jueves, 21 de septiembre de 2023

2024: RESPUESTA POSITIVA

 

¿Dónde está tu hermano Abel? (Génesis 4, 9)

    Es la pregunta hecha a un fratricida en los albores de una historia plagada de reediciones individuales y colectivas de crímenes de esa misma especie. La respuesta dada entonces por el agresor resultó paradigmática en relación a las formuladas a través de los tiempos en casos semejantes. El milenio concluido hace poco experimentó, en medio de muchas otras tragedias, dos guerras mundiales con millones y millones de fratricidios; y el que se está iniciando abunda ya en cadáveres de hermanos, fruto de las más diversas formas de exterminio humano.

    La respuesta que dio entonces Caín, es entonces la repetida en el decurso de generaciones, expresiva de la negación del otro como proximus: No sé ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?

    Dolorosamente el devenir humano exhibe una ininterrumpida secuencia de enfrentamientos y conflictos con abultados saldos de víctimas y destrucción. La humanidad creada por Dios como ámbito de encuentro y convivencia, de progreso compartido, degenera en arena de enfrentamientos y muerte. En estos mismos momentos, conflictos internacionales como la guerra en Ucrania y masacres causadas por clanes y guerrillas a más de asesinatos aislados sin número, siguen ensangrentando pueblos y sacrificando vidas.

    Pero la insolidaridad cainítica no se reduce al asesinato. Se manifiesta también en múltiples formas de distanciamiento del prójimo, de injusticia-agresión-dominación individual y social. El mandamiento del Decálogo no matarás se viola de los más diversos modos, algunos de ellos sofisticados y disfrazados como en el caso del aborto.

    La narración genesíaca explicita una realidad penosa del ser humano, que si bien no es materia de las ciencias naturales y sociales, penetra la cultura con su carga destructiva. Se trata del pecado, categoría de orden ético y espiritual, con reflejos en todo el andamiaje humano. Cuando uno dirige la mirada a la realidad cercana y cotidiana percibe fácilmente sus expresiones en la soberbia y la avaricia,  la indiferencia y el odio,  la insolidaridad y el distanciamiento, que conducen a una sociedad fracturada, escindida por el egoísmo en las más diversas formas.

    ¿Qué explica que una cuarta parte de los venezolanos hayan emigrado del país, buscando otro suelo que los albergue; que la gran mayoría de los compatriotas padezca un empobrecimiento causado por la rapiña y la culpable mala administración de los bienes nacionales; que centenares de connacionales estén encarcelados y sean torturados por pensar distinto de los gobernantes; que millones de coterráneos no puedan expresarse con libertad y moverse sin amenazas?

    Ante estas y situaciones semejantes se actualiza el reclamo de Dios: ¿Dónde está tu hermano?

    La presente crisis nacional no es fruto de desastres naturales, sino de desórdenes morales y fallas ético-culturales, de insolidaridad con el proximus, que reeditan la respuesta de Caín: Soy yo acaso el guarda de mi hermano?

    Las Primarias de este año y la Presidenciales del próximo constituyen una oportunidad obligante de darnos y dar una respuesta positiva al reclamo de cercanía de nuestro prójimo y de la nación entera. De manifestar activa y eficazmente nuestra corresponsabilidad respecto de la suerte de nuestros hermanos venezolanos, especialmente de los más necesitados.

    2023 y 2024 han de ser tiempo de reencuentro nacional. En la línea de la refundación nacional que el Episcopado nacional ha venido urgiendo. Podemos y debemos reconstruir el país como casa común, libre, justa y grata de todos los venezolanos, como república democrática real, multicolor y polifónica. Como la fraternidad querida por Dios.

    Tenemos derecho y estamos obligados a construir una Venezuela sin fronteras y exclusiones internas, que fracturan la indispensable unidad nacional.

    El soberano (CRBV 5) está urgiendo nuestro protagonismo, para que respondamos positivamente a la pregunta ¿Dónde está tu hermano venezolano? A dos siglos de Carabobo hemos de retomar la tarea construir la República como el hogar deseable, próspero, por el cual ofrendaron su vida los libertadores.  

 

 

 

 

viernes, 8 de septiembre de 2023

ECONOMÍA Y POLÍTICA: PROBLEMA CULTURAL

 

    La gravedad y globalidad de la crisis nacional, que cubre todo este siglo-milenio, invita a reflexionar sobre la íntima relación de lo económico y lo político con lo cultural, o mejor, la interpretación de éstos como un conjunto tridimensional, poniendo especial atención al caso venezolano.

    El término cultura está cargado de muchas significaciones, que se pueden agrupar primordialmente en un binomio: sectorial y global. En este último sentido, cultura es una noción totalizante, integradora de todo lo social: económico, político y ético-espiritual. En sentido sectorial, se circunscribe a los campos de lo artístico y literario, de lo valorativo moral y la expresión religiosa, del relacionamiento ecológico y de lo peculiarmente tradicional y convivencial. Es comprensible que las fronteras de los sectores no son de precisión físico-matemática o cosa parecida. Lo cultural como sector puede ser denominado como ético-cultural o ético-espiritual.

    Concretando a Venezuela, es patente que el desastre de la economía nacional (pensemos en la industria petrolera y las grandes empresas de Guayana) no ha sido fruto, principalmente, de cálculos financieros errados, de procesos técnicos desarticulados, de estrategias deficientes o cosas por el estilo, sino de: marcada ideologización gerencial, gigantesca y generalizada corrupción, partidización e irresponsabilidad administrativas.

    De modo parecido, el deterioro político no ha sido efecto, primariamente, no de improvisación de cuadros directivos, anarquización de procedimientos, inflación burocrática y clientelar, sino de: simbiosis ideológica de Estado y Partido generadora de hegemonías como la comunicacional y enmarcada en un proyecto totalitario de tipo comunista-castrista, conceptuado como Socialismo del Siglo XXI. La inexistencia de un estado de derecho no es simple producto de apetencias personales o grupales -lo sucedido repetidas veces en la historia venezolana- sino resultado de una concepción marxista de la persona y de la sociedad, según la cual el ciudadano y su convivencia son engullidos por un régimen colectivizante, para el cual la dignidad y los derechos humanos no tienen consistencia propia, pues todo es relativizado con respecto a un poder central sin límites. En este contexto, prisión y torturas para los disidentes políticos así como amedrentamiento sistemático de la ciudadanía se convierten en puntos ordinarios de la agenda oficial. El pueblo (soberano), que en una república democrática actúa como poder supremo, originario, es expropiado por un “Poder Popular” autosuficiente, con pretensiones de absolutez y perennidad. “Vinimos para quedarnos” y “por las buenas o por las malas”, son principios manejados como supremos e inapelables.

    El desastre económico y político venezolano es resultado entonces de una teoría-praxis dominadora y masificante de la persona y de la sociedad, que el poder armado asegura y la hegemonía comunicacional-educativa busca introyectar en la población.

    La urgente refundación nacional, que el episcopado patrio repetidamente plantea, no se reduce, por consiguiente, a una reconstrucción económica y política del país en términos sólo de racionalidad técnica, adecuados procedimientos, eficacia administrativa y factores semejantes. Esa refundación debe ir en mayor profundidad, a las raíces, comenzando por la concepción misma de la persona (propia o prójima), más allá de simple ente económico productor-consumidor-contribuyente y político ciudadano-votante-. Esa refundación exige asumir la desglosada en el Preámbulo de la Constitución e ir todavía más hondo. Los creyentes y los cristianos en particular tenemos en los mandamientos y virtudes exigencias y estímulos hacia un humanismo en continuo perfeccionamiento. Bastante hemos sufrido por la soberbia y la avaricia empoderados, por el afán de dominación y libertinismo desencadenados, para no entender que una “nueva sociedad”, perfectible siempre, es posible con un serio compromiso económico de solidaridad, político de servicio y cultural de calidad ética y espiritual.

  “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”. Siglos antes de Cristo lo estampó Sófocles en su tragedia Edipo.