martes, 30 de julio de 2024

OBISPOS ANTE 28J

 

“El día 28 de julio debe ser un día de fiesta democrática” ¿Quién lo dice? Los obispos de Venezuela reunidos en asamblea plenaria, mediante su mensaje titulado Caminar juntos con esperanza (11. 7. 2024).

Al hacer esta invitación, ellos no ignoran que hay profetas del desaliento” (para quienes “nada se puede hacer”, “nada cambiará”) y que el acontecimiento de julio “es un proceso electoral atípico, en el que no hay igualdad de oportunidades para todos”. Pero sobre todo manifiestan la confianza en Dios, reafirmada con la cita del profeta Isaías: “No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré” (Is 41,10). Y al final del mensaje invocan a Dios, Trinidad Santísima, y a la Patrona nacional, María de Coromoto, para que inspiren mentes y corazones y así “tomar el camino más certero en los próximos años de vida democrática en nuestra patria”. 

Los obispos manifiestan estar bien conscientes de la situación del país al recordar:  la “grave crisis que golpea al pueblo”, “deterioro constante en los sistemas educativo, alimentario, de salud, de servicios públicos, de participación ciudadana, de justicia y de libertades tipificadas en la Constitución Nacional” y una autorreferencialidad de instituciones públicas que sirven “sólo a una parcialidad política”. A esto añaden “la persecución y el hostigamiento a quienes facilitan instrumentos necesarios para las concentraciones y la libertad de movimiento de candidatos con opciones diversas a la opción gubernamental”, de modo que “es desleal y falta de toda ética política lo sucedido hasta ahora”. Pudieran haber agregado aquí el drama de los presos políticos, que habían denunciado ya anteriormente.

A dos instituciones públicas claves en el proceso electoral hacen los obispos exigencias muy concretas: a la electoral y a la militar. Al Consejo Nacional Electoral lo emplazan: “Es hora de que ejerza su autonomía e independencia (…) y vele por un acto electoral ajustado a la Constitución Nacional y normas electorales. No pueden quedar dudas del proceso y de los resultados en bien de la paz y serenidad del pueblo venezolano”. Y a la Fuerza Armada, cuyo papel “es fundamental como garante de la institucionalidad democrática (… y) su misión consiste en servir al pueblo soberano, respetando y haciendo respetar la voluntad popular expresada en el voto, y garantizando el orden y la paz en todo el territorio nacional”.

La especial importancia de estas elecciones presidenciales  la pone de relieve el Episcopado cuando afirma: “En el próximo período de gobierno hay retos de primer orden para quien salga elegido: la reinstitucionalización del Estado y del País, promover la separación de los poderes del Estado, la promoción y respeto a los derechos humanos, el diseño de una nueva economía que genere puestos de trabajo y salario digno, el mejoramiento de los servicio públicos, reconfigurar el sistema educativo (…) fortalecer el sistema de salud para una atención digna y eficaz a los enfermos, luchar contra la pobreza y la corrupción, promover el respeto a la libertades ciudadanas y de expresión”. A esto podríamos añadir: repoblar el país procurando el regreso de tantos y el cese de la masiva emigración.

Elogio de la democracia y valoración de la política. Son dos aspectos de particular insistencia en el documento episcopal. Y fundamentales para la refundación del país. En este sentido los obispos subrayan la necesidad de una efectiva participación ciudadana y la obligación moral que esto implica; citan oportunamente advertencias y recomendaciones del Papa Francisco. Se recalca el reto de un serio compromiso para hacer de la política “una herramienta para el progreso y la convivencia solidaria”.

Cuando los obispos venezolanos invitan a convertir el 28 Julio en “un día de fiesta democrática” no lo hacen en un arranque de entusiasmo y deseo superficiales, sino conscientes de la gravísima crisis nacional y de los muy desafiantes desafíos que ésta plantea; pero también y sobre todo, confiados en el auxilio divino y en las potencialidades de nuestro pueblo para retomar su vocación y obligación de soberano democrático.

 

 

 

 

 

 

jueves, 11 de julio de 2024

CIUDADANO DE DOS MUNDOS

 

De acuerdo a la antropología cristiana se puede hablar del ser humano como ciudadano de dos mundos.

Una carta de san Pablo en la que habla con bastante emoción de esta doble ciudadanía fue escrita desde una cárcel y, por cierto, en la perspectiva de una pronta ejecución. Es la llamada Epístola a los Filipenses, en la cual el Apóstol refleja una aguda tensión existencial entre el seguir viviendo -“permanecer en la carne” dice él- o morir y estar con Cristo, lo cual, agrega, “resulta lo mejor”. Junto a reafirmar su actual compromiso de servicio a la comunidad cristiana, a la cual se ha entregado con todas sus fuerzas en un continuo peregrinar, Pablo declara que “nuestra ciudadanía (políteuma) está en los cielos”; afirma, por tanto, su pertenencia a dos mundos como miembro de dos polis: la terrena, en la cual no descansa como incansable misionero, y la celestial, que espera como plenitud definitiva. Dos ciudades no simplemente yuxtapuestas, sino en estrecha conexión.

Sobre la relación de estas dos ciudades es bien iluminadora la narración del Juicio Final, la cual, según el evangelista Mateo (25, 31-46) hace el mismo Jesús. Allí aparece como patente criterio de tal juicio las actitudes y comportamientos tenidos en este mundo respecto del prójimo, especialmente del más necesitado. En efecto, los que resultan aprobados, lo son porque han dado de comer al hambriento, visitado a los presos y socorrido a los enfermos, entre otras obras de solidaridad; y los que salen reprobados, la causa ha sido su indiferencia respecto del prójimo en situaciones similares.  Es decir, que el buen o mal ejercicio servicial de la ciudadanía terrena es el documento de aprobación o rechazo de la entrada a la Jerusalén celestial.

Contrariamente a la interpretación marxista que considera lo religioso como alienante, en el compromiso temporal de apertura o cierre solidarios se juega la suerte eterna del ser humano; Jesús se declara como escondido o disfrazado en el prójimo, particularmente en el más débil: “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).  Para entender adecuada y proactivamente este pasaje evangélico, es preciso proyectar en dimensiones mayores las obras a que hace referencia. Es preciso entenderlas no sólo respecto del servicio pequeño y de persona a persona, sino también en la perspectiva persona-comunidad y macrosocial. Así se interpretarán también, como obras que quiere y manda Dios, las buenas políticas alimentarias, habitacionales y carcelarias.

Esta escena del Juicio Final es una enseñanza interpelante acerca del comportamiento en el ámbito de la convivencia, en la correspondiente responsabilidad política. La relación de obediencia y amor a Dios, que es Trinidad, comunión, no se reduce a un encuentro privado, intimista, verticalista, sino que envuelve una atención integral al prójimo, especialmente el más requerido de atención. Contra toda interpretación alienante, las dos polis en que se encuadra el ser humano guardan estrecha relación, como aparece también en otros pasajes del evangelio, entre los cuales la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31).

¿Dónde está tu hermano? Esta pregunta formulada por Dios al fratricida Caín en los albores de la humanidad, según relata el Génesis (4, 9), es la permanente pregunta que hemos de sentir como formulada a nosotros los humanos por un Creador que nos hizo sociales y miembros de una gran familia, en la cual estamos llamados a reflejar la bondad de quien quiso fuésemos su imagen y semejanza.

La narración del Juicio Final resulta entonces una exigencia muy concreta para los cristianos respecto de la construcción de una nueva sociedad, libre, solidaria, pacífica, sabiendo que en el buen ejercicio de la ciudadanía temporal, se juega la suerte de la polis celestial. Un escritor de la Iglesia de los orígenes, Ireneo, escribió algo sumamente aleccionador y desafiante: “La gloria de Dios es que el hombre viva”.

jueves, 4 de julio de 2024

DE QUÉ DIOS HABLAMOS

 

Definitoria en el cristianismo es la confesión de fe en la Trinidad, que es central en el Credo o síntesis de la fe. Por cierto que el Papa Pablo VI quiso destacar esa trinitariedad divina en el Credo del pueblo de Dios que él mismo proclamó en 1968 y el cual comienza así:” Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

Ahora bien, esta característica trinitaria de la fe cristiana no es tan simple como a primera vista pidiera aparecer. Aquí es preciso diferenciar entre lo que explícitamente se confiesa y lo que se implicita en la reflexión y vida ordinaria de la Iglesia y de los creyentes. En otras palabras: ¿Qué noción de Dios se maneja en la cotidianidad de los cristianos? ¿Qué concepto de Dios se tiene en mente al orar, al relacionarse en la comunidad creyente y conducirse en la vida ordinaria de la ciudad? A propósito de preguntas como éstas se suele mencionar al filósofo Kant, quien estimaba que lo trinitario divino no tenía incidencia práctica alguna; conviene también recordar lo dicho por el connotado teólogo católico Karl Rahner, alemán también, para quien si se eliminara el dogma trinitario en los libros de teología nada cambiaría en el pensamiento y la vida de los cristianos. En otras palabras: la seriedad y solemnidad de la afirmación doctrinal de la Trinidad se quedan bien confinadas en lo teórico, sin que tengan significativo reflejo en lo vivencial creyente y eclesial. Algo, pues, bien serio.

De hecho la idea de Dios que manejan generalmente los cristianos viene entonces a coincidir con la de la Ilustración o Iluminismo del siglo XVIII -pensemos en connotados representantes como el inglés A. Collins y el francés Voltaire-; esa corriente de pensamiento afirmaba la existencia de Dios, pero sin reconocerle repercusión alguna en la historia. Se aceptaba a Dios como ser absoluto, sí, pero solitario y lejano del acontecer histórico. Éste era tarea sólo de la razón y la voluntad humanas.

Uno de los indicadores más significativos de la renovación teórica y práctica católicas de estos últimos tiempos ha sido precisamente la “recuperación” de lo trinitario divino. Expresión emblemática de ésta ha sido la concepción del Concilio Vaticano II respecto de la comunidad eclesial como “Iglesia de la Trinidad” (cf. Lumen Gentium 2-4), superando la interpretación corriente, que la definía prácticamente sólo por su relación a Cristo, Hijo de Dios encarnado.

La Trinidad entendida como comunión (unión, interrelación personal) divina, superando una concepción que pudiera considerarse sólo principista o sectorial viene a convertirse en marco global de comprensión del conjunto doctrinal y práctico cristianos; algo así como foco iluminador y sentido de la totalidad que se asume en la fe.  Dios como comunión (amor) se convierte de tal modo en el principio explicativo de la globalidad cósmica, la dinámica unificante de la historia, la socialidad humana, el tejido político, lo comunitario eclesial, el horizonte amorizante de lo ético, el núcleo armonizador de la espiritualidad, en suma, la finalidad (telos) de la obra creadora y salvadora divina.

La cultura, que de por sí es un tejido de símbolos, en su configuración actual puede definirse como doblemente simbólica - “civilización de la imagen” se la ha llamado-. Pues bien, el Dios revelado por Cristo como Unitrino, tiene en el triángulo equilátero -con sus tres ángulos y lados distintos e iguales- un símbolo apto para ser representado. Es lo que exponía el P. J. Rafael Faría en su Curso superior de religión (Editorial Librería Voluntad S. A., Bogotá 1945), bastante difundido. Extrañamente después del Concilio Vaticano II ha desaparecido práctica y lamentablemente tal simbolismo trinitario, el cual estimo, de suma importancia y urgencia, recuperar y difundir. Esto vendría a llenar un gran vacío en la cultura actual, acentuadamente simbólica, pero también secularista e individualista.