jueves, 27 de noviembre de 2025

DIVINIDAD COMO ENCUENTRO

 

    Concilio es una reunión de obispos con miras a decidir asuntos doctrinales y prácticos, algo que se comenzó a tener desde los orígenes mismos de la Iglesia. Se inició con reuniones pequeñas, regionales, para responder a problemas circunstanciales muy concretos. El primero de carácter universal, representando la globalidad de la comunidad eclesial, fue el de Nicea en Asia Menor; convocado por el emperador Constantino se tuvo en el año 325. Estamos, por tanto en un cumpleaños muy especial de dicho acontecimiento.

    Decisión resaltante de Nicea fue la definición de Jesucristo como Hijo de Dios, no creado y de la misma substancia del Padre celestial. Se comenzó a precisar así dogmáticamente el misterio de Dios Uno y Trino, que el pueblo cristiano venía confesando en su fe y venerando en su devoción, pero que las controversias y herejías surgidas en el camino obligaron a una clara formulación. Luego, a finales del mismo siglo (año 381), el concilio también ecuménico de Constantinopla completó el dogma de la Santísima Trinidad (Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo).  

    Tenemos así que en el centro o corazón de la fe cristiana está la afirmación de Dios no como un ser solitario, individualidad unipersonal, sino como divinidad interpersonal, encuentro, comunión. El cristianismo no adora varios dioses (politeísmo) sino uno solo (monoteísmo) al igual que el judaísmo y el islam, pero, a diferencia de éstos, como Trinidad.  Según lo expresa la Escritura: “Dios es amor” (1 Juan 4, 8). 

    La filosofía personalista contemporánea ha roto la concepción cerrada de la persona, matriz antropológica del pensamiento moderno, al afirmar lo `personal no como algo “ensimismado”, sino como ser cuya realización y perfeccionamiento se afirma en apertura interpersonal, en bidimensionalidad del en sí-hacia el otro. Pensadores como Mounier y Lévinas han aportado bastante en esto.

    El Dios uno y único revelado por Cristo como Trinidad, comunión, no se queda en misterio trascendente para la simple aceptación y contemplación, sino que ilumina el ser y quehacer del hombre y de la sociedad que éste ha de construir en el mundo. Cuando el Génesis afirma la creación del ser humano por Dios “a su imagen y semejanza” (1, 26) establece las bases de una antropología relacional, social, política, y da la clave de una historia en la cual la acción creadora y salvadora divina se irá manifestando en un sentido no reductivo individualista, sino comunional. Temas como Pueblo de Dios, amor como mandamiento máximo, obligante edificación de la sociedad terrena en convivencia fraterna, plenitud definitiva en la “polis” celestial, son expresiones hondamente significativas al respecto. El Concilio Vaticano II ha sido explícito en este sentido al afirmar que Dios ha querido “santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión de unos con otros, sino constituyendo un pueblo” (Cf. Constitución sobre la Iglesia 9). En este mismo documento se define a la Iglesia en términos de signo e instrumento de la acción global divina.

 Cuando los cristianos manifestamos nuestra fe en Dios Unitrino confesamos una verdad bien interpelante acerca de nuestro relacionamiento fraterno como conducta coherente con la fe. En tiempos de globalización (mundialización) acelerada, así como de inéditas tensiones en la convivencia mundana, el horizonte “unificante” humano (en el mejor sentido del término) planteado en perspectiva cristiana es máximamente positivo y exigente. La persona constituye ciertamente el centro y fin del dinamismo histórico, social, cultural, pero no como ente encerrado, sino como ser en y para la comunión.

    Todo lo que se diga de solidaridad, participación, sinodalidad, tiene su sentido y finalidad en esta línea.  Así como lo que se plantee en materia de libertad, responsabilidad y derechos (deberes) humanos. La fe cristiana no se identifica con intimismo y pura relación vertical con Dios; es apertura y comunicación. Y para la Iglesia las exigencias en este campo son más agudas por su autodefinición como signo e instrumento del plan comunional de Dios.

lunes, 17 de noviembre de 2025

DESAFÍO CULTURAL

     De los tres ámbitos sociales fundamentales, económico, político y ético cultural, este último constituye en definitiva el más determinante, aunque en perspectiva marxista clásica se lo minusvalore, conceptuándolo como superestructural respecto del primero de esta tríada.

    El fenómeno de la galopante islamización Europa justifica la reconsiderar de la presencia e influjo de los factores de la tríada. Ciertamente en aquél causa no pequeña ha sido el debilitamiento espiritual del continente europeo, la marginación de sus raíces histórico-religiosas, una excesiva confianza en la razón encerrada en sí misma y en la avasallante tecnología, así como en una concepción libertina de la libertad. No se trata de abogar por esquemas dominantes del pasado en una historia siempre cambiante, pero sí se hace necesario un ojo más crítico frente a la crisis, para orientarse mejor hacia un futuro deseable.

    En tiempos de la caída del Muro de Berlín se habló del fin de la historia. En ese momento se pensó en el triunfo de un binomio (libre mercado y democracia), sin apreciar debidamente el tercer elemento de la mencionada tríada y los efectos de construir un futuro consistente. Ilustrativa resulta al respecto la notable metamorfosis del marxismo, al no polarizarse ya en la tradicional lucha de clases, sino en animar una batalla cultural formulando nuevos binomios de oposición (razas, géneros, woke…). El Socialismo del Siglo XXI ha surgido adoptando el marxismo en otro marco de interpretación en que se reconocen diversos y aun contrastantes factores, en lo cual cuentan no poco las alianzas geopolíticas (piénsese en la que se teje con el islamismo radical). La escogencia del nuevo alcalde de New York tiene en este lado del Atlántico un alto valor simbólico.

    Cuando se dirige la mirada a nuestro país en grave crisis y hondos anhelos de cambio en estos inicios de siglo y milenio se ha de tomar muy en serio la integralidad de la tríada mencionada, no olvidando la experiencia de una riqueza mal administrada y de una democracia vaciada de autenticidad.

    Dos hechos no positivos y de escasa divulgación invitan a reflexionar sobre la compleja realidad y sus requerimientos. El primero se refiere a la defectuosa realidad familiar: el preponderante matricentrismo existente, que no ofrece un piso consistente para una nueva sociedad. La familia, es en efecto, el núcleo básico generador de la convivencia, la primera escuela y el centro introductor a la cultura de un pueblo. No es del caso entrar aquí en causas, efectos, manifestaciones de esa crítica realidad. Lo imprescindible es tomar conciencia de ella y atenderla positivamente.

    El segundo hecho concierne a la educación, como formadora no sólo de cerebros y habilidades, sino de conciencias y personas. Se trata del Programa Educación Religiosa Escolar, fruto de un convenio Estado-Iglesia firmado en los inicios de los años noventa para servir a los escolares de la llamada primaria. Ese Programa, abierto a un ámbito confesional más amplio que el católico, atendía junto a la formación en la fe, al fomento de valores fundantes de una sociedad genuinamente humana y humanizante. Con el régimen autodenominado revolucionario dicho Programa se desvaneció.

    Hoy en la crisis del país destacan factores de tipo económico y político como son la inflación del poder y la deflación de la ciudadanía en tener y soberanía. Pero resulta obligante subrayar también la urgencia de una recuperación moral y espiritual, en el sentido de libertad responsable, solidaridad, honradez, fraternidad, sentido ambiental, sensibilidad hacia los más débiles, cultivo de valores no rentables, apertura a lo trascendente divino.  El futuro deseable exige ciudadanos corresponsables, verdaderos padres de familia, auténticos educadores, serviciales dirigentes y agentes sociales y políticos.

    A las instituciones educativas y religiosas les cabe un deber especial en este campo. En lo que toca a la Iglesia católica, mayoritaria, la obligación se acentúa; debe integrar debidamente el compromiso por la edificación de una nueva sociedad con su deber evangelizador; no obviando lo “político” sino asumiéndolo seriamente como indisolublemente unido a su misión.

 

lunes, 10 de noviembre de 2025

REALISMO APARENTE

 

    Por real se entiende corrientemente lo verdadero, objetivo, lo que manejamos o aspiramos manejar con el pensamiento y el obrar. Frente a ello ubicamos lo puramente ideal, lo imaginario, lo aparente y fantasioso. Con distinciones como ésta se encaró desde sus comienzos la reflexión humana, tanto ordinaria como filosófica. Desafío fundamental ha sido siempre el identificar y manejar lo real; como esto no fue nunca tarea fácil, surgieron desde el comienzo actitudes de renuncia y desesperación como el relativismo y el escepticismo. El ser humano persiste, sin embargo, en encontrarse con lo real y declararse siempre en búsqueda del mismo.

    Ahora bien, en cuanto a interpretaciones de sí mismo y de su entorno, el ser humano ha explorado en todas direcciones y producido las cosas más disímiles. Su mente no es infinita, pero sí infinita e inevitablemente abierta. De allí que no pueda renunciar a pensar, sea en grande o también a nivel rastrero; y, paradójicamente, posibilite a los ateos materialistas concebir la materia con características divinas como serían la absolutez y la omnipotencia.

    El hombre es un ser que se descubre y desarrolla en una realidad envolvente y en constante devenir. Es un yo circunstanciado espacial y temporalmente. Su habitación es una morada que se va ampliando como en círculos concéntricos, desde lo que tiene a la mano hasta lo cósmico e insondable. Y esto, quiéralo o no. Con solo cerrar sus ojos y vaciar su mente no anula la danza de nuestro planeta ni la agitación de la Vía Láctea. Y puede paralizar, sí, las agujas del reloj, pero no la carrera del tiempo.

    Abundan quienes afirman ser muy realistas y dueños del futuro, pero se quedan en la epidermis de la circunstancia. No captan más allá de la punta de los dedos ni toman en serio la fragilidad de la existencia. Esto explica por qué, en contracorriente, una filosofía contemporánea, desafiando la banalidad, ha subrayado lo que constituye un auténtico existir y la identidad de la muerte como definición del ser. (Muerte que, en perspectiva cristiana, es, por cierto, paso a una vida en plenitud).

    En la política las ideologías suelen desviar la realidad hacia idealismos utópicos y programas ilusorios. Y hoy en día fuertes tendencias culturales vacían al ser humano de valores consistentes para atosigarlo con la fugacidad del espectáculo y la superficialidad del consumo. También inflan un engañoso libertinismo y un atrayente sensualismo, pretendiendo llenar el vacío dejado por humanismos coherentes y trascendentes. Diseñado para el ser y el bien totales, seres y bienes limitados no agotan definitivamente la insaciabilidad humana.

    A la luz de las anteriores reflexiones cabe formular algunas invitaciones hacia una actitud realista de futuro consistente.

    Una primera sería tomar viva conciencia de la propia persona creada por Dios como ser social, para la comunicación y la comunión. Social, político. “El otro” no aparezca ya como sobrecarga, sino como socio en el peregrinaje histórico. Lo cual no sobra recalcar, pues una matriz antropológica cultivada en la modernidad ha sido precisamente la de un marcado ego-centrismo. La democracia, no así el colectivismo, va en buena dirección. La dictadura se sitúa en contradirección.

    Una segunda sería la de una conversión espacio-temporal. El paso de una reclusión mental en el ámbito inmediato a una ubicación progresivamente abierta a hábitats más amplios. Volamos, en efecto, en un pequeño globo espacial como ciudadanos en el cosmos, lo que nos exige ser más humildes y fraternos. Por otra parte peregrinamos en una desconcertante fugacidad temporal. Cada momento es un inaferrable flash. Cuando hablamos de presente, éste ya se esfumó; y lo futuro es mera expectativa.  La humildad tiene aquí un sensato y obligante asidero. Salmos como el 39, el 90 y el 104 son tremendamente interpelantes, así como la parábola del iluso empresario  expuesta por Jesús (ver Lc 12, 16-21).  Uno no puede menos de recordar aquí las megalómenas promesas totalitarias de imperios por mil años y de “vinimos para quedarnos”.

    El realista genuino es el consciente de su circunstancia limitada, que no teme confrontarse con lo absoluto y busca perfeccionarse en servicial alteridad.