En medio de la crisis de ideas y propuestas sobre cómo organizar la
sociedad en sus varios ámbitos económico, político y ético-cultural, se dispone
de un conjunto orientador orgánico bajo la denominación de Doctrina Social
de la Iglesia (DSI).
Ante todo, conviene precisar que aquí Doctrina no se identifica con
una cerrada o dogmática formulación conceptual, ni “de la Iglesia” con algo
para uso de solos católicos. En efecto, constituye un conjunto abierto, siempre
en actualización, a disposición no exclusivamente de a católicos, sino de
cristianos en general, así como de creyentes y no creyentes, sensibles todos sí
a la edificación de una sociedad genuinamente humanista. La DSI una enseñanza propuesta
formalmente por la Iglesia como guía para una praxis que responda al
ideal cristiano de vida societaria, pero también a las exigencias humanas para
la edificación de una sociedad al servicio integral del hombre. De allí que dicha
Doctrina se formula en forma de secuencia propositiva, con una gradación de
razones y objetivos que posibilitan su aceptación y ejecución por los miembros
de la Iglesia, pero también y a manera de círculos que se expanden, por todos
los demás, de cualquier denominación o afiliación, pero que coinciden en el
denominador básico de constructores de una deseable convivencia humana. Así,
por ejemplo, el respeto a la vida y el disfrute de una sociedad pacífica, libre
y justa se los plantea como derechos humanos básicos, pero también como
mandamientos del Decálogo y como actuación del “mandamiento nuevo” del Señor
Jesucristo. Por eso la DSI está abierta al diálogo y al compromiso de personas
y grupos en perspectiva pluralista y es, en consecuencia, un conjunto no monopolizable
por un partido político, una organización social o un sector ciudadano
determinados. Lo cual no excluye que se la pueda asumir como identificación
programática explícita, pero sin pretensiones de exclusividad por corrientes,
movimientos o partidos políticos.
La DSI, como propuesta social histórica, está en aggiornamento permanente,
lo que de modo fácil se aprecia comparando su primer gran documento, la Rerum
Novarum de León XIII (1891), con las encíclicas de los últimos
papas, y aquí, en nuestro país, con lo producido por el Concilio Plenario de
Venezuela en sus documentos 3 y 13.
La DSI provee de elementos válidos
para la edificación, siempre progresiva, de una “nueva sociedad”. Valgan como ejemplo a) la tríada de
componentes, economía participativa, democracia plural y calidad espiritual, b)
la tríada de integradores sociales, solidaridad, participación y subsidiaridad,
c) los derechos humanos como eje central societario y d) la opción privilegiada
por los más necesitados.
Después de un cierto opacamiento de la DSI, principalmente por la crisis de
organizaciones que la asumían como estandarte político-partidista, hoy en día -y
sin duda, en Venezuela- está reapareciendo como instrumento efectivo de
renovación societaria, como oferta válida y desafiante para su concreción en
programas políticos renovadores e inspiración de iniciativas de la sociedad
civil. Deber de la Iglesia es percibir acertadamente estos signos, retomar como
obligante una formación correspondiente y el estimular, en diversos modos y
formas, iniciativas de aplicación.
Actualmente se plantea entre nosotros la urgencia de una refundación
nacional, a raíz del vendaval ocasionado por la imposición de un
modelo socialista de corte totalitario. Pues bien, la DSI se ofrece como un conjunto
de principios, criterios y orientaciones para la acción, disponible con miras a
la conformación de modelos, planes y proyectos sociales, que respondan de veras
a las exigencias de una república democrática de auténtico sentido humanista.
Ésta ha de ser, pluralista, solidaria y participativa, en la cual el respeto y la
promoción de los derechos (con su otra cara de deberes) humanos sea el eje
central del tejido social. Debe responder a nuestra Carta Magna y avanzar,
entre otras cosas, en descentralización y educación ético-cívica.