sábado, 26 de marzo de 2022

REFUNDACIÓN PACIFICANTE NACIONAL

     Pacificar el país: gran reto nacional hoy. Porque Venezuela no está en paz.

    No nos encontramos en medio de un conflicto armado, como es lamentablemente el caso de Ucrania (aunque regiones de nuestro país sufren la presencia activa de grupos guerrilleros particularmente foráneos, así como de bandas armadas de extorsión). Pero no se puede definir la paz como “la mera ausencia de la guerra” según lo expresó el Concilio Vaticano II, el cual identifica la paz como “obra de la justicia” y no simplemente como los meros equilibrios de fuerzas, hegemonías despóticas y cosas por el estilo (ver GS 78).

    La paz es convivencia en un estado de derecho y en una interrelación social serena, multicolor y polifónica, que integra diversidad de culturas, de alineamientos políticos, de corrientes de pensamiento y adhesiones religiosas, en un clima de tolerancia y respeto. Es lo que exige una sociedad democrática genuina. Ésta no se reduce a una masa humana exenta de tensiones, pues una sana convivencia implica variedad en una unidad, que si no perfecta, es deseable y vivible. No se trata de mera utopía. Venezuela felizmente experimentó el siglo pasado décadas con una convivencia pacífica, que la convirtió en lugar de refugio y referencia para gentes de otras naciones sumidas en dictaduras y graves conflictos. Por desgracia a nuestra democracia se la interpretó como algo ya asegurado, que no exigía cuido y renovación, con la cual se podía jugar, y así se la entregó alegremente a la dictadura de tipo totalitario que aún persiste.

    La paz es legítima aspiración humana y también ineludible ilusión. Tanto que los profetas en el antiguo Israel la propusieron como don de los tiempos mesiánicos: “Forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra”. (Is 2, 4). Con la venida del “Príncipe de Paz” se tendría una reconciliación envolvente de lo humano en una comunión universal: “Serán vecinos el lobo y el cordero (…) Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de cocimiento de Yahveh” (Is 11, 6.8-9).

    Cristo ha venido y ha proclamado como mandamiento máximo, lo que echa la base y constituye el instrumento y sentido de la paz: el amor. Al cual no lo concibe el Señor como puro sentimiento o idealidad vacía, sino que lo identifica como actuación solidaria y servicial precisa, según lo expone bien claro en su descripción del Juicio Final (Mateo 25, 31-46). Este texto evangélico viene a ser una especie de compendio básico de doctrina social.

    Cuando el Episcopado en estos dos últimos años ha venido insistiendo en la urgencia de “refundar la nación” entiende ésta, fundamentalmente, como “construir la Venezuela que la inmensa mayoría anhela y siente como tarea: donde predomine la justicia, la equidad, la fraternidad, la solidaridad, la unidad y la paz” (Mensaje de la Presidencia del Episcopado, 22.6.2021).  Refundación como pacificación.

    Porque en Venezuela no hay paz. Los Obispos repetitivamente ponen de relieve hechos dramáticos al respeto: emigración masiva forzada, grave empobrecimiento de las grandes mayorías, clima de amedrentamiento de la población, política represiva de toda oposición (persecución, encarcelamiento y tortura de disidentes), violación sistemática de los derechos humanos,  hegemonía comunicacional, manejo arbitrario de la economía y la geopolítica, instrumentación ideológico-partidista de lo militar, marginación del soberano (CRBV) en la orientación básica del país.

    La refundación como pacificación es objetivo que exige un compromiso global: toca los varios ámbitos societarios -económico, político y ético cultural- y requiere genuina participación de la entera comunidad nacional. Plantea, sin embargo, algunas tareas primarias y prioritarias que es preciso acometer.

    Dentro de lo primario y prioritario para refundar-pacificar el país emerge la función constituyente y originaria, que le corresponde al soberano y que urge la ejerza. Todo retardo significa más dolor y lágrimas para el pueblo venezolano, especialmente para el más necesitado y desvalido. ¡El soberano asuma ya su obligación!.

jueves, 10 de marzo de 2022

NUDO GORDIANO INSTITUCIONAL

     Bastante conocida es la anécdota de Alejandro Magno, quien en su marcha victoriosa a través de Anatolia (333 aC) se encontró en Gordio (capital de Frigia) con un enigmático problema: quien pudiese desatar allí el extraño nudo que amarraba una carreta depositada en el templo, habría de ser conquistador de Asia. Alejandro se dejó de complicaciones y simplemente con su espada cortó el nudo. Solución drástica para un problema aparentemente insoluble.

    La compleja situación institucional del país semeja el nudo gordiano. Constituye, en efecto, un enredo de organismos y fundamentaciones conceptuados como constitucionales e inconstitucionales, legítimos e ilegítimos,  de iure y sólo de facto. ¿Consecuencias?  Bicefalia al nivel más alto de autoridad y  manejo esquizofrénico del país. En el concierto internacional ello se refleja en un reconocimiento contradictorio. Todo lo cual incide en la imagen negativa de un Estado, que antes era apreciado por su consistencia económica y seriedad democrática. Por décadas, Venezuela constituyó un refugio digno y seguro de gente de distinta identidad ideológica y, en general, de prójimos que encontraban aquí un lugar respetuoso y amigable en donde establecerse provisoria o definitivamente. Hoy millones de compatriotas buscan en tierras extrañas lo que aquí debieran conseguir, pero que no encuentran o se les niega.

    No es fácil desenredar el nudo institucional venezolano. Sobre todo cuando una de las partes se niega a un diálogo serio, genuino, patriótico. La situación es de grave y progresiva crisis; el Episcopado Venezolano la ha calificado de “caos generalizado”, llegando a subrayar la urgencia de una refundación nacional. Muchos compatriotas sufren extrema confusión y  desesperanza, cuando no es que los ha devorado ya el síndrome de Estocolmo. La falta de un liderazgo opositor claro, firme, aglutinante, con lúcida estrategia, ha retardado la superación de la crisis.

    El doloroso conflicto ucraniano, sin bien, por una parte, ha disminuido la atención a nuestra problemática, por la otra, ha resaltado lo destructivo del régimen SSXXI, así como lo ineludible de  reconstruir el país.

    El nudo no tiene solución sino mediante un corte a lo alejandrino ¿A quién le toca la tarea? Al único a quien le corresponde: el señalado por el Artículo 5 de nuestra Constitución, el cual, partiendo de ésta, puede actuar de modo constituyente en correspondencia al poder originario del pueblo soberano. Éste no se enredaría en embrollos legales pues estaría capacitado para disponer todo lo que considerase conveniente para la recuperación del país. Facultado para redactar un nuevo texto constitucional, podría, previa o simultáneamente, designar la dirigencia de los órganos del poder público nacional y determinar líneas básicas de la marcha del Estado hasta la realización de las correspondientes elecciones. Cortando el nudo paralizante, el soberano pondría en movimiento seguro las instituciones y el conjunto societario.

    El hecho de que hayamos tenido casi una treintena de constituciones en lo que va de existencia republicana no ha de generar desinterés ciudadano respecto de la convocatoria de una asamblea constituyente, porque ésta no se reduciría a la producción de una nueva carta magna, sino que tarea prioritaria suya sería el reordenamiento concreto y efectivo del Estado hacia la república deseable. Claro está, nuevas normas constitucionales se justifican, entre otras cosas, para redimensionar la macrocefalia presidencial, el centralismo monopólico, la unicameralidad populista y para asegurar una indispensable municipalización, una efectiva subordinación cívica del sector militar y un redimensionamiento del volumen estatal respecto de la sociedad civil.

    Cabría, para concluir, añadir una palabra sobre el sentido de la refundación del país. No basta con cambiar estructuras. Lo que ha sucedido en las últimas décadas pone de relieve la necesidad y urgencia de una renovación ética y espiritual de quienes constituyen la razón, vida y sentido de dichas estructuras: las personas humanas y la sociedad que estas forman.   

 

viernes, 25 de febrero de 2022

REFUNDACIÓN HISTÓRICA

     Somos luego de haber sido; y esperamos ser. Es lo que podemos decir los humanos en nuestro peregrinar por el tiempo. Cargamos un pasado claroscuro, nos ocupa una tarea ineludible y enfrentamos un quehacer desafiante. Inscritos en un árbol genealógico. Esa es nuestra condición histórica.

    Tentación frecuente es la de creernos generación espontánea o abstraernos de lo pretérito. Y contra un genuino realismo, querer reescribir la historia y crear -en sentido estricto, es decir, “a partir de la nada”- un porvenir, en vez de, con humildad - que es fundamentalmente actitud realista-- asumir lo recibido y edificar con este material el futuro deseable.

    Nuestra historia patria es fecunda en pretensiones inútiles, reflejadas en lemas revolucionarios altisonantes exaltando novedades y “olvido de lo pasado” como por allá en 1858 con Julián Castro.

    Resulta muy significativo el hecho de que los evangelistas, al inventariar antepasados de Jesús, dibujan “genealogías” que no expurgan personas de baja calificación moral y religiosa, nada cónsonas con la dignidad de Jesús. Mateo justo al comienzo (1, 1-17) y Lucas un poco después (3, 23-38) no podaron el árbol genealógico del Señor, sino que integraron allí hombres y mujeres como la adúltera Betsabé y el idólatra Acaz.

    Depurar la historia e intentar inaugurarla a la propia imagen y semejanza ha sido lamentablemente repetitivo. Bolívar no escapó a esta ilusión al anatematizar el pasado colonial, que llevaba en sus venas y cortar fantasiosamente el hilo de la propia biografía; y quienes asumieron las riendas de la Venezuela republicana cultivaron una política maniquea de discontinuidad histórica y fractura nacional.  Ángel Viso en su libro Identidad y ruptura (1982) hace aguda memoria de este doloroso drama. Y el país no ha entrado todavía en un nuevo siglo y un nuevo milenio, por, entre otras cosas, la intención oficial de imponer un Plan de la Patria, que intenta cancelar nuestro pasado, desconociendo valores sembrados así como tiempos de logros democráticos y desarrollo apreciable.

    Consecuencia de una tal discontinuidad histórica ha sido la fragilidad, cuando no quiebre, de instituciones fundamentales como las de justicia y educación; podría agregarse también el menosprecio de factores básicos en el ámbito ético-religioso. Ejemplos patentes son la discontinuidad de lo relativo al Desarrollo (Revolución) de la Inteligencia a mediados de los ochenta y, más recientemente, al Programa Educación Religiosa Escolar (ERE).

    Reflejo y consecuencia de esa actitud antihistórica es la marginación de símbolos (personas y acontecimientos) expresivos y animadores en los varios campos (económico, político y ético-cultural) de la vida nacional. Ha habido, en especial en estos ultimísimos tiempos, un reduccionismo empobrecedor al respecto. El derribo de la estatua de Colón justo al comienzo del actual régimen y el “ajusticiamiento” sistemático de Páez han sido bastante expresivos de una poda absurda en la genealogía nacional.

    Somos herederos de héroes y de villanos. La depuración del árbol genealógico nacional equivale a un suicidio colectivo. Muertos no haremos historia.

El Episcopado nacional ha puesto sobre el tapete el tema de la urgente refundación del país. Pues bien, ésta no consiste en una re-creación, sino en retomar nuestras mejores raíces para dinamizar la marcha del país hacia una convivencia libre, solidaria, productiva, cívica, pacífica, de apreciable calidad espiritual de vida.

    La refundación ha de re-asumir y desarrollar ulteriormente,  en el nuevo y plural marco planetario, nuestra identidad occidental y cristiana, nuestra fraternidad continental, nuestros logros humanistas y democráticos, nuestra condición de sociedad tropical y caribeña abierta racial y culturalmente.  

    Una refundación reclama reconocer, con sinceridad y autenticidad, quiénes hemos sido, y plantearnos, con lucidez y coraje, quiénes hemos de ser. Conscientes y agradecidos con nuestro árbol genealógico y, sobre todo, retomando lo mejor de nosotros mismos hacia el futuro obligante deseable.

   

 

 

    

 

jueves, 10 de febrero de 2022

ALFABETIZACIÓN REFUNDADORA

     El tema de la refundación nacional está sobre el tapete. Lo ha puesto el Episcopado venezolano y está abriéndose espacio. A este respecto valgan ahora algunas reflexiones sobre un tema indispensable como presupuesto y acompañante. Se trata de una alfabetización básica en materia de derechos humanos y principios constitucionales.

    En una pequeña y sencilla publicación mía sobre elementos primarios de Doctrina Social de la Iglesia he insertado la Declaración Universal de 1948, así como el Preámbulo y los Principios Fundamentales de nuestra Constitución (se puede bajar de mi blog perezdoc1810.blogspot.com). Son cosas que se suponen sabidas y resultan comúnmente ignoradas, lo cual tiene graves consecuencias en cuanto a praxis ciudadana. No se puede querer (ni reclamar) lo que no se conoce (en latín suena nil volitum nisi praecognitum).

    Una re-fundación del país hacia una convivencia deseable y sólida exige una educación ciudadana general sobre puntos esenciales de una recta concepción de la persona y de la sociedad ¿Qué identifica en su raíz a un ser humano respecto de los seres en general, y qué tipo de convivencia (polis) debe él organizar para poder desarrollarse en consecuencia. Un vacío grande en la educación venezolano se creó al desaparecer la asignatura Moral y Cívica, la cual se daba en la escuela primaria. Y la verdad es que si importante era conocer las operaciones aritméticas elementales y los nombres de los principales ríos de la geografía nacional, más importante era manejar el ABC de la propia identidad humana y de los deberes y derechos ciudadanos para asegurar un digno convivir. De Bolívar es bastante conocido aquello de que “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”. Y no resisto la tentación de citar aquí lo que el sacerdote dice en la tragedia Edipo, Rey: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”.  En esta línea de reflexión se sitúa lo dicho por Jesús: “¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” (Mt 16, 26).  

    Los regímenes en línea dictatorial, al igual que los partidos cuya predilección es contar con “masas”, no están interesados en una población con seria formación política y que piense con la propia cabeza. Plena vigencia tiene aquí la frase del Señor Jesucristo: “la verdad los hará libres” (Jn 8, 32).

    El comienzo de la etapa democrática venezolana post 23 de Enero registró un esfuerzo significativo en “formación de cuadros”, de gente especialmente joven, en cuanto a teoría y praxis socio política. Pero a medida que se consolidaron los partidos y se turnaron en el poder, se fue descuidando la formación, con los efectos que son de prever: pragmatismo de poca altura, culto de las maquinarias partidistas, debilitamiento del espíritu de servicio, polarización en la caza de liderazgos y corruptelas de diverso género.

    En lo que toca a la Iglesia se bajó también la guardia en materia de educación para la política, no percibiendo de modo debido las implicaciones del Evangelio en la construcción de una “nueva sociedad”. El Concilio Plenario de Venezuela dejó más tarde esta interpelación: “Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (Documento 3).  

    En Venezuela se da hoy una sistemática, permanente y grave violación de derechos humanos por parte del régimen que gobierna de facto. Basta una hojeada ligera a la Declaración Universal, así como a la Constitución. De la primera leamos el Artículo 23: “Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana (…)”. Y de la segunda: “Artículo 46. Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física, psíquica y moral; en consecuencia: 1. Ninguna persona puede ser sometida a penas, torturas o tratos crueles, inhumanos o degradantes (…)”.

    La refundación nacional exige con urgencia una alfabetización liberadora y una educación seria para una genuina convivencia democrática y una “nueva sociedad”.

 

sábado, 29 de enero de 2022

RELIGIÓN, OPIO O INTERPELACIÓN

     A manera de preámbulo valgan dos observaciones con respecto a religión como la interpretamos aquí. La primera es que se la define como comunión con Dios, inseparablemente ligada a comunión con el prójimo, y no ya polarizada en lo institucional normativo y cultual como suele hacerse. La segunda es que se la entiende en su especificidad cristiana, sin ignorar y, mucho menos, menospreciar, los valores comunes con otras expresiones confesionales.

    Fundamental en una reflexión sobre religión es el concepto de Dios de que se parte. En perspectiva cristiana se trabaja no sólo con los datos de la razón, sino que se cuenta primordialmente con lo que Dios ha revelado acerca de su ser y obrar, lo cual recoge la Sagrada Escritura o Biblia (conjunto de Libros que se dividen en Antiguo y Nuevo Testamento).

    La noción de Dios que ofrece esa revelación lo presenta no sólo como el absoluto, ser infinito y perfecto, personal y creador, sino como comunión, tejido de relaciones interpersonales: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El misterio central cristiano es el de Dios- Trinidad y Jesucristo, Revelador y Salvador. Dios se manifiesta como ser dialogal, “familia divina”. Por ello la Primera Carta de Juan da la siguiente definición: “Dios es Amor” (4, 8). Los cristianos coincidimos con los judíos y musulmanes en afirmar a Dios como uno y único (monoteísmo), pero nos distinguimos en reconocerlo como pluripersonal (Unitrino).

    La concepción cristiana en Dios no se queda en un seco enunciado intelectual; es fecunda y sumamente iluminadora en consecuencias. Mencionamos algunas, comenzando con el reflejo antropológico.

    Según el relato genesíaco de la creación Dios dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra” (1, 26). Pues bien, lo que brota de esta voluntad del Unitrino creador no es un humano solitario, sino solidario, dialogal, ser para la comunicación y la comunión; no crea simplemente humanos sino humanidad, sociedad, en función de la cual aparece la distinción sexual.

    Otra expresión la tenemos en el campo operativo. Como consciente y libre, el humano creado queda constituido en sujeto ético, responsable y corresponsable, recibe orientaciones y normas (lamentablemente la libertad histórica no tardará en manifestar su lado limitado y oscuro, el pecado, cap. 3).  La norma máxima y articuladora moral, que se va perfilando en el Antiguo Testamento y queda patente en el Nuevo, es el amor, a Dios y prójimo, como Jesucristo lo subraya una y otra vez (ver, por ejemplo, el Sermón de la última Cena, Jn. 13-17). San Pablo subraya que la plenitud de la ley es el amor (ver Rm 13, 8.10). El relato del Juicio Final que hace el mismo Jesús, según Mateo 25, 31-46, muestra bien claro que, antes que opio y distracción, el relacionamiento con Dios es interpelación y exigencia de solidaridad y fraternidad concretas; allí aparece como criterio de salvación y condenación definitivas la práctica o no, en este mundo, del amor al prójimo, el cual presencializa al Señor Jesucristo. Y amor muy en concreto. Aquí hay toda una exigencia de servicio, misericordia, bondad, respeto, reconciliación, justicia, ternura, solidaridad. No sólo como buenos deseos, sino como realización efectiva. Pablo VI habló de “civilización del amor” como figura de la nueva sociedad que es preciso construir.

    Antes que, alienación, indiferencia, evasión del quehacer servicial mundano, la comunión (religatio) con Dios Trinidad-Amor, es reclamo y estímulo de compromiso social, político y cultural hacia una convivencia humana realmente digna y fraterna.

    La religión cristiana tiene un credo que sintetiza las verdades fundamentales que se han de creer y un conjunto cultual en que es preciso participar. Pero como sentido y norte de todo ello se destaca el “mandamiento máximo” como orientación-meta del ser y quehacer del creyente: el amor. Como advertencia final valga la siguiente: “Si alguno dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20).

jueves, 13 de enero de 2022

Soberano, participante y protagónico

     La Constitución en el Preámbulo afirma como su finalidad suprema refundar la República para lograr una sociedad, cuyas primeras tres notas han de ser: democrática, participativa y protagónica. Ahora bien, ¿quién ha de ser el constructor de esa polis? El artículo 5 responde: el pueblo soberano, de modo directo o indirecto, pero, en todo caso, primero, originario.

    La democracia etimológicamente dice “poder del pueblo”, expresión de su soberanía. Ésta, con todo, no se da sin más, por cuanto exige participación y protagonismo.  Entraña, en efecto, compromiso real, corresponsabilidad efectiva e irrenunciable proactividad. Requiere una seria educación para ello y fraguar mecanismos indispensables.

    A finales del siglo pasado se habló bastante de los cogollos hegemónicos de los partidos, cuando las dirigencias se convirtieron en grupos cerrados, autosuficientes, dejando de ser vasos comunicantes con la militancia partidista y la población en general. Alguna vez oí decir a un alto directivo nacional, en vísperas de unas elecciones presidenciales, que lo más importante no era el candidato, sino la maquinaria partidista que lo llevaría al poder.

    Cuando hoy se plantea una necesaria refundación del país es porque el manejo político no ha ido acorde con la participación y el protagonismo genuinos del soberano. Tenemos así un régimen opresor que se considera omnisciente y omnipotente, un liderazgo partidista con pretensiones de autosuficiente y una ciudadanía más bien replegada como observadora, confusa y aquejada en buena medida por el síndrome de Estocolmo.

    Hay una expresión, que si bien no puede ser asumida axiomáticamente, no deja de exhibir gran parte de verdad: los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Afirmación que han de tomarse como desafío hacia la transformación de la realidad.

    La gravísima crisis del país, que tiene como causa principal el gobierno dictatorial de proyecto totalitario, exige un esfuerzo muy grande para el cambio democrático de mentes, procedimientos y estructuras. Lo de mentes se refiere a formación, educación, para la participación y el protagonismo ciudadanos, con miras a una convivencia de significativa calidad humana (ético-cultural, espiritual, social) y un ordenamiento societario promotor de corresponsabilidad, compartir, solidaridad. Con gente pasiva, cautiva, encuadrada en estructuras hegemónicas y monopólicas no se puede pensar en un futuro democrático, de consistente bien común. En la Iglesia Católica, por cierto, está hoy sobre el tapete el tema de la sinodalidad (en griego quiere decir caminar juntos), que busca promover precisamente la participación, la corresponsabilidad de los creyentes en los varios ámbitos eclesiales hacia el cumplimiento de la común misión evangelizadora.

    Participación -derivada de parte- significa que cada quien debe asumir la tarea que le corresponde dentro del conjunto social  y ser protagonista en alguna forma de la suerte del mismo. Responsabilizándose siempre, en pequeño o en grande, de algo. No sentándose a esperar que le compongan su hábitat, sino asumiéndolo en concreto (familia, vecindario, pueblo, región, nación; grupo, sector, gremio, partido…). Pensando con la propia cabeza y poniendo en acción la libertad.

    Participación es “meter las manos en la masa”, enfrentar lo poco o mucho que corresponde hacia un horizonte de bien común. Es tomar conciencia de ser actor y no simple paciente, buscando los mejores modos de ejercer el servicio ciudadano y, si toca, ocupando primeros puestos, no ciertamente por soberbia o avaricia, sino en la línea de una solidaridad corresponsable.

    Nuestra historia nacional con su persistente secuencia de gobiernos de fuerza, dictaduras, oligarquías, partidocratismos, populismos y pare de contar, no ha sido la mejor escuela de participación ciudadana y de protagonismo efectivo y compartido.  Ahora bien, para remodelar mentes y reconstruir tejidos y estructuras, nadie puede considerarse desempleado y excluido en esta empresa societaria, en la cual va de por medio el futuro deseable de la nación. Repito: al hay que debo cambiarlo por el tengo que y entrar en acción para poder decir estoy en.

    El soberano sea de veras soberano, participando y protagonizando.

jueves, 30 de diciembre de 2021

AÑO NUEVO: DE REFUNDACIÓN

     Que sea de verdad un año “nuevo”. En sentido profundamente humano.

    Un año en que comencemos el siglo XXI y el III milenio. Porque el tiempo venezolano no sólo se ha detenido en genuino desarrollo, sino que retrocede, en índice económico, pero también en político y ético-cultural. Hemos llegado en dos décadas a una Venezuela “irreconocible”. Razón ha tenido el Episcopado Venezolano al plantear la “urgente necesidad” de refundar el país.

    Refundación tiene una connotación de radicalidad y globalidad. No se trata, en efecto, de un cambio parcial o sectorial y menos de un arreglo epidérmico o cosmético, sino que implica ir a los fundamentos societarios y mirando al conjunto. Tiene que enfrentar lo sistémico y estructural, revisando horizonte y finalidad. Venezuela requiere no sólo la sustitución de un gobernante, la reforma de una ley o de un determinado procedimiento. Por ello, en lo referente al agente del cambio así como a la hondura y extensión de las medidas para solucionar la grave crisis actual, se menciona el artículo 5 de la Constitución, con lo que compete al soberano en cuanto a poder total, originario y constituyente. El “soberano”, es el sujeto primario jurídico del Estado, sí, pero entendiéndolo en sentido integral, como comunidad ciudadana corresponsable del bien común del país, que es no sólo instituciones y estructuras, sino también y sobre todo, convivencia humana, tejido de deberes y derechos, con vocación a un desarrollo completo, material y espiritual.

    El soberano es quien puede y debe, por tanto, dar un giro fundamental al país. Éste sufre hoy un gravísimo mal, que pudiéramos calificar de substancial, para distinguirlo de algo simplemente parcial, puntual, accidental. Los Obispos lo han conceptuado así: “Vivimos inmersos en un caos generalizado en todos los niveles de vida social y personal” (Exhortación de 10.07.2020). ¿Podría calificarse con términos más fuertes, tristes e interpelantes, la desastrosa situación de Venezuela y precisamente a dos siglos de “Independencia”?

    Refundar no es partir de la nada. Es un recomienzo histórico, asumiendo valores de la nacionalidad concreta, corrigiendo errores y proponiéndose, con realismo esperanzado, metas altas y, por ende, exigentes. Sumando tradición y novedad. No pretendiendo ilusoriamente borrar el pasado -inútil intento suicida, repetitivo en nuestra historia republicana-, sino aceptando con humildad y discernimiento la herencia recibida y proyectándola con creatividad hacia el futuro por construir.

    Refundación constituyente. Sectores de la sociedad civil han identificado así la operación que la nación requiere en estos momentos de “caos generalizado”. Lo de “constituyente” subraya lo profundo y amplio del cambio requerido. Es un acto exclusivo del soberano (CRBV 5. 347-350), que determina el rumbo que ha de seguir la República en cuanto a estilo, autoridad y normas fundamentales; particular relieve tiene la redacción de una nueva Constitución. No es del caso precisar en este escrito pasos a dar ni particulares jurídicos a privilegiar. Lo que sí cabe resaltar es la urgencia de la intervención constituyente del pueblo soberano para sacar al país de la postración global en lo mantiene el Régimen del Socialismo del Siglo XXI, según lo que la Conferencia Episcopal Venezolana ha precisado repetidas veces y sin ambages. Baste citar algo de su Mensaje del 19.03.2018: “En los últimos tiempos, Venezuela se ha convertido en una especie de tierra extraña para todos. Con inmensas riquezas y potencialidades, la nación se ha venido a menos, debido a la pretensión de implantar un sistema totalitario, injusto, ineficiente, manipulador, donde el juego de mantenerse en el poder a costa del sufrimiento del pueblo, es la consigna. Junto a esto, además de ir eliminando las capacidades de producción de bienes y servicios, ha aumentado la pobreza, la indefensión y la desesperanza de los ciudadanos”.

    Hacer de 2022 un año realmente nuevo, de refundación, se nos plantea a los venezolanos, creyentes y no creyentes pero decididamente humanistas, como un deber insoslayable. Dios nos conceda una Venezuela libre, solidaria, próspera, de calidad moral y espiritual.