lunes, 4 de febrero de 2013

SOMOS RESPUESTA DE DIOS

Ovidio Pérez Morales ”Escucha mis palabras, oh Dios, repara en mi lamento”. “¡Escucha, oh Dios, mi clamor, atiende a mi plegaria!”. Así comienzan los salmos 5 y 61, respectivamente. Son la invocación del ser humano, sumido en la angustia, o frente a problemas punzantes de la vida cotidiana. ¿No hemos oído decir a muchas personas que Dios no las ha escuchado en sus necesidades, a pesar de que él mismo las ha invitado a pedir frecuente e insistentemente? ¿Nosotros mismos, no hemos sido, al menos, tentados de quejarnos así? ¿Es sordo o se hace el sordo el Señor? Meditando en esto y siguiendo la orientación iluminadora de la Escritura Santa (ver, por ejemplo Mt 25, 31-46), se me impone en la mente este imperativo: “Yo debo ser, en la medida de mis posibilidades y en asuntos en que pueda serlo, la respuesta que mi prójimo espera de Dios”. Yo: la respuesta de Dios. Personalizando de otro modo esta afirmación, se la puede formular así: Yo, tu, nosotros debemos ser la respuesta que nuestro prójimo espera del Señor. Pensemos aquí, ahora, en la situación concreta de nuestra circunstancia grande o pequeña: país, ciudad, vecindario. Percibimos situaciones de violencia desenfrenada, así como carencias materiales y espirituales del más diverso tipo. Y en medio de ellas, captamos también las invocaciones a Dios por parte de mucha gente, en el sentido de que en vez del odio, la crueldad, la indiferencia, el egoísmo, reinen, el amor, la compasión, la solidaridad, el compartir. Dios responde siempre. Hay ocasiones en que lo hace de manera perceptible y milagrosa, como Jesús en Palestina, al curar leprosos, dar la vista a ciegos y poner a caminar a paralíticos. Otras veces Dios actúa efectiva pero ocultamente. Pero el quiere obrar, ordinariamente, a través de nosotros. El quiere responder, sí, mediante nuestro compromiso con el prójimo. Para ello nos hizo libres-responsables y nos dio un mandato muy preciso por boca de Jesús: “Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). En el Padre Nuestro pedimos a Dios que se haga su voluntad y que nos dé el pan de cada día. Pues bien, la voluntad de Dios es que estemos atentos y seamos operativos con respecto a las necesidades de los demás; cuando hacemos así, damos la respuesta de Dios a las plegarias que se le elevan. Cuando atendemos una súplica, damos un consejo, hacemos un servicio o prestamos una ayuda a personas amigas, a conocidos o extraños, pero también a quienes no nos caen bien y aún a los que podemos considerar no amigos, estamos convirtiéndonos en boca, oído, corazón, brazos de Dios para el hermano necesitado. Maximiliano Kolbe, Teresa de Calcuta y, más cerca de nosotros, Oscar A. Romero, María de San José, entendieron muy bien esta lección. No se lavaron las manos frente a injusticias y necesidades. No se escabulleron con el acostumbrado “ese no es problema mío”. Se identificaron como respuesta de Dios a enfermos, pobres, maltratados, excluidos. Convirtiéndose a su vez, así, en clara lección para nosotros de lo que es amar a Dios y de lo que significa verdadera religión. Por tanto, yo, tu, nosotros, hemos de ser la respuesta de Dios al prójimo suplicante

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