30.6.11
BICENTENARIO Y DERECHOS HUMANOS
Ovidio Pérez Morales
Resulta contradictorio que el mayor anhelo nacional que se puede formular en estos momentos bicentenarios sea el restablecimiento de la vigencia de los Derechos Humanos en esta Venezuela nuestra, que labró independencia, no sólo para sí misma, sino también para más allá de sus fronteras.
En efecto, característica saliente del así llamado Socialismo del Siglo XXI, proyecto político-ideológico oficial en plena marcha de realización, es la violación sistemática y programada de los Derechos Humanos. Tanto de facto, como, lo que es peor, de iure. Porque se asume esa violación como exigida por la naturaleza del proyecto que se trata de ejecutar, y el cual contradice los principios y normas de la Constitución y, trascendiendo éstos, los elementos básicos de un genuino humanismo.
El Socialismo del Siglo XXI, tal como repetidamente se lo propone y se lo va aplicando constituye algo inédito en nuestra historia republicana, plagada de dictaduras y regímenes similares.
Puede decirse que todo realidad histórica es inédita, ya que lo situacional en cuanto tal es irrepetible. Pero inédito significa aquí algo particularmente original, que no tiene semejanza con algo acaecido anteriormente. La razón es que por primera vez estamos en el país ante un proyecto totalitario.
Más de una vez hemos tocado este punto, y hoy, en vísperas del acontecimiento bicentenario, resulta obligante subrayarlo, por la patente contradicción que implica festejar la Independencia teniendo el Estado entre manos un plan de sujeción total de la ciudadanía a un Poder con pretensión de omnipotencia y control absoluto.
Dictaduras y cosas parecidas ha tenido Venezuela en abundancia a lo largo de estos doscientos años. De allí la carencia de una institucionalidad sólida, de un progreso sostenido, de una convivencia estable. Pero en todo lo que va de siglo y de milenio estamos ante un régimen totalizante, que se encamina a un sistema totalitario. No está establecido todavía, pero se lo va construyendo.
El totalitarismo es peor que una dictadura. Ésta busca un control parcial de la sociedad, en cuanto si bien el control es completo en lo político, no lo es en lo económico y menos en lo cultural. En estos dos últimos campos se interviene de modo más bien ocasional y fragmentario, en la medida en que sea necesario para asegurar el dominio político, o según las necesidades y apetencias circunstanciales de quienes ejercer el poder. No busca orientar la expresión artística, ni le interesan los detalles educativos ni la reelaboración de la historia. No se elimina la propiedad y se deja campo a un abanico de opiniones e iniciativas, mientras no pongan seriamente cuestión el ejercicio de la autoridad.
Con el totalitarismo no sucede así. Por principio busca la hegemonía y el control totales en manos del Partido (así, con mayúscula) y, en última instancia, del Líder máximo. La experiencia histórica del socialismo marxista lo muestra con creces. Pensamiento único, centralización absoluta del poder, partido monopólico, unicidad (no unidad) sindical, dirigismo comunicacional, estilo militar de la organización social y otra serie de elementos que se orientan a un monolitismo no sólo del Estado sino de la entera sociedad. La persona –sujeto consciente y libre- se diluye en una estructura masificante. Se convierte en simple pieza de una monstruosa maquinaria. Como ejemplos concretos pudiera ponerse un trío de tres continentes: Corea del Norte, la ex URSS y la Cuba de Castro.
Algunos piensan que con esto de una amenaza comunista se trata de de levantar un fantasma. Para asustar. Ojalá fuese sólo un fantasma. No sería problema. Pero el proyecto oficial socialista es una tenaza muy real, que se va cerrando. El que avance y llegue a su término ese proyecto no constituye, con todo, una fatalidad. Felizmente. Depende de la ciudadanía consciente y resuelta el detener y revertir ese proceso para bien de toda la nación, incluidas las personas y grupos que lo impulsan o sostienen. Porque un totalitarismo oprime a todos.
No hay nada más práctico y beneficioso que ver claro. El saber dónde se está y hacia dónde se le quiere conducir. Y en casos como el que estamos tratando, los errores de cálculo son fatales.
En tiempos bicentenarios es preciso retomar los ideales y los sueños de los libertadores y unir todas las voluntades para orientar al país por el camino de la libertad y la justicia, la solidaridad, la fraternidad y la paz. Con lucidez, amor y firmeza.
miércoles, 29 de junio de 2011
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