viernes, 25 de febrero de 2022

REFUNDACIÓN HISTÓRICA

     Somos luego de haber sido; y esperamos ser. Es lo que podemos decir los humanos en nuestro peregrinar por el tiempo. Cargamos un pasado claroscuro, nos ocupa una tarea ineludible y enfrentamos un quehacer desafiante. Inscritos en un árbol genealógico. Esa es nuestra condición histórica.

    Tentación frecuente es la de creernos generación espontánea o abstraernos de lo pretérito. Y contra un genuino realismo, querer reescribir la historia y crear -en sentido estricto, es decir, “a partir de la nada”- un porvenir, en vez de, con humildad - que es fundamentalmente actitud realista-- asumir lo recibido y edificar con este material el futuro deseable.

    Nuestra historia patria es fecunda en pretensiones inútiles, reflejadas en lemas revolucionarios altisonantes exaltando novedades y “olvido de lo pasado” como por allá en 1858 con Julián Castro.

    Resulta muy significativo el hecho de que los evangelistas, al inventariar antepasados de Jesús, dibujan “genealogías” que no expurgan personas de baja calificación moral y religiosa, nada cónsonas con la dignidad de Jesús. Mateo justo al comienzo (1, 1-17) y Lucas un poco después (3, 23-38) no podaron el árbol genealógico del Señor, sino que integraron allí hombres y mujeres como la adúltera Betsabé y el idólatra Acaz.

    Depurar la historia e intentar inaugurarla a la propia imagen y semejanza ha sido lamentablemente repetitivo. Bolívar no escapó a esta ilusión al anatematizar el pasado colonial, que llevaba en sus venas y cortar fantasiosamente el hilo de la propia biografía; y quienes asumieron las riendas de la Venezuela republicana cultivaron una política maniquea de discontinuidad histórica y fractura nacional.  Ángel Viso en su libro Identidad y ruptura (1982) hace aguda memoria de este doloroso drama. Y el país no ha entrado todavía en un nuevo siglo y un nuevo milenio, por, entre otras cosas, la intención oficial de imponer un Plan de la Patria, que intenta cancelar nuestro pasado, desconociendo valores sembrados así como tiempos de logros democráticos y desarrollo apreciable.

    Consecuencia de una tal discontinuidad histórica ha sido la fragilidad, cuando no quiebre, de instituciones fundamentales como las de justicia y educación; podría agregarse también el menosprecio de factores básicos en el ámbito ético-religioso. Ejemplos patentes son la discontinuidad de lo relativo al Desarrollo (Revolución) de la Inteligencia a mediados de los ochenta y, más recientemente, al Programa Educación Religiosa Escolar (ERE).

    Reflejo y consecuencia de esa actitud antihistórica es la marginación de símbolos (personas y acontecimientos) expresivos y animadores en los varios campos (económico, político y ético-cultural) de la vida nacional. Ha habido, en especial en estos ultimísimos tiempos, un reduccionismo empobrecedor al respecto. El derribo de la estatua de Colón justo al comienzo del actual régimen y el “ajusticiamiento” sistemático de Páez han sido bastante expresivos de una poda absurda en la genealogía nacional.

    Somos herederos de héroes y de villanos. La depuración del árbol genealógico nacional equivale a un suicidio colectivo. Muertos no haremos historia.

El Episcopado nacional ha puesto sobre el tapete el tema de la urgente refundación del país. Pues bien, ésta no consiste en una re-creación, sino en retomar nuestras mejores raíces para dinamizar la marcha del país hacia una convivencia libre, solidaria, productiva, cívica, pacífica, de apreciable calidad espiritual de vida.

    La refundación ha de re-asumir y desarrollar ulteriormente,  en el nuevo y plural marco planetario, nuestra identidad occidental y cristiana, nuestra fraternidad continental, nuestros logros humanistas y democráticos, nuestra condición de sociedad tropical y caribeña abierta racial y culturalmente.  

    Una refundación reclama reconocer, con sinceridad y autenticidad, quiénes hemos sido, y plantearnos, con lucidez y coraje, quiénes hemos de ser. Conscientes y agradecidos con nuestro árbol genealógico y, sobre todo, retomando lo mejor de nosotros mismos hacia el futuro obligante deseable.

   

 

 

    

 

jueves, 10 de febrero de 2022

ALFABETIZACIÓN REFUNDADORA

     El tema de la refundación nacional está sobre el tapete. Lo ha puesto el Episcopado venezolano y está abriéndose espacio. A este respecto valgan ahora algunas reflexiones sobre un tema indispensable como presupuesto y acompañante. Se trata de una alfabetización básica en materia de derechos humanos y principios constitucionales.

    En una pequeña y sencilla publicación mía sobre elementos primarios de Doctrina Social de la Iglesia he insertado la Declaración Universal de 1948, así como el Preámbulo y los Principios Fundamentales de nuestra Constitución (se puede bajar de mi blog perezdoc1810.blogspot.com). Son cosas que se suponen sabidas y resultan comúnmente ignoradas, lo cual tiene graves consecuencias en cuanto a praxis ciudadana. No se puede querer (ni reclamar) lo que no se conoce (en latín suena nil volitum nisi praecognitum).

    Una re-fundación del país hacia una convivencia deseable y sólida exige una educación ciudadana general sobre puntos esenciales de una recta concepción de la persona y de la sociedad ¿Qué identifica en su raíz a un ser humano respecto de los seres en general, y qué tipo de convivencia (polis) debe él organizar para poder desarrollarse en consecuencia. Un vacío grande en la educación venezolano se creó al desaparecer la asignatura Moral y Cívica, la cual se daba en la escuela primaria. Y la verdad es que si importante era conocer las operaciones aritméticas elementales y los nombres de los principales ríos de la geografía nacional, más importante era manejar el ABC de la propia identidad humana y de los deberes y derechos ciudadanos para asegurar un digno convivir. De Bolívar es bastante conocido aquello de que “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”. Y no resisto la tentación de citar aquí lo que el sacerdote dice en la tragedia Edipo, Rey: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”.  En esta línea de reflexión se sitúa lo dicho por Jesús: “¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” (Mt 16, 26).  

    Los regímenes en línea dictatorial, al igual que los partidos cuya predilección es contar con “masas”, no están interesados en una población con seria formación política y que piense con la propia cabeza. Plena vigencia tiene aquí la frase del Señor Jesucristo: “la verdad los hará libres” (Jn 8, 32).

    El comienzo de la etapa democrática venezolana post 23 de Enero registró un esfuerzo significativo en “formación de cuadros”, de gente especialmente joven, en cuanto a teoría y praxis socio política. Pero a medida que se consolidaron los partidos y se turnaron en el poder, se fue descuidando la formación, con los efectos que son de prever: pragmatismo de poca altura, culto de las maquinarias partidistas, debilitamiento del espíritu de servicio, polarización en la caza de liderazgos y corruptelas de diverso género.

    En lo que toca a la Iglesia se bajó también la guardia en materia de educación para la política, no percibiendo de modo debido las implicaciones del Evangelio en la construcción de una “nueva sociedad”. El Concilio Plenario de Venezuela dejó más tarde esta interpelación: “Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (Documento 3).  

    En Venezuela se da hoy una sistemática, permanente y grave violación de derechos humanos por parte del régimen que gobierna de facto. Basta una hojeada ligera a la Declaración Universal, así como a la Constitución. De la primera leamos el Artículo 23: “Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana (…)”. Y de la segunda: “Artículo 46. Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física, psíquica y moral; en consecuencia: 1. Ninguna persona puede ser sometida a penas, torturas o tratos crueles, inhumanos o degradantes (…)”.

    La refundación nacional exige con urgencia una alfabetización liberadora y una educación seria para una genuina convivencia democrática y una “nueva sociedad”.

 

sábado, 29 de enero de 2022

RELIGIÓN, OPIO O INTERPELACIÓN

     A manera de preámbulo valgan dos observaciones con respecto a religión como la interpretamos aquí. La primera es que se la define como comunión con Dios, inseparablemente ligada a comunión con el prójimo, y no ya polarizada en lo institucional normativo y cultual como suele hacerse. La segunda es que se la entiende en su especificidad cristiana, sin ignorar y, mucho menos, menospreciar, los valores comunes con otras expresiones confesionales.

    Fundamental en una reflexión sobre religión es el concepto de Dios de que se parte. En perspectiva cristiana se trabaja no sólo con los datos de la razón, sino que se cuenta primordialmente con lo que Dios ha revelado acerca de su ser y obrar, lo cual recoge la Sagrada Escritura o Biblia (conjunto de Libros que se dividen en Antiguo y Nuevo Testamento).

    La noción de Dios que ofrece esa revelación lo presenta no sólo como el absoluto, ser infinito y perfecto, personal y creador, sino como comunión, tejido de relaciones interpersonales: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El misterio central cristiano es el de Dios- Trinidad y Jesucristo, Revelador y Salvador. Dios se manifiesta como ser dialogal, “familia divina”. Por ello la Primera Carta de Juan da la siguiente definición: “Dios es Amor” (4, 8). Los cristianos coincidimos con los judíos y musulmanes en afirmar a Dios como uno y único (monoteísmo), pero nos distinguimos en reconocerlo como pluripersonal (Unitrino).

    La concepción cristiana en Dios no se queda en un seco enunciado intelectual; es fecunda y sumamente iluminadora en consecuencias. Mencionamos algunas, comenzando con el reflejo antropológico.

    Según el relato genesíaco de la creación Dios dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra” (1, 26). Pues bien, lo que brota de esta voluntad del Unitrino creador no es un humano solitario, sino solidario, dialogal, ser para la comunicación y la comunión; no crea simplemente humanos sino humanidad, sociedad, en función de la cual aparece la distinción sexual.

    Otra expresión la tenemos en el campo operativo. Como consciente y libre, el humano creado queda constituido en sujeto ético, responsable y corresponsable, recibe orientaciones y normas (lamentablemente la libertad histórica no tardará en manifestar su lado limitado y oscuro, el pecado, cap. 3).  La norma máxima y articuladora moral, que se va perfilando en el Antiguo Testamento y queda patente en el Nuevo, es el amor, a Dios y prójimo, como Jesucristo lo subraya una y otra vez (ver, por ejemplo, el Sermón de la última Cena, Jn. 13-17). San Pablo subraya que la plenitud de la ley es el amor (ver Rm 13, 8.10). El relato del Juicio Final que hace el mismo Jesús, según Mateo 25, 31-46, muestra bien claro que, antes que opio y distracción, el relacionamiento con Dios es interpelación y exigencia de solidaridad y fraternidad concretas; allí aparece como criterio de salvación y condenación definitivas la práctica o no, en este mundo, del amor al prójimo, el cual presencializa al Señor Jesucristo. Y amor muy en concreto. Aquí hay toda una exigencia de servicio, misericordia, bondad, respeto, reconciliación, justicia, ternura, solidaridad. No sólo como buenos deseos, sino como realización efectiva. Pablo VI habló de “civilización del amor” como figura de la nueva sociedad que es preciso construir.

    Antes que, alienación, indiferencia, evasión del quehacer servicial mundano, la comunión (religatio) con Dios Trinidad-Amor, es reclamo y estímulo de compromiso social, político y cultural hacia una convivencia humana realmente digna y fraterna.

    La religión cristiana tiene un credo que sintetiza las verdades fundamentales que se han de creer y un conjunto cultual en que es preciso participar. Pero como sentido y norte de todo ello se destaca el “mandamiento máximo” como orientación-meta del ser y quehacer del creyente: el amor. Como advertencia final valga la siguiente: “Si alguno dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20).

jueves, 13 de enero de 2022

Soberano, participante y protagónico

     La Constitución en el Preámbulo afirma como su finalidad suprema refundar la República para lograr una sociedad, cuyas primeras tres notas han de ser: democrática, participativa y protagónica. Ahora bien, ¿quién ha de ser el constructor de esa polis? El artículo 5 responde: el pueblo soberano, de modo directo o indirecto, pero, en todo caso, primero, originario.

    La democracia etimológicamente dice “poder del pueblo”, expresión de su soberanía. Ésta, con todo, no se da sin más, por cuanto exige participación y protagonismo.  Entraña, en efecto, compromiso real, corresponsabilidad efectiva e irrenunciable proactividad. Requiere una seria educación para ello y fraguar mecanismos indispensables.

    A finales del siglo pasado se habló bastante de los cogollos hegemónicos de los partidos, cuando las dirigencias se convirtieron en grupos cerrados, autosuficientes, dejando de ser vasos comunicantes con la militancia partidista y la población en general. Alguna vez oí decir a un alto directivo nacional, en vísperas de unas elecciones presidenciales, que lo más importante no era el candidato, sino la maquinaria partidista que lo llevaría al poder.

    Cuando hoy se plantea una necesaria refundación del país es porque el manejo político no ha ido acorde con la participación y el protagonismo genuinos del soberano. Tenemos así un régimen opresor que se considera omnisciente y omnipotente, un liderazgo partidista con pretensiones de autosuficiente y una ciudadanía más bien replegada como observadora, confusa y aquejada en buena medida por el síndrome de Estocolmo.

    Hay una expresión, que si bien no puede ser asumida axiomáticamente, no deja de exhibir gran parte de verdad: los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Afirmación que han de tomarse como desafío hacia la transformación de la realidad.

    La gravísima crisis del país, que tiene como causa principal el gobierno dictatorial de proyecto totalitario, exige un esfuerzo muy grande para el cambio democrático de mentes, procedimientos y estructuras. Lo de mentes se refiere a formación, educación, para la participación y el protagonismo ciudadanos, con miras a una convivencia de significativa calidad humana (ético-cultural, espiritual, social) y un ordenamiento societario promotor de corresponsabilidad, compartir, solidaridad. Con gente pasiva, cautiva, encuadrada en estructuras hegemónicas y monopólicas no se puede pensar en un futuro democrático, de consistente bien común. En la Iglesia Católica, por cierto, está hoy sobre el tapete el tema de la sinodalidad (en griego quiere decir caminar juntos), que busca promover precisamente la participación, la corresponsabilidad de los creyentes en los varios ámbitos eclesiales hacia el cumplimiento de la común misión evangelizadora.

    Participación -derivada de parte- significa que cada quien debe asumir la tarea que le corresponde dentro del conjunto social  y ser protagonista en alguna forma de la suerte del mismo. Responsabilizándose siempre, en pequeño o en grande, de algo. No sentándose a esperar que le compongan su hábitat, sino asumiéndolo en concreto (familia, vecindario, pueblo, región, nación; grupo, sector, gremio, partido…). Pensando con la propia cabeza y poniendo en acción la libertad.

    Participación es “meter las manos en la masa”, enfrentar lo poco o mucho que corresponde hacia un horizonte de bien común. Es tomar conciencia de ser actor y no simple paciente, buscando los mejores modos de ejercer el servicio ciudadano y, si toca, ocupando primeros puestos, no ciertamente por soberbia o avaricia, sino en la línea de una solidaridad corresponsable.

    Nuestra historia nacional con su persistente secuencia de gobiernos de fuerza, dictaduras, oligarquías, partidocratismos, populismos y pare de contar, no ha sido la mejor escuela de participación ciudadana y de protagonismo efectivo y compartido.  Ahora bien, para remodelar mentes y reconstruir tejidos y estructuras, nadie puede considerarse desempleado y excluido en esta empresa societaria, en la cual va de por medio el futuro deseable de la nación. Repito: al hay que debo cambiarlo por el tengo que y entrar en acción para poder decir estoy en.

    El soberano sea de veras soberano, participando y protagonizando.

jueves, 30 de diciembre de 2021

AÑO NUEVO: DE REFUNDACIÓN

     Que sea de verdad un año “nuevo”. En sentido profundamente humano.

    Un año en que comencemos el siglo XXI y el III milenio. Porque el tiempo venezolano no sólo se ha detenido en genuino desarrollo, sino que retrocede, en índice económico, pero también en político y ético-cultural. Hemos llegado en dos décadas a una Venezuela “irreconocible”. Razón ha tenido el Episcopado Venezolano al plantear la “urgente necesidad” de refundar el país.

    Refundación tiene una connotación de radicalidad y globalidad. No se trata, en efecto, de un cambio parcial o sectorial y menos de un arreglo epidérmico o cosmético, sino que implica ir a los fundamentos societarios y mirando al conjunto. Tiene que enfrentar lo sistémico y estructural, revisando horizonte y finalidad. Venezuela requiere no sólo la sustitución de un gobernante, la reforma de una ley o de un determinado procedimiento. Por ello, en lo referente al agente del cambio así como a la hondura y extensión de las medidas para solucionar la grave crisis actual, se menciona el artículo 5 de la Constitución, con lo que compete al soberano en cuanto a poder total, originario y constituyente. El “soberano”, es el sujeto primario jurídico del Estado, sí, pero entendiéndolo en sentido integral, como comunidad ciudadana corresponsable del bien común del país, que es no sólo instituciones y estructuras, sino también y sobre todo, convivencia humana, tejido de deberes y derechos, con vocación a un desarrollo completo, material y espiritual.

    El soberano es quien puede y debe, por tanto, dar un giro fundamental al país. Éste sufre hoy un gravísimo mal, que pudiéramos calificar de substancial, para distinguirlo de algo simplemente parcial, puntual, accidental. Los Obispos lo han conceptuado así: “Vivimos inmersos en un caos generalizado en todos los niveles de vida social y personal” (Exhortación de 10.07.2020). ¿Podría calificarse con términos más fuertes, tristes e interpelantes, la desastrosa situación de Venezuela y precisamente a dos siglos de “Independencia”?

    Refundar no es partir de la nada. Es un recomienzo histórico, asumiendo valores de la nacionalidad concreta, corrigiendo errores y proponiéndose, con realismo esperanzado, metas altas y, por ende, exigentes. Sumando tradición y novedad. No pretendiendo ilusoriamente borrar el pasado -inútil intento suicida, repetitivo en nuestra historia republicana-, sino aceptando con humildad y discernimiento la herencia recibida y proyectándola con creatividad hacia el futuro por construir.

    Refundación constituyente. Sectores de la sociedad civil han identificado así la operación que la nación requiere en estos momentos de “caos generalizado”. Lo de “constituyente” subraya lo profundo y amplio del cambio requerido. Es un acto exclusivo del soberano (CRBV 5. 347-350), que determina el rumbo que ha de seguir la República en cuanto a estilo, autoridad y normas fundamentales; particular relieve tiene la redacción de una nueva Constitución. No es del caso precisar en este escrito pasos a dar ni particulares jurídicos a privilegiar. Lo que sí cabe resaltar es la urgencia de la intervención constituyente del pueblo soberano para sacar al país de la postración global en lo mantiene el Régimen del Socialismo del Siglo XXI, según lo que la Conferencia Episcopal Venezolana ha precisado repetidas veces y sin ambages. Baste citar algo de su Mensaje del 19.03.2018: “En los últimos tiempos, Venezuela se ha convertido en una especie de tierra extraña para todos. Con inmensas riquezas y potencialidades, la nación se ha venido a menos, debido a la pretensión de implantar un sistema totalitario, injusto, ineficiente, manipulador, donde el juego de mantenerse en el poder a costa del sufrimiento del pueblo, es la consigna. Junto a esto, además de ir eliminando las capacidades de producción de bienes y servicios, ha aumentado la pobreza, la indefensión y la desesperanza de los ciudadanos”.

    Hacer de 2022 un año realmente nuevo, de refundación, se nos plantea a los venezolanos, creyentes y no creyentes pero decididamente humanistas, como un deber insoslayable. Dios nos conceda una Venezuela libre, solidaria, próspera, de calidad moral y espiritual.



jueves, 16 de diciembre de 2021

PESEBRE Y POLIS

 

  


 El
Pesebre es una tradición cristiana muy arraigada, que conviene continuar con fidelidad creativa.  Francisco de Asís fue pionero por allá en el siglo XIII y desde entonces en el mundo católico se multiplicó en las más diversas expresiones culturales. Se lo monta en hogares e instituciones y hasta genera festivales como la ya tradicional Feria del Pesebre de Coro. Junto al más formal con proporciones y simetrías estrictas, los pesebres “ingenuos” ofrecen mayor riqueza expresiva y generadora espontaneidad.

    El profeta Isaías fue un experto en dibujar los tiempos mesiánicos en un Israel golpeado por graves reveses pero reanimado por firmes esperanzas. Exilado y aplastado por imperios, las profecías abrían al Pueblo de Dios horizontes cuajados de bienestar y paz, asegurados por el bondadoso Omnipotente. La paz perfecta era la gran promesa; paz universal cubriendo seres humanos y animales, naturaleza y campo de la libertad. “Forjarán (los pueblos) de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra” (2, 4). El Papa Francisco en su encíclica ecológica Laudato Si, acuñó el término comunión universal para designar “la amorosa conciencia” humana de conexión, unión, con las demás criaturas (LS 22). Isaías imaginaba futurísticamente esa conciencia así: “Serán vecinos el lobo y el cordero (…), el novillo y el cachorro pacerán juntos y un niño pequeño los conducirá (…) el león como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra está llena del conocimiento de Yahveh” (11, 6-9).

    Si el Génesis luego de relatar la creación describe el pecado como múltiple ruptura, el libro de Isaías subraya la promesa de tiempos mesiánicos de feliz re-unión. Jesús los ha inaugurado con su presencia liberadora y promete su plenitud en los cielos nuevos y la nueva tierra, la nueva Jerusalén, la perfecta y definitiva polis de que habla el Apocalipsis (Ap 21). Ese inicio y promesa han quedado para los discípulos de Jesús como compromiso desafiante para el tiempo del peregrinar histórico hasta el regreso glorioso del Señor: construir la polis terrena como convivencia de encuentro, compartir, solidaridad. De una paz que es simultáneamente don de Dios y producto de la libertad humana. “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” leemos en el Sermón de la Montaña.

    El Pesebre teje alrededor de la Sagrada Familia un rico entorno ecológico que hospeda una variada comunidad de pastores, artesanos, agricultores, sabios, soldados, técnicos, artistas; de niños y gentes de todas demás edades; de militares que no maltratan y mercaderes que no explotan. Todos caben y a nadie se excluye.  En los pesebres ingenuos se van introduciendo personajes, animales y cosas, porque todo es bueno, como Dios dijo al contemplar lo que había hecho (Gn 1, 31). Volúmenes y pesos no importan, tampoco lo sofisticado de las cosas y las jerarquías de poder, porque todo se igualan ante la mirada amorosa divina.

    No estimemos el Pesebre como un simple adorno o una cualquiera representación religiosa. Es, en efecto, una escuela de la convivencia (familia, pueblo, ciudad nación, mundo) que Dios quiere; una invitación a todos, cristianos y no, a construir una polis fraterna y cultivar un hábitat amable, amistoso. Es, también, una denuncia de toda forma de soberbia, avaricia y violencia.

    Frente al Pesebre ¡Cómo no sentirnos desafiados por una realidad nacional de seis millones de compatriotas exilados por nuevos herodes, de millones de prójimos venezolanos oprimidos por la intolerancia y hegemonía de un poder destructor prepotente? ¿Cómo no sentirnos interpelados por las indiferencias, injusticias e inclemencias en nuestras relaciones humanas? ¿Cómo no actuar una conversión ecológica hacia el respeto, cuidado y armonía con el ambiente?

    El Pesebre simboliza la polis que Dios nos manda edificar. Y de la cual hemos de rendir cuentas.

 

jueves, 2 de diciembre de 2021

JOSÉ GREGORIO, FILÓSOFO

      Me gusta recordar aquella antigua reflexión: “¿No hay que filosofar? Eso es ya filosofar”. El ser humano podría entonces definirse como un animal filósofo.

    Muchas cosas positivas se han dicho del “médico de los pobres”, tarea relativamente fácil por la riqueza multiforme de su personalidad. Hay una que merece destacarse, por cuanto denota profundidad a la vez que sencillez, y en todo caso, autenticidad: su autoidentificación como filósofo. Lo cual según la conocida etimología significa “amigo de la sabiduría”.

    Me sirvo en esta reflexión de una copia de sus Elementos de Filosofía, obra editada originalmente en 1912. El ejemplar tiene una dedicatoria muy diciente: “A mi estimado amigo” ¿Quién? Alguien que estaba en las antípodas de la orientación doctrinal del beato: el Doctor Luis Razetti.

    La inevitabilidad de la condición filosófica humana la expresa José Gregorio justo al inicio del prólogo de dicha obra: “Ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía”. Ésta le es indispensable, bien se trate de su vida sensitiva, moral y particularmente intelectual. Es la razón por qué el niño ya desde el comienzo de su desarrollo “empieza a ser filósofo; le preocupa la causalidad, la modalidad, la finalidad de todo cuanto ve”. Y “El rústico va lenta, laboriosamente consiguiendo en el trascurso de su vida algunos principios filosóficos que le van a servir para irse formando el pequeño capital de ideas que ha de ser el alimento de su inculta inteligencia”. Es una filosofía espontánea, natural, que podrá cultivarse después de modo sistemático, académico, como él lo intenta en el referido libro.

    Esta interpretación del ser humano es altamente positiva; y justa. Desde su ejercicio elemental, la mente trasciende lo inmediato perceptible y atraviesa lo epidérmico vital para encontrarse con lo más íntimo de sí mismo y la esencialidad de lo real, a través de preguntas y respuestas. La vida racional implica desde temprano un encuentro connatural con la sabiduría. José Gregorio lo valora bien: “La filosofía elaborada de esta manera viene a ser el más apreciado de todos los bienes que el hombre alcanza a poseer”. Es una concepción opuesta a un elitismo cultural, que lleva a juicios sumarios, despreciativos, de la capacidad y logros intelectuales de todo ser humano -también del más sencillo- creado por Dios “a su imagen y semejanza”. 

    Para el precursor de la medicina experimental en Venezuela los conocimientos científicos se ubican en un determinado marco filosófico existencial formado de antemano. (Aquí introduce una apreciación muy suya sobre el venezolano, cuya alma, dice, es “esencialmente apasionada” por la filosofía). Sin ser filósofo profesional, José Gregorio manifiesta un serio conocimiento de la problemática filosófica académica de su tiempo (problemas, autores, corrientes), pero interpreta su libro como expresión de su filosofía personal: “Esta filosofía me ha hecho posible la vida. Las circunstancias que me han rodeado en casi todo el trascurso de mi existencia, han sido de tal naturaleza, que muchas veces, sin ella, la vida me habría sido imposible. Confortado por ella he vivido y seguiré viviendo apaciblemente”. Vivir en sentido pleno implica filosofar.

    Al término del prólogo José Gregorio mismo se pone esta objeción o dificultad ¿Sólo o principalmente tu paz interior se debe a tu filosofía, o sobre todo a tu convicción religiosa? La respuesta del beato a este interlocutor imaginario es reveladora: “Le responderé que todo es uno”. Unidad de pensamiento, reflejo de unidad existencial.

    Las corrientes de ideas entonces dominantes en el ámbito académico, cultural (racionalismo, materialismo, positivismo…) no eran ciertamente las de José Gregorio. Pero él entendía su vocación no para el repliegue dogmático, sino para un testimonio cristiano firme, en primera línea y desde adentro, pero servicial y, por ello, comprensivo y dialogal. La amistad con Razetti es indicativa de esta actitud.

    José Gregorio es un ejemplo vivo de lo que hoy tanto se reclama del laico cristiano: ser un evangelizador de la cultura, un puente de mundo-Iglesia, presencia viva de Dios Amor en la humanidad por él creada y sostenida.