Pudiera hablarse de dos caras de la Navidad. Una, la que se ha universalizado también en regiones no específicamente cristianas y consiste en un tiempo particularmente festivo, de luces y regalos, de vacaciones y encuentros.
Para los cristianos la interpretación de la Navidad reviste un sentido de
alegría, que en la práctica exhibe diversos niveles de profundidad y de acento
religiosos. Para muchos la conmemoración se queda, sin embargo, en lo que
pudiera llamarse superficial, prevaleciendo el ambiente general celebrativo.
La cara navideña predominante para los cristianos subraya los
aspectos bíblicos luminosos respecto de la humanización del Hijo de Dios y su
comienzo visible terrenal en Belén tales como:
el canto de los ángeles, la adoración gozosa de los pastores, la visita
de los magos guiada por la estrella. Alegría y luminosidad puestos ahora de
relieve por el pesebre -feliz invención de Francisco de Asís- y los
cantos decembrinos, que en Venezuela, por cierto, tienen un jubiloso estilo con
los aguinaldos. La liturgia de la Iglesia envuelve la celebración de la
Navidad con regocijo y esplendor litúrgicos, enmarcándola en varias semanas de
preparación y recuerdo. En nuestro país se dan también expresiones regionales
simpáticas de compartir como son, por ejemplo, las posadas.
Este misterio de vida-muerte explica
el porqué de la otra cara. De ésta recordemos algunos acontecimientos
del primer tiempo del Señor. La entrada de Jesús a nuestro mundo estuvo
acompañada del drama existencial de José, el esposo de María. El original embarazo
significó para él inicialmente causa de una profunda crisis al ignorar la
verdadera causa; y para María un silencio costoso. Luego la obligación de un
censo los obligó a una penosa emigración de su pueblo en Galilea. El nacimiento
no pudo darse en una casa por no encontrarse posada para ellos, sino en un
pesebre rodeado de animales. La alegría
con los Magos, llegados de improviso y vigilados como sospechosos, fue seguido
por un exilio urgente y forzado del pequeño núcleo familiar a Egipto, a causa
de la matanza de niños ordenada por el tirano Herodes. Regresados a Nazaret, siguió
una vida cotidiana sostenida por el carpintero en un entorno simple y en un
país sometido por legiones imperiales.
La otra cara es este otro aspecto de la vida y acción salvadora de Jesús,
la cual ha de reflejarse en algún modo en el ser y actuar de los cristianos durante
su peregrinar por este mundo. La espiritualidad creyente ha de incorporar también
la propia cruz (pruebas, sufrimientos, renuncias, penitencias) recordando
aquello de Jesús: “El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser
mi discípulo (Lc 14, 27).
Estos son someramente algunos aspectos de la otra cara que los
Evangelios dibujan someramente del primer tiempo de Jesús, quien asumió de
verdad la condición humana, en coordenadas de pobreza y dificultades, de las
cuales los escritores primitivos ofrecieron sólo algunos trazos.
Esta otra cara implica una seria exigencia para quien escribe y para
los hermanos en la fe: tomar la vida cristiana en serio, siguiendo los pasos de
Jesús y su mandamiento máximo del amor. Y celebrar la Navidad en coherencia con
el misterio de la fe.

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