viernes, 23 de julio de 2010

15.7.10
ESPIRITUALISMO VACIO
Ovidio Pérez Morales
Vivir según el Evangelio, en modo alguno significa caer en un espiritualismo vacío, en un intimismo religioso. En una religiosidad alienante. Cosas que desean aquellos que buscan excluir de la vida pública todo influjo real de los valores cristianos.
Quienes acusan a la religión, y en particular al cristianismo, de ser opio del pueblo, cuando llegan al poder quieren que aquella se convierta precisamente en eso. Es decir, que los creyentes no digan una palabra acerca de las implicaciones que la fidelidad a Cristo y su mensaje tienen en la organización de la convivencia social. Por eso, por ejemplo, cuando los pastores de la comunidad eclesial se pronunciar a favor de los derechos humanos, de la reconciliación, de la libertad, de la justicia y de la paz, los marxistas los acusan de entrometerse en lo que no les atañe.
“Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural”. Afirmación tajante del Concilio Plenario de Venezuela (CIGNS 90).
Para tener clara la doctrina católica en esta materia, reflexionemos un momento sobre la misión de la Iglesia. Si se nos pregunta ¿Cuál es esta misión?, la respuesta no se hace esperar: evangelizar. Ahora bien, si se nos repregunta ¿Y qué es evangelizar?, hemos de exponer los objetivos específicos o dimensiones de la evangelización.
Pues bien, las dimensiones de la evangelización, es decir, las tareas básicas de la misión de la Iglesia son seis:
1) Anunciar la buena nueva del amor de Dios manifestado en Cristo (Primer Anuncio o Kerygma).
2) Formar a los creyentes en la fe, para su viva y progresiva unión con Dios e integración en la Iglesia (Catequesis en su sentido más amplio);
3) Celebrar la buena nueva de liberación y unidad humano-divina e interhumana (Liturgia y oración).
4) Organizar la comunidad de la Iglesia, con sus carismas, ministerios y servicios (Comunidad Visible).
5) Contribuir a la edificación de la convivencia social según el Evangelio (Nueva Sociedad).
6) Dialogar con quienes no comparten la fe para fomentar la solidaridad y la paz (Diálogo).
Vemos, por tanto, que la tarea de edificar una nueva sociedad, una convivencia humana según los valores humano-cristianos del Evangelio, es una de las tareas básicas de la Iglesia y, por ende, de todos sus miembros, en colaboración con los hombres y mujeres de buena voluntad.
La vida cristiana necesariamente tiene que proyectarse y vivirse en las realidades de este mundo (economía, política, cultura), que, según el plan creador y salvador de Dios-Amor han de orientarse en un sentido liberador y unificante. Por ello, todo lo que se inscribe en la línea de la libertad y la justicia, de la solidaridad y la fraternidad, se encamina en esa dirección profundamente humanizante.
El Evangelio, la fe, la Iglesia tienen, por consiguiente, una condición y una misión ineludiblemente políticas, en cuanto son y deben ser anuncio, testimonio, realización, en este mundo (polis) concreto, de la buena nueva del amor de Dios, que se ha encarnado en Jesucristo y quien nos ha dejado como mandamiento máximo, el amor. Este amor ha de traducirse en entrega, alabanza, adoración a Dios, así como en compartir, fraternidad, comunión con el prójimo, especialmente el más necesitado. ¿Quién no percibe aquí las consecuencias que todo ello tiene respecto de la construcción de la sociedad humana en verdad, libertad, justicia, solidaridad, unidad y paz?
La vida cristiana ha de cultivar una honda espiritualidad, pero ésta no se identifica con un intimismo cerrado ni con un espiritualismo vacío. Tiene que ser amor encarnado. Espiritualidad de comunión, sólida, efectiva.
El cristianismo auténtico no forma gente alienada, sino comprometida con el mejor futuro de este mundo. Las promesas de “paraísos terrenos” sí son espejismos alienantes, como lo ha comprobado con creces –y dolorosamente- la historia. El cristiano, peregrino en este mundo, debe hacerlo digna morada de los seres humanos, en la esperanza de una plenitud final, don de Dios.

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