Cuando se discute sobre soberanía se olvida a menudo el factor generador
de su importancia. Parece una perogrullada recordar que lo fundamental de
aquella es lo que le da su sentido: el soberano. No la determinación geográfica ni la positividad
de la ley. Lo que importa en última instancia, por ende, es lo antropológico,
lo social.
Un pasaje de Sófocles resulta bien iluminador al respecto. Se encuentra en
la invocación que el sacerdote hace al rey Edipo con miras a la salvación de
Tebas. “Haz ahora lo que antes hiciste. De lo contrario no podrás reinar sobre
una nación de hombres, sino sobre un desierto. Nada son los castillos, nada los
barcos, si ninguna persona hay en ellos”. Lo dicho hace más de 400 años antes
de Cristo en una pieza trágica tiene pleno vigor en la actualidad, cuando
elementos fundamentales de una recta e integral antropología son puestos en
cuestión.
La soberanía viene a ser, en la perspectiva del derecho internacional, la
libertad de un estado con respecto a un control externo. Tiene que ver con la autoridad
y su ejercicio, con la potestad legislativa y el mantenimiento del orden al
interno una comunidad política. Nuestra Constitución en su Preámbulo
y sus Principios Fundamentales explicita elementos básicos de lo que
constituye la soberanía de Venezuela. Y concretamente en el artículo 5 define
el sujeto de esa soberanía y la forma de su ejercicio. La redacción de este artículo
personaliza la soberanía el identificar al pueblo venezolano como
quien la reviste y ejerce. En función de ella surgen órganos legislativos,
ejecutivos y judiciales que la ciudadanía produce para hacerla real y actuante.
Ese artículo de la Constitución es generador de una visión y una perspectiva
humanistas de considerar y actuar la vida de la nación ad intra y ad extra,
que anteceden a las determinaciones geográficas, legales, así como a la
ubicación y ejercicio de la República en el contexto internacional.
Lo citado de la tragedia de Edipo Rey pone de relieve el sentido
profundo, el telos o finalidad de la soberanía. Parafraseando la
invocación del sacerdote puede decirse que nada es la geografía del país, nada
las leyes, si la condición y la suerte de la persona y la comunidad humanas no
son lo prevalente. ¿Qué es una soberanía con el soberano amordazado? La
realidad actual venezolana es bien interpelante al respecto, sobre todo a
partir del 28 de julio 2004.
Pensemos al trata esta materia en lo que atañe al bien común y a los
derechos humanos. Éstos han de ser los determinantes en la conceptualización y
manejo de la soberanía, por parte de quienes en un momento determinado se
identifican como portadores. Porque, por ejemplo, si bien los países tienen
fronteras geográficas, los derechos humanos no las tienen. Y no se podría
invocar, por tanto, la defensa de la soberanía nacional para justificar la
violación de derechos humanos fundamentales. Aquí se puede aplicar aquella enseñanza
de Jesús con respecto a la observancia religiosa judía del descanso sabático:
“El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc
2, 27). Dios creó la humanidad con derechos y deberes y le dio un mundo sin
fronteras.
Principio fundamental de una ética social y, más concretamente, de una concepción cristiana de la persona humana, es el afirmar a ésta como “el principio, el sujeto y fin de todas las instituciones sociales” (Concilio Vaticano II, GS 25). El Concilio Plenario de Venezuela lo recalcó: “una de las enseñanzas fundamentales de la Revelación cristiana sobre los seres humanos es la dignidad y grandeza inalienable de cada una de las personas, creadas a imagen y semejanza de Dios” (CIGNS 94). Obviamente cuando se habla de persona humana se la ha de entender en el marco de su condición y vocación comunitaria y en amistosa unión con su hábitat cósmico.
Lo anterior, válido en todo tiempo y circunstancia, tiene particular
aplicación en situaciones de crisis como la actual venezolana, cuando tiende a
eclipsarse el respeto y cuido de la persona y de la comunidad humanas en aras
de dominación interna e intereses geopolíticos.
Si la soberanía es importante, más importante es el soberano.
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