Refundación nacional, ha sido un término acuñado por el Episcopado
nacional en la presente circunstancia histórica para subrayar la necesidad de
enfrentar cuestiones básicas del país, tomando en cuenta el historial de
nuestro pueblo, elementos fundamentales de su cultura y el futuro deseable.
Rayo de esperanza en un presente oscurecido por densas sombras ha sido la multitudinaria
decisión del 28 de julio pasado en pro de un cambio efectivo de la nación hacia
un futuro democrático y de reencuentro ciudadano. Se votó por la superación de décadas
de destrucción y de la honda crisis de la República. Entusiasta y global ha
sido la manifestación popular hacia una convivencia en justicia y libertad, en
paz y progreso consistentes, valores que están plasmados en el Preámbulo
y los Principios Fundamentales de nuestra Constitución pero, desgraciadamente,
son objeto de flagrante y constante violación por parte del autodenominado Socialismo
del Siglo XXI, reedición maquillada del socialismo real.
Cabe hablar, por consiguiente, en la presente circunstancia venezolana, de
la necesidad de una refundación política. A ésta podría formulársela en
términos de formación, conciencia, praxis. Para ello es preciso, ante
todo, identificar el sentido primigenio de política, para, desde allí,
plantear algunas exigencias y desiderata en el campo educativo y
operativo.
Lo primero que resulta indispensable lograr es una desmitificación de
lo que se entiende por política. Ésta, en efecto, ha llegado a ser considerada
tan peculiar y sectorial dentro de lo social, hasta entenderla como
preocupación y tarea de unos pocos, como ocupación tentadora para manipuladores
del poder y peligrosa para gente honesta. Ello ha conducido a pensar que
quienes se ocupan de menesteres culturales, espirituales y religiosos, han de
guardarse bien y no “meterse en la política”, ámbito rico en contaminación y
distractivo de las realidades últimas. Esta advertencia se formula como un
consejo sabio, particularmente para quienes tienen la responsabilidad de guiar
grupos humanos hacia altos fines éticos y espirituales.
Urge actuar un “giro copernicano”, un “salto cualitativo” o “cambio
substancial” en esta materia. Lo que intenta expresar aquí el vocablo “desmitificación”.
Ello conduce a interpretar la política como algo normal, necesario, ineludible,
al hablar de sociedad, cultura, historia. Y al estructurar una antropología
integral, formular una ética y una espiritualidad genuinamente humanas, y
fraguar una auténtica religiosidad.
Cuando habló Aristóteles del hombre como animal político (ser que
emerge, actúa y se desarrolla en con-vivencia, polis), conceptuó la
política respecto de los humanos como el agua para el pez. Podemos decir, por
tanto, que uno no se “mete en la política”, sino que la política está metida necesariamente
en uno, de cualquier clase, condición, ocupación o etc. que sea.
Y si quien reflexiona u ocupa de estas cosas es un cristiano, le resulta
imperativo recordar algunas verdades básicas: Dios Unitrino, comunión, creó al
ser humano como ser-para-la-comunión, es decir, como ser social, político, llamado
a tejer convivencia, a compartir y desarrollarse en polis (ciudad).
Resulta muy significativo y coherente al respecto, que el mandamiento máximo
evangélico es el amor, tejedor de projimidad. El creyente está
llamado a construir la polis terrena, histórica, como preparación de la Jerusalén
celestial, de que hablan los dos últimos capítulos del Apocalipsis.
Refundar a Venezuela requiere, por tanto, como algo prioritario, politizar
la conciencia y el actuar del venezolano. De todos los venezolanos. Formar y
exigir su corresponsabilidad en el ser y destino de la política nacional,
dentro de la variedad de formas en que puede actuarse (ya en la sociedad civil,
ya en la militancia partidista o en el ejercicio del poder; y, tratándose de religión,
ya como persona individual, ya como comunidad creyente, o como del sector
jerárquico). Nadie, sin embargo, se queda o puede quedarse fuera.
Los humanos somos, pues, inevitablemente políticos y el bien-ser y
bien-estar de la polis (convivencia, sociedad), es, para todos,
obligante quehacer.
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