jueves, 27 de noviembre de 2025

DIVINIDAD COMO ENCUENTRO

 

    Concilio es una reunión de obispos con miras a decidir asuntos doctrinales y prácticos, algo que se comenzó a tener desde los orígenes mismos de la Iglesia. Se inició con reuniones pequeñas, regionales, para responder a problemas circunstanciales muy concretos. El primero de carácter universal, representando la globalidad de la comunidad eclesial, fue el de Nicea en Asia Menor; convocado por el emperador Constantino se tuvo en el año 325. Estamos, por tanto en un cumpleaños muy especial de dicho acontecimiento.

    Decisión resaltante de Nicea fue la definición de Jesucristo como Hijo de Dios, no creado y de la misma substancia del Padre celestial. Se comenzó a precisar así dogmáticamente el misterio de Dios Uno y Trino, que el pueblo cristiano venía confesando en su fe y venerando en su devoción, pero que las controversias y herejías surgidas en el camino obligaron a una clara formulación. Luego, a finales del mismo siglo (año 381), el concilio también ecuménico de Constantinopla completó el dogma de la Santísima Trinidad (Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo).  

    Tenemos así que en el centro o corazón de la fe cristiana está la afirmación de Dios no como un ser solitario, individualidad unipersonal, sino como divinidad interpersonal, encuentro, comunión. El cristianismo no adora varios dioses (politeísmo) sino uno solo (monoteísmo) al igual que el judaísmo y el islam, pero, a diferencia de éstos, como Trinidad.  Según lo expresa la Escritura: “Dios es amor” (1 Juan 4, 8). 

    La filosofía personalista contemporánea ha roto la concepción cerrada de la persona, matriz antropológica del pensamiento moderno, al afirmar lo `personal no como algo “ensimismado”, sino como ser cuya realización y perfeccionamiento se afirma en apertura interpersonal, en bidimensionalidad del en sí-hacia el otro. Pensadores como Mounier y Lévinas han aportado bastante en esto.

    El Dios uno y único revelado por Cristo como Trinidad, comunión, no se queda en misterio trascendente para la simple aceptación y contemplación, sino que ilumina el ser y quehacer del hombre y de la sociedad que éste ha de construir en el mundo. Cuando el Génesis afirma la creación del ser humano por Dios “a su imagen y semejanza” (1, 26) establece las bases de una antropología relacional, social, política, y da la clave de una historia en la cual la acción creadora y salvadora divina se irá manifestando en un sentido no reductivo individualista, sino comunional. Temas como Pueblo de Dios, amor como mandamiento máximo, obligante edificación de la sociedad terrena en convivencia fraterna, plenitud definitiva en la “polis” celestial, son expresiones hondamente significativas al respecto. El Concilio Vaticano II ha sido explícito en este sentido al afirmar que Dios ha querido “santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión de unos con otros, sino constituyendo un pueblo” (Cf. Constitución sobre la Iglesia 9). En este mismo documento se define a la Iglesia en términos de signo e instrumento de la acción global divina.

 Cuando los cristianos manifestamos nuestra fe en Dios Unitrino confesamos una verdad bien interpelante acerca de nuestro relacionamiento fraterno como conducta coherente con la fe. En tiempos de globalización (mundialización) acelerada, así como de inéditas tensiones en la convivencia mundana, el horizonte “unificante” humano (en el mejor sentido del término) planteado en perspectiva cristiana es máximamente positivo y exigente. La persona constituye ciertamente el centro y fin del dinamismo histórico, social, cultural, pero no como ente encerrado, sino como ser en y para la comunión.

    Todo lo que se diga de solidaridad, participación, sinodalidad, tiene su sentido y finalidad en esta línea.  Así como lo que se plantee en materia de libertad, responsabilidad y derechos (deberes) humanos. La fe cristiana no se identifica con intimismo y pura relación vertical con Dios; es apertura y comunicación. Y para la Iglesia las exigencias en este campo son más agudas por su autodefinición como signo e instrumento del plan comunional de Dios.

lunes, 17 de noviembre de 2025

DESAFÍO CULTURAL

     De los tres ámbitos sociales fundamentales, económico, político y ético cultural, este último constituye en definitiva el más determinante, aunque en perspectiva marxista clásica se lo minusvalore, conceptuándolo como superestructural respecto del primero de esta tríada.

    El fenómeno de la galopante islamización Europa justifica la reconsiderar de la presencia e influjo de los factores de la tríada. Ciertamente en aquél causa no pequeña ha sido el debilitamiento espiritual del continente europeo, la marginación de sus raíces histórico-religiosas, una excesiva confianza en la razón encerrada en sí misma y en la avasallante tecnología, así como en una concepción libertina de la libertad. No se trata de abogar por esquemas dominantes del pasado en una historia siempre cambiante, pero sí se hace necesario un ojo más crítico frente a la crisis, para orientarse mejor hacia un futuro deseable.

    En tiempos de la caída del Muro de Berlín se habló del fin de la historia. En ese momento se pensó en el triunfo de un binomio (libre mercado y democracia), sin apreciar debidamente el tercer elemento de la mencionada tríada y los efectos de construir un futuro consistente. Ilustrativa resulta al respecto la notable metamorfosis del marxismo, al no polarizarse ya en la tradicional lucha de clases, sino en animar una batalla cultural formulando nuevos binomios de oposición (razas, géneros, woke…). El Socialismo del Siglo XXI ha surgido adoptando el marxismo en otro marco de interpretación en que se reconocen diversos y aun contrastantes factores, en lo cual cuentan no poco las alianzas geopolíticas (piénsese en la que se teje con el islamismo radical). La escogencia del nuevo alcalde de New York tiene en este lado del Atlántico un alto valor simbólico.

    Cuando se dirige la mirada a nuestro país en grave crisis y hondos anhelos de cambio en estos inicios de siglo y milenio se ha de tomar muy en serio la integralidad de la tríada mencionada, no olvidando la experiencia de una riqueza mal administrada y de una democracia vaciada de autenticidad.

    Dos hechos no positivos y de escasa divulgación invitan a reflexionar sobre la compleja realidad y sus requerimientos. El primero se refiere a la defectuosa realidad familiar: el preponderante matricentrismo existente, que no ofrece un piso consistente para una nueva sociedad. La familia, es en efecto, el núcleo básico generador de la convivencia, la primera escuela y el centro introductor a la cultura de un pueblo. No es del caso entrar aquí en causas, efectos, manifestaciones de esa crítica realidad. Lo imprescindible es tomar conciencia de ella y atenderla positivamente.

    El segundo hecho concierne a la educación, como formadora no sólo de cerebros y habilidades, sino de conciencias y personas. Se trata del Programa Educación Religiosa Escolar, fruto de un convenio Estado-Iglesia firmado en los inicios de los años noventa para servir a los escolares de la llamada primaria. Ese Programa, abierto a un ámbito confesional más amplio que el católico, atendía junto a la formación en la fe, al fomento de valores fundantes de una sociedad genuinamente humana y humanizante. Con el régimen autodenominado revolucionario dicho Programa se desvaneció.

    Hoy en la crisis del país destacan factores de tipo económico y político como son la inflación del poder y la deflación de la ciudadanía en tener y soberanía. Pero resulta obligante subrayar también la urgencia de una recuperación moral y espiritual, en el sentido de libertad responsable, solidaridad, honradez, fraternidad, sentido ambiental, sensibilidad hacia los más débiles, cultivo de valores no rentables, apertura a lo trascendente divino.  El futuro deseable exige ciudadanos corresponsables, verdaderos padres de familia, auténticos educadores, serviciales dirigentes y agentes sociales y políticos.

    A las instituciones educativas y religiosas les cabe un deber especial en este campo. En lo que toca a la Iglesia católica, mayoritaria, la obligación se acentúa; debe integrar debidamente el compromiso por la edificación de una nueva sociedad con su deber evangelizador; no obviando lo “político” sino asumiéndolo seriamente como indisolublemente unido a su misión.

 

lunes, 10 de noviembre de 2025

REALISMO APARENTE

 

    Por real se entiende corrientemente lo verdadero, objetivo, lo que manejamos o aspiramos manejar con el pensamiento y el obrar. Frente a ello ubicamos lo puramente ideal, lo imaginario, lo aparente y fantasioso. Con distinciones como ésta se encaró desde sus comienzos la reflexión humana, tanto ordinaria como filosófica. Desafío fundamental ha sido siempre el identificar y manejar lo real; como esto no fue nunca tarea fácil, surgieron desde el comienzo actitudes de renuncia y desesperación como el relativismo y el escepticismo. El ser humano persiste, sin embargo, en encontrarse con lo real y declararse siempre en búsqueda del mismo.

    Ahora bien, en cuanto a interpretaciones de sí mismo y de su entorno, el ser humano ha explorado en todas direcciones y producido las cosas más disímiles. Su mente no es infinita, pero sí infinita e inevitablemente abierta. De allí que no pueda renunciar a pensar, sea en grande o también a nivel rastrero; y, paradójicamente, posibilite a los ateos materialistas concebir la materia con características divinas como serían la absolutez y la omnipotencia.

    El hombre es un ser que se descubre y desarrolla en una realidad envolvente y en constante devenir. Es un yo circunstanciado espacial y temporalmente. Su habitación es una morada que se va ampliando como en círculos concéntricos, desde lo que tiene a la mano hasta lo cósmico e insondable. Y esto, quiéralo o no. Con solo cerrar sus ojos y vaciar su mente no anula la danza de nuestro planeta ni la agitación de la Vía Láctea. Y puede paralizar, sí, las agujas del reloj, pero no la carrera del tiempo.

    Abundan quienes afirman ser muy realistas y dueños del futuro, pero se quedan en la epidermis de la circunstancia. No captan más allá de la punta de los dedos ni toman en serio la fragilidad de la existencia. Esto explica por qué, en contracorriente, una filosofía contemporánea, desafiando la banalidad, ha subrayado lo que constituye un auténtico existir y la identidad de la muerte como definición del ser. (Muerte que, en perspectiva cristiana, es, por cierto, paso a una vida en plenitud).

    En la política las ideologías suelen desviar la realidad hacia idealismos utópicos y programas ilusorios. Y hoy en día fuertes tendencias culturales vacían al ser humano de valores consistentes para atosigarlo con la fugacidad del espectáculo y la superficialidad del consumo. También inflan un engañoso libertinismo y un atrayente sensualismo, pretendiendo llenar el vacío dejado por humanismos coherentes y trascendentes. Diseñado para el ser y el bien totales, seres y bienes limitados no agotan definitivamente la insaciabilidad humana.

    A la luz de las anteriores reflexiones cabe formular algunas invitaciones hacia una actitud realista de futuro consistente.

    Una primera sería tomar viva conciencia de la propia persona creada por Dios como ser social, para la comunicación y la comunión. Social, político. “El otro” no aparezca ya como sobrecarga, sino como socio en el peregrinaje histórico. Lo cual no sobra recalcar, pues una matriz antropológica cultivada en la modernidad ha sido precisamente la de un marcado ego-centrismo. La democracia, no así el colectivismo, va en buena dirección. La dictadura se sitúa en contradirección.

    Una segunda sería la de una conversión espacio-temporal. El paso de una reclusión mental en el ámbito inmediato a una ubicación progresivamente abierta a hábitats más amplios. Volamos, en efecto, en un pequeño globo espacial como ciudadanos en el cosmos, lo que nos exige ser más humildes y fraternos. Por otra parte peregrinamos en una desconcertante fugacidad temporal. Cada momento es un inaferrable flash. Cuando hablamos de presente, éste ya se esfumó; y lo futuro es mera expectativa.  La humildad tiene aquí un sensato y obligante asidero. Salmos como el 39, el 90 y el 104 son tremendamente interpelantes, así como la parábola del iluso empresario  expuesta por Jesús (ver Lc 12, 16-21).  Uno no puede menos de recordar aquí las megalómenas promesas totalitarias de imperios por mil años y de “vinimos para quedarnos”.

    El realista genuino es el consciente de su circunstancia limitada, que no teme confrontarse con lo absoluto y busca perfeccionarse en servicial alteridad.  

 

 

lunes, 20 de octubre de 2025

SANTIDAD ES COMUNIÓN

 

    En 1979 tuvo lugar la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en México, conocida con la simple denominación de Puebla, por la ciudad en que se congregó. Dicha asamblea asumió como eje de sus trabajos e hilo conductor también de su documento final la categoría comunión, a la cual identificó como línea teológico-pastoral (LTP).

    Asumir una tal línea constituyó un verdadero descubrimiento dentro de la milenaria formulación doctrinal y práctica del mensaje cristiano. No se trató de una nueva afirmación teórica ni de una propuesta novedosa en el campo de la praxis. Se quiso pura y simplemente precisar una noción que articulase el conjunto teórico-operativo propio de la Iglesia.

    Dos décadas después, justo comenzando el nuevo siglo y milenio, la Iglesia en Venezuela celebró un Concilio Plenario (2000-2006) con ocasión de los 500 años de evangelización del país. Dicho concilio o sínodo nacional congregó, junto a los 45 obispos más de 200 representantes de los otros sectores eclesiales (laicado y vida consagrada). Por cierto que dicho concilio ha sido el único de ese tipo celebrado en la Iglesia universal en el presente siglo y milenio. Un elemento fundamental de esa asamblea conciliar fue precisamente el asumir la LTP de Puebla, comunión, y, más aún, definir técnicamente lo que entendía por una tal línea, lo cual hizo en los siguientes términos: “la noción o categoría, interpretativa y valorativa, que constituye el principio o eje unificador de lo que teológicamente se afirma y pastoralmente se propone” (Carta Pastoral Con Cristo, hacia la comunión y la solidaridad, 18).

    La LTP formulada por Puebla y asumida por el Concilio Plenario de Venezuela no ha recibido todavía, lamentablemente, en los niveles más amplios de la Iglesia, el reconocimiento y la aplicación debidos a tan importante descubrimiento.  Creo, sin embargo, que más temprano que tarde, terminará por imponerse en virtud de su valor intrínseco.

    La LTP es una noción o categoría, no una afirmación o una tesis.  Es un concepto que sirve de eje articulador o núcleo aglutinante de todo el conjunto doctrinal (nociones) y prácticas (normas) cristianas. Viene a ser respuesta adecuada a las preguntas que pueden formularse, ya en el campo teológico (¿qué es Dios, Iglesia, vida eterna…?) o en el operativo (¿cuál es el sentido de los preceptos morales, de la espiritualidad genuina, de la evangelización…?) Podría incluirse aquí una pregunta de bastante actualidad ¿qué es la santidad y hacia dónde apuntan las canonizaciones?

    Fijando la atención en el campo práctico cabe explicitar que amor es equivalente a comunión. Resulta así legítimo definir a Dios tanto como como comunión (trinitaria), como amor (ver 1Jn 4, 8) En realidad el amor subraya el aspecto dinámico y así se puede decir que el amor teje la comunión.

    La formulación de la LTP viene a llenar un enorme vacío en materia religiosa. Su reconocimiento permite pasar de los catecismos y tratados teológicos, presentados como inventarios de verdades y deberes a un conjunto armónico doctrinal-práctico.

    Ahora bien, ¿dónde están la fuente, la razón y el sentido de la LTP? Donde están los de todos los seres y de todo ser: en Dios-Comunión, Trinidad, Amor. Esta afirmación implica obviamente superar la concepción de Dios característica del Iluminismo o Ilustración y generalizada entre los creyentes, a saber, la de un Dios unipersonal, solitario, lejano del quehacer mundano. El Dios revelado por Cristo es la de un Dios Amor (compartir), que Jesús mismo subrayó la Última Cena; un Dios relacional, que tiene como precepto máximo el amor a él y al prójimo y en el Juicio Final examinará acerca de la fraternidad vivida (ver Mateo 25, 31-46).

    La línea teológico-pastoral de comunión muestra claramente la unidad y armonía del mensaje doctrinal y práctico cristiano a partir de la intelección de Dios Unitrino como comunión, amor. En este marco de reflexión se entiende cómo la santidad o vida coherente con la fe supera un relacionamiento vertical, intimista con Dios, así como un simple asistencialismo social; implica, en efecto, un hondo compartir interpersonal humano y humano-divino. Por ello una auténtica veneración a los santos exige una sincera comunión con Dios y fraterna.

 

 

 

 

viernes, 10 de octubre de 2025

SANTOS: ESTIMULANTES, NO NARCÓTICOS

 

    Una enseñanza muy acertada del Concilio Plenario de Venezuela es la que contradice expresamente, en lo que toca a lo católico nuestro, la afirmación marxista de la religión como opio alienante del compromiso terrenal: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política y cultural”.

    Esta frase se encuentra en el tercer documento de la referida asamblea conciliar, el cual constituye una especie de manual criollo de Doctrina Social de la Iglesia, en virtud de la metodología seguida: ver-juzgar-actuar. Recordarla resulta muy apropiado en momentos en que se aproxima la canonización de los compatriotas Carmen Rendiles y José Gregorio Hernández.

    La Iglesia declara santos a cristianos que han terminado su peregrinación histórica y gozan ya de la presencia gloriosa de Dios. Con ello, al tiempo que los honra y festeja, los señala como ejemplos e intercesores para los que todavía peregrinamos en un mundo que reclama el ejercicio bien exigente de la fe, la esperanza y el amor. Cada canonización resalta una existencia cristiana de perfecta comunión con Dios y fraterna, y recuerda a quienes la festejamos el imperativo de ser auténticos creyentes. Lo corriente, en efecto, es pensar en lo que el santo nos consigue y no en lo que nos exige, lo cual puede llegar hasta testimonios martiriales como los que están acaeciendo en estos momentos en varias regiones de África.

    Hay una consigna que se viene difundiendo en el país y es la de “Canonización sin presos políticos”. Ha surgido en base a la proliferación de detenciones de disidentes y al creciente clima de represión política. Éstos conforman aspectos salientes de la situación nacional caracterizada por la ausencia de un estado de derecho, la marginación de la voluntad del soberano (CRBV 5) para la orientación del país, así como la cotidiana violación de los derechos humanos claramente establecidos en la Declaración Universal de 1948 y en las normas correspondientes de la Constitución nacional. Bastaría aquí citar sólo los comienzos de los artículos 18-20 de la Declaración: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento (…) a la libertad de opinión y de expresión (…) a la libertad de reunión y de asociación pacíficas”.

    Las próximas canonizaciones son para Venezuela, país mayoritariamente cristiano católico, motivo de particular alegría. Son nuestros primeros santos. Representante, por cierto, de los dos mundos, femenino y masculino; José Gregorio, un laico, Carmen, una religiosa. Los dos, notables servidores de los más necesitados de la sociedad y practicantes efectivos del mandamiento máximo divino. En un país afligido por persistentes enfrentamientos fratricidas constituyeron un mensaje existencial de bondad, solidaridad, reconciliación y paz. José Gregorio, con un acento de presencia pública en lo científico-académico-sanitario; Carmen con un colorido de humilde servicialidad. Los santos se ofrecen como modelos y animadores de genuina humanidad y de fe coherente en un mundo no escaso en egoísmo y belicosidad.

    Hay también un aspecto, que en circunstancias como la actual nacional, exige resaltarse. Es la interpelación que lanzan los santos al conglomerado nacional, especialmente al creyente. Interpelación respecto de lo que al comienzo de estas líneas se subrayó: contribuir a la construcción de una nueva sociedad como civilización del amor.

    Vivimos actualmente en un país como en estado de guerra consigo mismo. Presos políticos, una cuarta parte de población expatriada, pobreza masiva, represión desenfrenada, un proyecto ideológico-político gubernamental de corte totalitario, militarización global y escasa “ciudadanización”.

    Los santos nos plantean el desafío de conjugar libertad y justicia, paz y progreso compartido, reconciliación y solidaridad.

    A los santos los admiramos e invocamos. Ellos nos miran y nos reclaman.  

 

lunes, 22 de septiembre de 2025

DIMENSION POLÍTICA DEL EVANGELIO

 

    ¿Qué misión recibió de Jesús la Iglesia como congregación de creyentes?  La respuesta la sintetiza el evangelista Marcos en palabras dirigidas por Cristo resucitado a sus apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). La misión consiste, pues, en la evangelización, es decir, la comunicación de la buena noticia.

    Esta evangelización como aparece en el citado texto bíblico y otros paralelos como Mateo 28, 19, comprende no sólo la predicación de la buena nueva, sino otras actuaciones, como el bautismo, que configuran y manifiestan la comunidad cristiana.

    Estas tareas básicas, objetivos específicos de la misión de la Iglesia, constituyen las dimensiones de la evangelización, que pueden concretarse en seis y constituyen un conjunto orgánico de elementos interrelacionados y complementarios, como son: la proclamación de la buena nueva,  la formación de la fe de los creyentes, la celebración litúrgica de esta fe, la organización de la comunidad con sus diferentes servicios,  la puesta en práctica individual y social del mandamiento del amor, y el diálogo con los que no comparten la misma fe. Desde sus primeros momentos la congregación de los seguidores de Cristo se fue manifestando y multiplicando con esta variedad de objetivos. Ya en la primerísima comunidad surgida en Jerusalén a raíz de Pentecostés (efusión del Espíritu Santo y primera predicación de Pedro) se percibe esa diversidad de tareas.

    Quisiera a continuación detenerme en el quinto objetivo, la solidaridad fraterna. La primera narración sobre una comunidad cristiana la ofrece el libro de los Hechos de los Apóstoles; allí aparece que los cristianos compartían sus propiedades y sus bienes (2, 44-45) y “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (4, 32). Se expresaba así una completa solidaridad inicial, en la cual la convivencia real iría imponiendo sus condiciones y limitaciones. Pero el ideal de comunión estaba definido.

    La fe y la praxis cristianas han de tener una expresión concreta de compartir efectivo en el ámbito social. El amor cristiano no es para quedarse en lo sólo espiritual, en proximidad afectiva; ha de reflejarse en real coparticipación en el tener (economía). Desde los primeros tiempos se vino precisando “la destinación universal de los bienes” como uno de los principios básicos de la enseñanza social de la Iglesia. Indispensable tarea en la aplicación de ese principio es conjugar idealismo y realismo en el escenario histórico siempre en movimiento.

    Lo dicho sobre el tener (lo económico) ha de aplicarse -en el modo y medida que corresponde- al poder (lo político) y a la calidad de vida (lo ético-cultural), es decir, al conjunto de la sociedad o polis, comenzando por las agrupaciones primarias como la familia y el vecindario.

    La fe, lo cristiano, la Iglesia tienen, por tanto, en lo real concreto un campo obligante de trabajo. No son factores alienantes de lo socio-histórico como decía Marx, sino, al contrario, positivamente comprometedores y de lo cual los humanos seremos examinados en el Juicio Final, según lo anunciado por Jesús (Cf. 25, 31-46). 

    El Papa León XIV ha dicho recientemente que la Doctrina Social de la Iglesia no es optativa para la comunidad eclesial, comenzando por su jerarquía y privilegiando al laicado. Y con mucha razón. Lo cual significa que contribuir a la edificación de una “nueva sociedad” (economía solidaria, política democrática, cultura de calidad humana) obliga a todos los cristianos. La Iglesia existe en polis como campo de ejercicio de su misión. Por ello es ineludiblemente política (con modalidades según sectores eclesiales, vocaciones, circunstancias y oportunidades), consecuente con el mandamiento máximo del Señor.

    Esto sea dicho especialmente cuando surgen regímenes de corte totalitario como el actual venezolano, que se creen dueños de la economía, hegemones de la política y gestores de lo cultural. Consideran la totalidad de lo social como propiedad de autoridades públicas y colectivos partidistas.

    Hoy más que nunca el cristiano ha de tomar conciencia de su obligante protagonismo histórico-cultural. Siempre en apertura dialogal y corresponsable. 

miércoles, 17 de septiembre de 2025

ESQUIZOFRENIA POLÍTICA

 

    Definiendo de modo bien perceptible y desde el inicio su nombre pontificio, el sucesor de Francisco está ofreciendo orientaciones sólidas y actualizadas en materia de de Doctrina Social.

    La caída del Muro de Berlín descompuso en el campo marxista dogmas ideológicos y pretendidos fatalismos históricos. Lo cultural surgió como algo serio respecto del pretendido determinismo económico y la “eternidad” socialista tuvo que sincerarse con su condición histórica. Esto llevó a una metamorfosis doctrinal y práctica que está en pleno desarrollo.

    En la acera del frente, luego de un cierto triunfalismo -alguno hasta habló del “fin de la historia”- se ha tomado progresiva conciencia de que no sólo el comunismo amenaza con su materialismo y totalitarismo la construcción de una nueva sociedad, sino que ésta reclama una revisión a fondo en los ámbitos económico, político y ético-cultural. Un humanismo integral exige ser actuado desde varios ángulos dada la complejidad del ser humano.

    En el campo democristiano el derrumbe del Muro llevó también a crisis y reformulaciones y mostró sensibles carencias y vacíos. La guerra fría había simplificado interpretaciones, diluido cambios y retardado respuestas; los factores culturales no habían sido objeto de la necesaria atención. En cuanto a la Iglesia, se ha experimentado un innegable aggiornamento y apertura a lo social pero ha faltado mayor coherencia, realismo y articulación en cuanto a lo operativo. Fácil proclamación y poca aplicación.  

    El Papa León ha subrayado recientemente en recomendaciones a políticos franceses elementos básicos para una praxis más auténtica e integrada de vida cristiana y actuación social, mayor correspondencia efectiva en la relación fe-política.

    Esquizofrenia es un término simple y útil para esquematizar la doblez de comportamiento con respecto a lo “privado” y “público”. Y en lo concerniente a los cristianos en un divorcio entre vida de fe y actuación ciudadana. Extremando las cosas se podría decir que para no pocos -creyentes y no creyentes- la política es un terreno del “sálvese quien pueda”. Verdad, justicia, honradez, delicadeza, bondad y misericordia, entre otras, son categorías que a menudo poco o nada constituyen imperativos efectivos para un político profesional. No resulta difícil identificar las consecuencias de una tal esquizofrenia. La arena político-partidista parece convertirse en un “campo de nadie” en que cualquier procedimiento se justifica, con tal de salir adelante en elecciones, progreso de agrupaciones de partidos y éxitos de gobernantes.    

     Es indudable que el quehacer político y lleva a necesarias precisiones y matices en la interpretación y práctica de lineamientos éticos. Pensemos en lo referente al decir la verdad con respecto al poner sobre la mesa pública estrategias y prácticas que exigen reserva y confidencialidad. Así como en el inevitable asumir costos sociales en determinadas decisiones administrativas. Una ética política seriamente asumida debe tener presente lo peculiar y desafiante del campo que se maneja. Todo ello lleva a programar la formación política no sólo en términos de pragmatismo operativo, sino de autenticidad personal y social. Eficacia y licitud no son sinónimos. Pero así como vicios no escasean, afortunadamente ejemplos no faltan. En todo caso el deber-ser no es simple materia de resultados y encuestas.

    Lo anterior lleva a recalcar la necesidad de la dimensión ética en la educación y praxis política. Y esto tiene una significación y consecuencias peculiares para el político cristiano, que ha de concebir su conducta personal como “ejemplar” en lo testimonial y educativo. Tanto individualmente como en grupo o institución.

    Formarse en Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y actuar en esta línea resulta entonces tarea obligante para todo miembro de la Iglesia. León XIV la ha calificado como no opcional. Y esto vale para todos, laicos y clérigos. Para los cristianos individuales y sus comunidades, comenzado por la familia, primera escuela. 

    La DSI se funda en la ley natural, la cultiva en la Iglesia, compromete y perfecciona al cristiano y se abre como positiva invitación a todo humano que quiera construir una “nueva sociedad”.