lunes, 20 de octubre de 2025

SANTIDAD ES COMUNIÓN

 

    En 1979 tuvo lugar la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en México, conocida con la simple denominación de Puebla, por la ciudad en que se congregó. Dicha asamblea asumió como eje de sus trabajos e hilo conductor también de su documento final la categoría comunión, a la cual identificó como línea teológico-pastoral (LTP).

    Asumir una tal línea constituyó un verdadero descubrimiento dentro de la milenaria formulación doctrinal y práctica del mensaje cristiano. No se trató de una nueva afirmación teórica ni de una propuesta novedosa en el campo de la praxis. Se quiso pura y simplemente precisar una noción que articulase el conjunto teórico-operativo propio de la Iglesia.

    Dos décadas después, justo comenzando el nuevo siglo y milenio, la Iglesia en Venezuela celebró un Concilio Plenario (2000-2006) con ocasión de los 500 años de evangelización del país. Dicho concilio o sínodo nacional congregó, junto a los 45 obispos más de 200 representantes de los otros sectores eclesiales (laicado y vida consagrada). Por cierto que dicho concilio ha sido el único de ese tipo celebrado en la Iglesia universal en el presente siglo y milenio. Un elemento fundamental de esa asamblea conciliar fue precisamente el asumir la LTP de Puebla, comunión, y, más aún, definir técnicamente lo que entendía por una tal línea, lo cual hizo en los siguientes términos: “la noción o categoría, interpretativa y valorativa, que constituye el principio o eje unificador de lo que teológicamente se afirma y pastoralmente se propone” (Carta Pastoral Con Cristo, hacia la comunión y la solidaridad, 18).

    La LTP formulada por Puebla y asumida por el Concilio Plenario de Venezuela no ha recibido todavía, lamentablemente, en los niveles más amplios de la Iglesia, el reconocimiento y la aplicación debidos a tan importante descubrimiento.  Creo, sin embargo, que más temprano que tarde, terminará por imponerse en virtud de su valor intrínseco.

    La LTP es una noción o categoría, no una afirmación o una tesis.  Es un concepto que sirve de eje articulador o núcleo aglutinante de todo el conjunto doctrinal (nociones) y prácticas (normas) cristianas. Viene a ser respuesta adecuada a las preguntas que pueden formularse, ya en el campo teológico (¿qué es Dios, Iglesia, vida eterna…?) o en el operativo (¿cuál es el sentido de los preceptos morales, de la espiritualidad genuina, de la evangelización…?) Podría incluirse aquí una pregunta de bastante actualidad ¿qué es la santidad y hacia dónde apuntan las canonizaciones?

    Fijando la atención en el campo práctico cabe explicitar que amor es equivalente a comunión. Resulta así legítimo definir a Dios tanto como como comunión (trinitaria), como amor (ver 1Jn 4, 8) En realidad el amor subraya el aspecto dinámico y así se puede decir que el amor teje la comunión.

    La formulación de la LTP viene a llenar un enorme vacío en materia religiosa. Su reconocimiento permite pasar de los catecismos y tratados teológicos, presentados como inventarios de verdades y deberes a un conjunto armónico doctrinal-práctico.

    Ahora bien, ¿dónde están la fuente, la razón y el sentido de la LTP? Donde están los de todos los seres y de todo ser: en Dios-Comunión, Trinidad, Amor. Esta afirmación implica obviamente superar la concepción de Dios característica del Iluminismo o Ilustración y generalizada entre los creyentes, a saber, la de un Dios unipersonal, solitario, lejano del quehacer mundano. El Dios revelado por Cristo es la de un Dios Amor (compartir), que Jesús mismo subrayó la Última Cena; un Dios relacional, que tiene como precepto máximo el amor a él y al prójimo y en el Juicio Final examinará acerca de la fraternidad vivida (ver Mateo 25, 31-46).

    La línea teológico-pastoral de comunión muestra claramente la unidad y armonía del mensaje doctrinal y práctico cristiano a partir de la intelección de Dios Unitrino como comunión, amor. En este marco de reflexión se entiende cómo la santidad o vida coherente con la fe supera un relacionamiento vertical, intimista con Dios, así como un simple asistencialismo social; implica, en efecto, un hondo compartir interpersonal humano y humano-divino. Por ello una auténtica veneración a los santos exige una sincera comunión con Dios y fraterna.

 

 

 

 

viernes, 10 de octubre de 2025

SANTOS: ESTIMULANTES, NO NARCÓTICOS

 

    Una enseñanza muy acertada del Concilio Plenario de Venezuela es la que contradice expresamente, en lo que toca a lo católico nuestro, la afirmación marxista de la religión como opio alienante del compromiso terrenal: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política y cultural”.

    Esta frase se encuentra en el tercer documento de la referida asamblea conciliar, el cual constituye una especie de manual criollo de Doctrina Social de la Iglesia, en virtud de la metodología seguida: ver-juzgar-actuar. Recordarla resulta muy apropiado en momentos en que se aproxima la canonización de los compatriotas Carmen Rendiles y José Gregorio Hernández.

    La Iglesia declara santos a cristianos que han terminado su peregrinación histórica y gozan ya de la presencia gloriosa de Dios. Con ello, al tiempo que los honra y festeja, los señala como ejemplos e intercesores para los que todavía peregrinamos en un mundo que reclama el ejercicio bien exigente de la fe, la esperanza y el amor. Cada canonización resalta una existencia cristiana de perfecta comunión con Dios y fraterna, y recuerda a quienes la festejamos el imperativo de ser auténticos creyentes. Lo corriente, en efecto, es pensar en lo que el santo nos consigue y no en lo que nos exige, lo cual puede llegar hasta testimonios martiriales como los que están acaeciendo en estos momentos en varias regiones de África.

    Hay una consigna que se viene difundiendo en el país y es la de “Canonización sin presos políticos”. Ha surgido en base a la proliferación de detenciones de disidentes y al creciente clima de represión política. Éstos conforman aspectos salientes de la situación nacional caracterizada por la ausencia de un estado de derecho, la marginación de la voluntad del soberano (CRBV 5) para la orientación del país, así como la cotidiana violación de los derechos humanos claramente establecidos en la Declaración Universal de 1948 y en las normas correspondientes de la Constitución nacional. Bastaría aquí citar sólo los comienzos de los artículos 18-20 de la Declaración: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento (…) a la libertad de opinión y de expresión (…) a la libertad de reunión y de asociación pacíficas”.

    Las próximas canonizaciones son para Venezuela, país mayoritariamente cristiano católico, motivo de particular alegría. Son nuestros primeros santos. Representante, por cierto, de los dos mundos, femenino y masculino; José Gregorio, un laico, Carmen, una religiosa. Los dos, notables servidores de los más necesitados de la sociedad y practicantes efectivos del mandamiento máximo divino. En un país afligido por persistentes enfrentamientos fratricidas constituyeron un mensaje existencial de bondad, solidaridad, reconciliación y paz. José Gregorio, con un acento de presencia pública en lo científico-académico-sanitario; Carmen con un colorido de humilde servicialidad. Los santos se ofrecen como modelos y animadores de genuina humanidad y de fe coherente en un mundo no escaso en egoísmo y belicosidad.

    Hay también un aspecto, que en circunstancias como la actual nacional, exige resaltarse. Es la interpelación que lanzan los santos al conglomerado nacional, especialmente al creyente. Interpelación respecto de lo que al comienzo de estas líneas se subrayó: contribuir a la construcción de una nueva sociedad como civilización del amor.

    Vivimos actualmente en un país como en estado de guerra consigo mismo. Presos políticos, una cuarta parte de población expatriada, pobreza masiva, represión desenfrenada, un proyecto ideológico-político gubernamental de corte totalitario, militarización global y escasa “ciudadanización”.

    Los santos nos plantean el desafío de conjugar libertad y justicia, paz y progreso compartido, reconciliación y solidaridad.

    A los santos los admiramos e invocamos. Ellos nos miran y nos reclaman.  

 

lunes, 22 de septiembre de 2025

DIMENSION POLÍTICA DEL EVANGELIO

 

    ¿Qué misión recibió de Jesús la Iglesia como congregación de creyentes?  La respuesta la sintetiza el evangelista Marcos en palabras dirigidas por Cristo resucitado a sus apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). La misión consiste, pues, en la evangelización, es decir, la comunicación de la buena noticia.

    Esta evangelización como aparece en el citado texto bíblico y otros paralelos como Mateo 28, 19, comprende no sólo la predicación de la buena nueva, sino otras actuaciones, como el bautismo, que configuran y manifiestan la comunidad cristiana.

    Estas tareas básicas, objetivos específicos de la misión de la Iglesia, constituyen las dimensiones de la evangelización, que pueden concretarse en seis y constituyen un conjunto orgánico de elementos interrelacionados y complementarios, como son: la proclamación de la buena nueva,  la formación de la fe de los creyentes, la celebración litúrgica de esta fe, la organización de la comunidad con sus diferentes servicios,  la puesta en práctica individual y social del mandamiento del amor, y el diálogo con los que no comparten la misma fe. Desde sus primeros momentos la congregación de los seguidores de Cristo se fue manifestando y multiplicando con esta variedad de objetivos. Ya en la primerísima comunidad surgida en Jerusalén a raíz de Pentecostés (efusión del Espíritu Santo y primera predicación de Pedro) se percibe esa diversidad de tareas.

    Quisiera a continuación detenerme en el quinto objetivo, la solidaridad fraterna. La primera narración sobre una comunidad cristiana la ofrece el libro de los Hechos de los Apóstoles; allí aparece que los cristianos compartían sus propiedades y sus bienes (2, 44-45) y “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (4, 32). Se expresaba así una completa solidaridad inicial, en la cual la convivencia real iría imponiendo sus condiciones y limitaciones. Pero el ideal de comunión estaba definido.

    La fe y la praxis cristianas han de tener una expresión concreta de compartir efectivo en el ámbito social. El amor cristiano no es para quedarse en lo sólo espiritual, en proximidad afectiva; ha de reflejarse en real coparticipación en el tener (economía). Desde los primeros tiempos se vino precisando “la destinación universal de los bienes” como uno de los principios básicos de la enseñanza social de la Iglesia. Indispensable tarea en la aplicación de ese principio es conjugar idealismo y realismo en el escenario histórico siempre en movimiento.

    Lo dicho sobre el tener (lo económico) ha de aplicarse -en el modo y medida que corresponde- al poder (lo político) y a la calidad de vida (lo ético-cultural), es decir, al conjunto de la sociedad o polis, comenzando por las agrupaciones primarias como la familia y el vecindario.

    La fe, lo cristiano, la Iglesia tienen, por tanto, en lo real concreto un campo obligante de trabajo. No son factores alienantes de lo socio-histórico como decía Marx, sino, al contrario, positivamente comprometedores y de lo cual los humanos seremos examinados en el Juicio Final, según lo anunciado por Jesús (Cf. 25, 31-46). 

    El Papa León XIV ha dicho recientemente que la Doctrina Social de la Iglesia no es optativa para la comunidad eclesial, comenzando por su jerarquía y privilegiando al laicado. Y con mucha razón. Lo cual significa que contribuir a la edificación de una “nueva sociedad” (economía solidaria, política democrática, cultura de calidad humana) obliga a todos los cristianos. La Iglesia existe en polis como campo de ejercicio de su misión. Por ello es ineludiblemente política (con modalidades según sectores eclesiales, vocaciones, circunstancias y oportunidades), consecuente con el mandamiento máximo del Señor.

    Esto sea dicho especialmente cuando surgen regímenes de corte totalitario como el actual venezolano, que se creen dueños de la economía, hegemones de la política y gestores de lo cultural. Consideran la totalidad de lo social como propiedad de autoridades públicas y colectivos partidistas.

    Hoy más que nunca el cristiano ha de tomar conciencia de su obligante protagonismo histórico-cultural. Siempre en apertura dialogal y corresponsable. 

miércoles, 17 de septiembre de 2025

ESQUIZOFRENIA POLÍTICA

 

    Definiendo de modo bien perceptible y desde el inicio su nombre pontificio, el sucesor de Francisco está ofreciendo orientaciones sólidas y actualizadas en materia de de Doctrina Social.

    La caída del Muro de Berlín descompuso en el campo marxista dogmas ideológicos y pretendidos fatalismos históricos. Lo cultural surgió como algo serio respecto del pretendido determinismo económico y la “eternidad” socialista tuvo que sincerarse con su condición histórica. Esto llevó a una metamorfosis doctrinal y práctica que está en pleno desarrollo.

    En la acera del frente, luego de un cierto triunfalismo -alguno hasta habló del “fin de la historia”- se ha tomado progresiva conciencia de que no sólo el comunismo amenaza con su materialismo y totalitarismo la construcción de una nueva sociedad, sino que ésta reclama una revisión a fondo en los ámbitos económico, político y ético-cultural. Un humanismo integral exige ser actuado desde varios ángulos dada la complejidad del ser humano.

    En el campo democristiano el derrumbe del Muro llevó también a crisis y reformulaciones y mostró sensibles carencias y vacíos. La guerra fría había simplificado interpretaciones, diluido cambios y retardado respuestas; los factores culturales no habían sido objeto de la necesaria atención. En cuanto a la Iglesia, se ha experimentado un innegable aggiornamento y apertura a lo social pero ha faltado mayor coherencia, realismo y articulación en cuanto a lo operativo. Fácil proclamación y poca aplicación.  

    El Papa León ha subrayado recientemente en recomendaciones a políticos franceses elementos básicos para una praxis más auténtica e integrada de vida cristiana y actuación social, mayor correspondencia efectiva en la relación fe-política.

    Esquizofrenia es un término simple y útil para esquematizar la doblez de comportamiento con respecto a lo “privado” y “público”. Y en lo concerniente a los cristianos en un divorcio entre vida de fe y actuación ciudadana. Extremando las cosas se podría decir que para no pocos -creyentes y no creyentes- la política es un terreno del “sálvese quien pueda”. Verdad, justicia, honradez, delicadeza, bondad y misericordia, entre otras, son categorías que a menudo poco o nada constituyen imperativos efectivos para un político profesional. No resulta difícil identificar las consecuencias de una tal esquizofrenia. La arena político-partidista parece convertirse en un “campo de nadie” en que cualquier procedimiento se justifica, con tal de salir adelante en elecciones, progreso de agrupaciones de partidos y éxitos de gobernantes.    

     Es indudable que el quehacer político y lleva a necesarias precisiones y matices en la interpretación y práctica de lineamientos éticos. Pensemos en lo referente al decir la verdad con respecto al poner sobre la mesa pública estrategias y prácticas que exigen reserva y confidencialidad. Así como en el inevitable asumir costos sociales en determinadas decisiones administrativas. Una ética política seriamente asumida debe tener presente lo peculiar y desafiante del campo que se maneja. Todo ello lleva a programar la formación política no sólo en términos de pragmatismo operativo, sino de autenticidad personal y social. Eficacia y licitud no son sinónimos. Pero así como vicios no escasean, afortunadamente ejemplos no faltan. En todo caso el deber-ser no es simple materia de resultados y encuestas.

    Lo anterior lleva a recalcar la necesidad de la dimensión ética en la educación y praxis política. Y esto tiene una significación y consecuencias peculiares para el político cristiano, que ha de concebir su conducta personal como “ejemplar” en lo testimonial y educativo. Tanto individualmente como en grupo o institución.

    Formarse en Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y actuar en esta línea resulta entonces tarea obligante para todo miembro de la Iglesia. León XIV la ha calificado como no opcional. Y esto vale para todos, laicos y clérigos. Para los cristianos individuales y sus comunidades, comenzado por la familia, primera escuela. 

    La DSI se funda en la ley natural, la cultiva en la Iglesia, compromete y perfecciona al cristiano y se abre como positiva invitación a todo humano que quiera construir una “nueva sociedad”.

      

lunes, 25 de agosto de 2025

JOSE GREGORIO EN LOS ALTARES

 

    Elevado a los altares es una expresión que simboliza el reconocimiento oficial de la Iglesia con respecto a la santidad de uno de sus miembros, considerándolo ciudadano ya de la polis celestial.

    El santo es venerado en la comunidad eclesial bajo diversas formas y por diversos motivos. En la devoción popular predomina el aspecto de la intercesión, en cuanto por su peculiar cercanía a Dios consigue favores, cosa que en el caso de José Gregorio resalta en cuanto a consuelo y curaciones. Otro aspecto que la Iglesia destaca es el ejemplar. Al santo se lo propone como modelo, no sólo para la admiración sino para la imitación. En este sentido la hagiografía ofrece una muy rica variedad, tanto por las características de los santos, como también por la variedad de devotos. De éstos tenemos desde religiosas contemplativas como Teresita del Niño Jesús hasta gobernantes de alto vuelo como el mártir Tomás Moro, patrono de los políticos. Bastante cercanos en el tiempo son la judía filósofa Edith Stein, quemada en Auschwitz por el nazismo y el muchacho italiano Carlos Acutis, programador de informática.   

    Actitud no tan corriente, como la de pedir un favor a los santos, es la de sentirse interpelados por ellos en las propias circunstancias y exigencias de vida. Los creyentes olvidamos fácilmente que estamos llamados no a una mediocridad de fe y entrega, sino a una total fidelidad de amor a Dios y al prójimo.  Una información que no sobra es la de que hoy en día hay muchos lugares en el mundo en los que el mantener la fe y la práctica cristianas es inscribirse en la lista de posibles mártires. Y de que el ambiente cultural contemporáneo es permanente y grave desafío a una autenticidad ética, espiritual. Un agudo teólogo contemporáneo dijo que en el presente siglo el cristiano será místico o no será cristiano.

    Hace algunas semanas surgió el planteamiento de “Canonización sin presos políticos”, en vista a la próxima elevación a los altares de los compatriotas José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, especialmente del primero (desiderátum y exigencia comprensibles en la actual circunstancia nacional). Ciertamente celebraciones como la exaltación de un cristiano genuino no pueden quedarse en fiesta -legítima y obligante, ciertamente-, sino que también implica recoger de modo consciente y responsable la exigencia de autenticidad que plantea a los celebrantes.  

    Al hablar de canonización estas líneas se refieren a los dos próximos santos, pero privilegian comprensiblemente a José Gregorio por su peculiar protagonismo público.

    Hay dos preguntas que nos pueden ayudar a interpretar adecuadamente la canonización en la actual coyuntura venezolana. ¿Qué país la celebra? ¿Qué país la debiera celebrar?

    Con respecto al primer interrogante, podría responderse con otra pregunta bien desafiante: ¿Es uno el país? Porque desde el poder no se lo reconoce uno. Se niega, de facto, la condición de ciudadanos venezolanos a quienes no comparten el alineamiento político-ideológico marxista del Socialismo del Siglo XXI, el cual contradice lo declarado en la Constitución sobre Venezuela como República democrática, pluralista. El drama de los presos-torturados políticos, la emigración forzada de la cuarta parte de la población y el robo del voto soberano, son bien dicientes.

    ¿Qué país la debiera celebrar? Uno que de veras realice el Preámbulo y los Principios Fundamentales de la misma Constitución. El que reclaman también los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la ONU el 10 de diciembre de l948.

     No como agregado marginal, sino como elemento substancial, se ha de recordar la condición cristiana católica mayoritaria del país, que a pesar de las incoherencias prácticas, entraña una identidad, una dignidad y una vocación, que no se pueden ignorar y las cuales plantean exigencias altas, positivas, estimulantes.

    La canonización es para la Iglesia motivo de alegre celebración, pero, al mismo tiempo,  serio reto para ser, en Cristo, signo e instrumento eficaz  de liberación y comunión en esta Venezuela oprimida y fracturada.

 

    

miércoles, 13 de agosto de 2025

MANUAL SOCIAL CRIOLLO

 

    El nombre del nuevo Papa estimula un vigoroso relanzamiento de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) a un siglo y cuarto de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, en estos nuevos tiempos, no ya de revolución industrial y amontonamiento obrero en fábricas, sino de emergentes desafíos culturales y de inteligencia artificial en oficinas. El fin de dicha doctrina, sin embargo, sigue siendo el mismo:  lograr un genuino humanismo en la polis.

    De la entraña de la Iglesia y siguiendo el cambiante devenir histórico ha venido surgiendo un tejido de enseñanzas acerca de la convivencia humana hacia un horizonte de valores como libertad y justicia, solidaridad y paz. El nombre acuñado para ese conjunto se ha concretado en DSI. Veamos un tanto el significado de estos términos.

    Lo de doctrina expresa la conjugación de sólidos valores humanos y cristianos en una propuesta abierta, que no se estanca en formulación ideológica cerrada, ni se dirige en exclusividad a una determinada audiencia; lo de social porque comprende múltiples elementos de la entera tríada económica- política-ético cultural; lo de Iglesia identifica su origen primario, pero en amplia apertura en cuanto a fuentes y destinatarios. Se define como oferta servicial abierta, apta para el diálogo y la cooperación de grupos y pueblos. Lo específico cristiano se entiende como perfeccionamiento de lo humano y no como forzado complemento religioso. Así el imperativo de construir corresponsablemente una sociedad terrena digna se interpreta, no como un añadido restringido para creyentes, sino como digna preparación de la polis celestial según el mandamiento máximo del amor. La esperanza de lo supra temporal fundamenta y refuerza el compromiso humano general por una “nueva sociedad”. Desde la fe, las dos ciudadanías, mundana y trascendente, están en íntima conexión.

    La formación en DSI no es optativa para al cristiano y su Iglesia. El mandamiento del amor no se agota en el relacionamiento persona-persona, sino que se amplía como corresponsabilidad y solidaridad en correspondencia a la auténtica socialidad del ser humano y al carácter comunional del plan de Dios sobre la historia. La DSI no es, por tanto, materia electiva para la Iglesia. El cristiano y su comunidad son necesariamente políticos ya que el amor evangélico ha de tomar cuerpo en la polis y visibilizarse en derechos humanos, bien común, progreso compartido, calidad cultural. Tentación amenazante siempre es la de interpretar y vivir la fe en sentido verticalista, intimista, “espiritualista” para hacerse acreedor del conocido reproche de “opio del pueblo”. La santidad cristiana, como la de José Gregorio Hernández, es de pies en tierra.  

    Esta es la razón por qué el Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006), la asamblea operativa más importante de la Iglesia en este país durante sus quinientos años, se ocupó de la “contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad” y de la acción transformadora del evangelio en la cultura. Produjo así dos documentos (3º y 13º), no simplemente reflexivos, sino también operativos, gracias a la metodología seguida del ver-juzgar-actuar. Estos trabajos -disponibles en Internet en lugar destinado al Concilio- conforman un verdadero “manual “criollo” en la materia; es obvio que ellos exigen una actualización en materia tan dinámica (pensemos en novedades como las ideológico-políticas del Socialismo del Siglo XXI y las antropológicas woke y género, así como en las agendas globalistas), pero el grueso de las formulaciones permanece válido.        

    En medio de las crisis contemporáneas, abundosas en revoluciones e involuciones, la DSI ofrece un material consistente, ágil y renovado, a la hora de pensar y actuar un humanismo integral, atento a la pluridimensionalidad del hombre y la complejidad de su devenir histórico.

    La misión evangelizadora de la Iglesia, el mandamiento máximo del amor y la fidelidad a Dios Unitrino obligan a los cristianos y su comunidad en el peregrinar histórico a contribuir seriamente en la construcción de una nueva sociedad, como ámbito político de libertad, justicia, paz y espiritualidad genuinas.

 

miércoles, 30 de julio de 2025

ALIENACIÓN COMO PARADOJA

     La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (CIGNS) es el título del tercero de los 16 del Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006). Constituye un muy útil manual de Doctrina Social de la Iglesia aplicada a nuestro país, dada su metodología del ver-juzgar-actuar.

    Clave e ineludible desafío es el que plantea el referido documento: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (CIGNS 9).

    Este imperativo lleva a recordar la interpretación marxista de la religión preparada ya por el filósofo alemán Feuerbach (1804-1872) con su categoría de alienación, de acuerdo a la cual, el hombre se vacía de sí mismo transfiriendo a un dios ficticio su propia dignidad. Marx concretó esa alienación en una causa económica: en la sociedad capitalista, de clases, el proletario es despojado de lo que le pertenece, de su dinero y, con ello, de su valor. Con la colectivización, fruto de la revolución comunista mediante la eliminación de la propiedad privada y las clases sociales, el ser humano se recuperará, será él mismo. Eliminada la propiedad privada esclavizante, el hombre recobrará su genuina identidad y destino, sin tener que apelar a expectativas de felicidad extra mundanas, a fantasías religiosas.

    La caída del Muro de Berlín mostró lo engañoso de los “paraísos terrenos” propuestos por proyectos destructivos de entraña totalitaria. Lo monstruoso de esa imaginería lo pusieron de relieve autores como Milovan Djilas a mediados de los 50´ con su Nueva clase y tres décadas más tarde George Orwell con su 1984.

    Con respecto al marxismo bastante agua ha corrido bajo los puentes y ha sido notable su metamorfosis al enfocar la revolución y el binomio de los opuestos, acentuando no ya tanto lo económico cuanto lo político y cultural; siempre, sin embargo, en un sentido totalitario de imposición excluyente. Un marxismo metamorfoseado, asumiendo disfraces democráticos que favorecen el marketing ideológico y el dominio gradual. Caso patente es el del Socialismo del Siglo XXI en la línea del castro narcomunismo.

    En cuanto al relacionamiento de estos neomarxismos político-culturales con los entes religiosos estamos frente una novedosa paradoja: no atacan y persiguen ya tanto explícita y directamente la religión, sino que buscan por todos los medios a su alcance, también punitivos, que ésta sea de veras alienante, no se comprometa en lo terrenal, “no se meta en política”, entendiendo por ésta, cosas como lo relativo a defensa y promoción de los derechos humanos, autenticidad de la convivencia democrática, exigencias básicas de un estado de derecho. A lo cultual y litúrgico, lo devocional privado, lo organizativo-administrativo indispensable institucional religioso, le dejan campo discretamente abierto, aunque siempre delimitado -cuando gobiernan- por la autoridad cívico-militar. La medida de la alienación la establece autoritativamente el Estado, que absorbe también las funciones de Sumo Sacerdote. En perspectiva totalitaria se “colectiviza” así también la religatio.

    Resulta así una patente paradoja: para corrientes y regímenes marxistas o congéneres como el Socialismo del Siglo XXI, la religión -y con ella, la Iglesia- es aceptable y puede actuar, sólo si se comporta efectivamente como “opio del pueblo”. Sin entrar en la suerte de la polis.

    Esta paradoja plantea para instituciones religiosas e iglesias -pienso en primer lugar en mi Iglesia católica- a) negativamente, evitar una presencia intimista y “espiritualista” en el mundo ajena al compromiso temporal y b) positivamente, integrar una espiritualidad, liturgia y vida de gran profundidad y aliento con un protagonismo consciente y activo humanizante en la polis.  El norte ha de ser construir en este mundo una “nueva sociedad”, que anuncie y prepare la polis celestial.