lunes, 11 de junio de 2012
31.5.2012
COMUNIÓN Y SOLIDARIDAD
Ovidio Pérez Morales
Mensaje cristiano y doctrina cristiana pueden considerarse como sinónimos en su intento de compendiar el conjunto teórico-práctico de proposiciones y normas, que el creyente en Jesucristo está llamado a creer y aplicar.
El cristiano, en efecto, es una persona que tiene una interpretación de Dios, del ser humano y del mundo, cuya clave última asume como divinamente revelada; esa interpretación, sin embargo, no la afirma como pura concepción o visión de la realidad, (en alemán podría decirse Weltanschauung), sino que genera o implica un nuevo modo de relacionarse, de vivir o existir. Más aún, entiende que el juicio último sobre su persona y sobre la humanidad no pasará principalmente por lo cerebral o lo técnico, sino por lo cordial (del latín cor-cordis, corazón) y lo vivido.
Ahora bien toda esa pluralidad de proposiciones de fe o conexas con la fe, de una parte, y, de la otra, la multiplicidad de preceptos orientadores de su vida moral y religiosa, no se quedan en eso, en mera pluralidad o multiplicidad, como lo manifiesta la generalidad de libros que exponen la doctrina y la moral cristianas. Veamos por qué.
Algo sumamente iluminador y útil, logrado y ofrecido por la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (reunida en Puebla, México, en 1979), fue la formulación de una línea teológico-pastoral –así la denominó-, como hilo conductor de sus reflexiones y propuestas doctrinales, morales y pastorales. El Documento final de dicha Conferencia conformó, en consecuencia, un conjunto orgánico, estrechamente interrelacionado. La noción que escogió como línea fue: comunión. A ésta la hizo acompañar de la categoría de participación, para expresar un fruto y, al mismo tiempo, un requisito de la comunión. De tal modo, quedó como línea teológico-pastoral de Puebla: comunión y participación.
El Concilio Plenario de Venezuela, que congregó a los obispos y a representantes de los otros sectores de nuestra Iglesia (sus sesiones duraron de 2000 a 2006), siguió, felizmente el ejemplo de la III Conferencia. Determinó una línea teológico-pastoral para sus trabajos, asumiendo la misma de Puebla: comunión. Como categoría acompañante, en vez de “participación” eligió “solidaridad”, categoría muy sentida en los tiempos de nuestro Concilio. Conviene señalar, con todo, que “solidaridad” y “participación”, antes que excluirse, se complementan, como aparece bien claro en los documentos conciliares.
Algo importante, sin embrago, agregó el Concilio Plenario: la definición expresa, con rigor metodológico, de lo que es la “línea teológico-pastoral”. Por ésta se entiende no un simple tema principal o dominante, una pura línea transversal o cuestión recurrente. Se trata, en efecto, de un núcleo articulador, un marco englobante, una perspectiva fundamental, un común denominador; es “la noción o categoría, interpretativa y valorativa, que constituye el principio o eje unificador de lo que teológicamente se afirma y pastoralmente se propone”, como oportunamente la concretó el Episcopado venezolano en su Carta Pastoral Con Cristo hacia la comunión y la solidaridad (enero 2000). Dicha noción, consiguientemente, es la respuesta a preguntas que van desde qué es Dios hasta cuál es el sentido último de la Iglesia y de la historia según el plan divino.
Algo fundamental: esa línea no se presenta como válida sólo para lo teórico y práctico de una conferencia o un concilio. Tiene, con títulos legítimos, pretensión de validez universal. Personalmente estimo que su formulación ha de considerarse un gran logro para la Teología y la Pastoral de toda la Iglesia. Y sale al paso de la notable carencia de algo que armonice, centre y organice la yuxtaposición, el agregado o la multiplicidad de elementos doctrinales y ético-pastorales, en que se quedan ordinariamente los catecismos y aún los textos de enseñanza religiosa superior, para no hablar de otras instancias. Dicha línea ayudará también a dar rumbo claro y de conjunto a la “nueva evangelización”, que la Iglesia se propone como imperiosa tarea en nuestro tiempo.
La razón y el sentido últimos de la línea teológico-pastoral de comunión residen en que el Dios único y verdadero, que se nos ha revelado y comunicado en Jesucristo, no es un sujeto aislado, encerrado en absoluta y eterna soledad, sino Trinidad, comunión de personas, vivo compartir relacional. O como bellamente lo define la primera Carta de Juan: “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8). Y si Dios –Unitrino- es así, el sentido de su actuar, creativo y salvador, consiste en generar y difundir comunión.
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