación para la
polis, la ciudadanía.
Hoy el país -en despoblación y destrozo global- es un nudo gordiano de
inconstitucionalidades, ilegalidades e ilegitimidades, con esquizofrenia operativa;
de allí la urgencia de una refundación, que implica reconstitucionalización. A
dos décadas de un nuevo siglo-milenio Venezuela sigue sin brújula segura y confiable.
No bastan calmantes; es preciso apelar a procedimientos que vayan al fondo de
la crisis y permitan una salida sólida con perspectiva de permanencia.
Sobre el tapete de la actualidad está el tema de nuevas elecciones, al cual
se agrega el de retomar el “diálogo” para lograr entendimientos. Al pueblo
soberano (CRBV 5) le toca decidir el presente-hacia-el-futuro nacional. No
pocos nos inclinamos por un proceso constituyente, pero podría también buscarse
una solución electoral. Todo ello plantea, sin embargo, como conditio sine
qua non que el proceso sea auténticamente libre. No es lo mismo elegir
(acto libre de la voluntad) que votar (acto físico de adhesión). Mas, ¿puede
haber elección con estos Consejo Nacional Electoral y Tribunal Supremo
de Justicia subordinados, con una Asamblea Nacional nada representativa y la
voluntad manifiesta del oficialismo de “vinimos para quedarnos”, apoyándose todo
ello en una Fuerza Armada alineada? El régimen quiere que se le mendigue algo
que es competencia del soberano. En estas circunstancias se hace necesario un consistente
apoyo de organismos internacionales (supervisión, asesoría…) a lo que desde
dentro se haga para posibilitar una decisión libre del soberano.
Una Venezuela para todos -me gusta calificarla de multicolor y polifónica-
ha de estar en la mira de todos estos ajetreos. Dicho en otros términos: el
objetivo nacional debe ser una restructuración y funcionamiento del país, de
acuerdo con lo mandado constitucionalmente. Porque la vida de Venezuela transcurre
hoy al margen de la ley. No hay estado de derecho, sino una dictadura militar,
instrumento de un proyecto socialista comunista. Y no podemos seguir malbaratando
el siglo XXI-tercer milenio.