jueves, 17 de octubre de 2024

TEOMANÍA O PRETENSIÓN AUTODIVINIZANTE

 

    Teomanía es un vocablo compuesto de dos términos griegos, manía (demencia, locura) y théos (Dios), que puede traducirse como pretensión de endiosamiento. Esa fue la tentación que la serpiente diabólica presentó en el Paraíso a la primera pareja humana, según narra el primer libro de la Biblia (Gn 3). El género literario con el cual éste describe la trampa maligna y el pecado original constituye una multiforme metáfora, que dramatiza el inicio claroscuro de la historia de un hombre creado con una libertad ambivalente.

    La soberbia de auto divinizarse cruza todo el devenir terrestre humano, caracterizado por luminosos proyectos, engañosas ilusiones, logros inmensos y estruendosos desastres. La teomanía suele reflejarse en ateísmo práctico, pero también teórico; en indiferencia, como también en beligerancia. En Occidente el marginar a Dios lo percibimos desde la antigua Grecia en pensadores como Demócrito o Protágoras; más tarde en algunos atisbos durante el Renacimiento, pero sobre todo en el pensamiento sistemático de algunos iluministas como La Mettrie y Helvecio, en pensadores del Ochocientos como Feuerbach, Marx, Comte y Nietzsche, y en más cercanos en contemporaneidad como Freud, el existencialista Sartre, así como neopositivistas y cultores del lenguaje, que relegan el problema de Dios a simples construcciones lingüísticas.

    Hoy en día la teomanía se expresa en tendencias antropológicas y, más ampliamente, culturales, que tienden a disolver al hombre en sus mismas manos, desligándolo de toda genuina apertura trascendente y del plan divino creador. El animal racional queda librado entonces al juego de las ideologías y las maniobras de la tecnología, sin consistencia específica propia; se excluye, en efecto, toda frontera a la voluntad humana y toda norma moral que la pueda encauzar. Se da vía libre a un transhumanismo, a una completa desestructuración antropológica y, junto a ésta, a una reconstrucción anárquica, comprensiva, entre otras, de una sexualidad indiferenciada que se expresa en abecedario de géneros y extinción de la familia; surge un variado marketing cultural con ideologías tipo woke, queer, de la cancelación y lo políticamente correcto. En el ámbito socio económico y político se abren agendas al dominio de los poderosos sobre una masificación global. La tentación del “serán como dioses”, que refiere el Génesis, estimula una confrontación social y beligerancia sin frenos retenida apenas por el fantasma de un apocalipsis nuclear.

    La teomanía y el ateísmo recorren toda la historia humana, cual camino de un peregrinante humano tentado siempre a replegarse en sí mismo y dominar a los demás, excluyendo un partner absoluto, trascendente. El problema del ateísmo, especialmente en su forma de teomanía es que, al asumirlos, el hombre queda suelto, sin otras amarras que los propios proyectos y pretensiones. Sin otra ley que él mismo y sus intereses.

La teomanía suele tonarse en teofobia y entonces Dios simboliza un contrincante de poder y un obstáculo a la autorrealización. O, peor, un impedimento a las propias ansias de dominación irrestricta sobre otros seres humanos. La historia del siglo XX con dos conflagraciones mundiales y el imperio de totalitarismos con pretensiones de absolutez, son expresiones manifiestas. Y acercando la historia, expresión palpable de teomanía en nuestro país es el querer organizarlo mediante un poder ejercido con pretensiones de omnipotencia, sin límites como no sean los que se ponga la misma autoridad.

    Es preciso no olvidar la responsabilidad de los creyentes en la aparición y crecimiento de teomanías y teofobias. Por algo ya Moisés transmitió este mandamiento divino: “No hagas mal uso del nombre del Señor” (Éxodo 20, 7). Uso indebido del cual la historia registra gran variedad de formas, buscando disfrazar el mal o justificarlo mediante la indebida apelación a una voluntad divina. Abuso igualmente al no pasar a la práctica la fe en un Dios que es sumo bien (bondad, justicia, paz …) y, según la revelación de Cristo, libertad y amor.

    El Dios verdadero es liberador-defensor del ser humano frente a toda teomanía-teofobia opresora.    

 

lunes, 7 de octubre de 2024

DELITO DE PENSAR Y COMUNICARSE

 

Cuando Luis Alberto Machado se lanzó a la aventura de la Revolución de la Inteligencia, que llegó -muy pronto pero de paso- a concretarse hasta en un ministerio de gobierno, tocó a fondo en la riqueza del pensamiento. El país está en deuda, por cierto, con la continuación de aquella iluminadora iniciativa. Inteligencia, pensar y razón, con sus obvios matices, son términos intercambiables y así los manejamos aquí.

Este tema tiene hoy particular actualidad, cuando la política oficial en el país es de criminalizar el libre pensar y de hegemonizar la comunicación. No puedo menos de traer aquí aquello de que “no hay nada más peligroso que enseñar a alguien a pensar con la propia cabeza”.  

El ser humano dispone del regalo divino de la inteligencia. Un don que, en términos aristotélicos, es un maravilloso potencial desafiado siempre a pasar al acto, es decir, a un ejercicio abierto e ilimitado. Del razonar, lamentablemente, hacemos los humanos poco uso, quedándonos en escasos desarrollos teóricos y en aplicaciones de inmediato pragmatismo. El pensar, como ejercicio propiamente espiritual, tiene, de por sí, una apertura dialogal, que es característica fundamental de la persona.

Razón y comunicación van, pues, de la mano, por la naturaleza espiritual del hombre; y no sólo se entienden juntas, sino que mutuamente se alimentan. La comunicación enriquece la inteligencia, y la razón impulsa la comunicación. Todo lo cual, obviamente, significa un progreso individual y comunitario.

Ahora bien, razonamiento y comunicación, como actividades del espíritu y, más integralmente, de la persona, expresan y exigen la presencia de la libertad, como acompañante y marco. Razonamiento amarrado y comunicación encadenada constituyen expresiones contradictorias.

Una comunidad recibe el calificativo de auténticamente humana por el ejercicio libre de su inteligencia y de su comunicación. Es lo que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1945 buscó proteger. Como es sabido este documento respondía a los crímenes cometidos en el inmediato pasado contra la dignidad humana, entre otros, en materia de pensamiento y comunicación libres.

Una sociedad humana merece tal título, cuando satisface a las exigencias básicas, irremplazables, de su condición corpóreo-espiritual y, más precisamente de su realidad personal, a saber, el pensamiento libre, la comunicación abierta, acompañadas de responsabilidad, eticidad, participación y solidaridad.

Venezuela experimenta hoy una crisis global: socio económica, política y ético-cultural. Varios factores causales son de señalar correspondientes a esos diversos ámbitos, entre los cuales urge señalar las amarras a la libertad de pensamiento, de iniciativa civil, de organización política, de comunicación social.

Con ocasión de las persecuciones comunistas se llegó a hablar de la “Iglesia del silencio”, como sinónimo de persecución religiosa. Hoy en Venezuela podemos hablar de “sociedad del silencio”, para referirnos a la persecución de la disidencia en los más diversos aspectos y diferentes órdenes de la convivencia ciudadana. “Prohibido pensar” es lema-objetivo real del Régimen, con todo lo que ello implica de trabas al desarrollo de las personas, de la comunidad, del soberano. Algo obviamente inhumano, anticristiano

Felizmente el 28 de julio 2024 ha emergido como símbolo de la racionalidad y libertad humanas, que ninguna fuerza temporal puede extinguir. Ha sido expresión, no tanto de la oposición de un pueblo a un poder autocrático, de proyecto totalitario, cuanto de la aspiración irreprimible de una comunidad humana a la libertad, al encuentro fraterno, al progreso compartido. Fue un grito de esperanza, un estallido de ilusión. No sólo un tsunami de votos positivos, cuanto un clamor de soberano decidido.

Pensar y comunicarse en libertad, delitos para un régimen irracional y antihistórico, son expresiones y exigencias irrenunciables del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, que, como comunión trinitaria, es el inteligente y comunicador perfectísimo.