10.7.11
MISION DE LA IGLESIA
Ovidio Pérez Morales
¿Cuál es la misión de la Iglesia en el mundo?
Es una de esas preguntas básicas, cuya respuesta ha de tenerse bien clara. Porque su imprecisión se refleja negativamente en la debida praxis de la misma Iglesia y en el adecuado compromiso del cristiano en la sociedad.
Pues bien, la respuesta que ordinariamente se ofrece es: evangelizar. Y efectivamente éste es el objetivo fundamental, que le compete realizar a la Iglesia, y actuado ya a partir de su lanzamiento público en Pentecostés, cuando Pedro, a la cabeza de los Apóstoles, predicó el mensaje fundamental cristiano (ver el libro Hechos de los Apóstoles 2, 22-36.
Respondida así la pregunta sobre la misión de la Iglesia, se plantea inmediatamente, como es de esperar, esta otra: ¿Y qué es evangelizar? Aquí es donde las respuestas se diversifican, llevando, en muchos casos, a inadecuaciones, imprecisiones y confusiones. Lo más corriente es que se responda: predicar o difundir el evangelio.
Esta respuesta acerca de la evangelización no es falsa, pero sí inadecuada, por cuanto restringe la tarea de la Iglesia al solo campo de lo profético (anuncio, enseñanza, conocimiento) y, por cierto, en lo concerniente sólo a la primera proclamación (kerigma) dirigida a suscitar la fe y la conversión. Lo que sucedió con la predicación de Pedro en Pentecostés y la reacción de muchos de sus oyentes aquel día en Jerusalén.
La evangelización indudablemente comienza por este primer diálogo de salvación. Pero no se queda en él, como lo podemos comprobar leyendo completo el capítulo 2 de los Hechos y lo desencadenado a raíz de ese acontecimiento primordial. ¿Qué sucedió? Los creyentes y convertidos no se consideraron como singularidades dispersas, sino que formaron una primera comunidad de bautizados, en la cual se perseveraba y profundizaba en el mensaje de los Apóstoles, se celebraba la “fracción del pan” (eucaristía) y se unían en la oración, se practicaba la solidaridad (compartir de bienes). La evangelización tuvo en el primer anuncio su punto de partida, pero se mostró como un proceso, que debía continuar en otras tareas, las cuales, juntas, constituían integralmente la misión de la Iglesia naciente.
Lo anterior quiere decir que al primer anuncio se deben añadir otros objetivos específicos para poder hablarse de evangelización en sentido completo. Se percibe así una gama de actividades y compromisos tocantes a la Iglesia como cuerpo y a los cristianos individual y grupalmente tomados, no sólo para el tiempo inicial en Judea hace veinte siglos, sino para todo el recorrido del nuevo Pueblo de Dios en la historia.
Esos objetivos específicos pueden denominarse dimensiones y fijarse en seis. El término dimensión es muy apropiado, pues significa un aspecto constitutivo, no aislado ni aislable, de una realidad, sino en íntima relación con otros. Un gráfico que puede ayudar a visualizar esto es el de una pirámide invertida, la evangelización, cuyos lados corresponden a sus seis dimensiones, a saber: primer anuncio de la Buena Nueva en orden a suscitar o despertar la fe; catequesis o formación en la fe; liturgia o celebración de los misterios de la fe y oración; organización de la comunidad visible con sus servicios y ministerios; nueva sociedad o proyección de la fe y del mandamiento máximo en la convivencia social; diálogo abierto (ecuménico, interreligioso, interhumano general) en orden a la comunión y la participación.
Una tal comprensión amplia de la evangelización tiene, como hemos visto, honda raíz bíblica, y se oficializó a partir del documento Evangelii Nuntiandi (El anuncio del Evangelio) del Papa Pablo VI.
Ulteriormente retomaremos este tema. Por el momento valga decir que cuando la Iglesia actúa en campos fundamentales de la convivencia como es el de los Derechos Humanos, está procediendo en coherencia con una tarea ineludible de su misión, como es la de su contribución a la construcción de una nueva sociedad.
viernes, 15 de julio de 2011
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