¡PRESIDENTE,
VUELVA AL CABILDO!
La
interpelación a Emparan
El 19
de abril de 1810, cuyo bicentenario acabamos de conmemorar, Francisco Salias,
interpretando la voluntad popular, conminó al Capitán General Vicente Emparan a
volver al Cabildo, máximo cuerpo representativo de la ciudadanía en ese
momento. El Ayuntamiento había sido convocado para resolver la confusa
situación nacional, a raíz de la crisis de poder originada en España por la
intervención napoleónica. Emparan había sido invitado a la reunión capitular y
conocía la finalidad de la misma; pero quiso evadir una decisión y por ello se
dirigió a la Catedral para asistir a la celebración litúrgica del Jueves Santo.
El
Ayuntamiento, además de sus miembros, congregaba en esos momentos a diputados,
delegados, de diversos sectores de la ciudadanía, acompañados por una creciente
aglomeración popular. Se tenía así una asamblea, la cual, en esa circunstancia,
debía abordar la suerte política de
Caracas y Venezuela, y, como se percibía en el ambiente, decidir sobre su
identidad y futuro como pueblo soberano.
El volver
al Cabildo, por parte del Capitán General, significaba enfrentar con
realismo la desafiante situación, y responder, con receptividad y lucidez, a
las profundas e ineludibles aspiraciones de libertad y autonomía de la
Provincia de Caracas y de gran parte de la Nación. El margen de maniobra de
Emparan era estrecho, pero su mejor opción no consistía en eludir responsabilidades,
sino en enfrentar la crisis y favorecer
una salida, la menos traumática posible para todos.
El
Cabildo estaba consciente de que la agenda de ese día no la ocupaban intereses
simplemente de un estrato determinado de la población o problemas sólo sectoriales
por grande que fuesen. Lo que estaba sobre el tapete era cómo recoger, dándoles
forma institucional, los anhelos y propósitos autonómicos de un vasto conjunto
humano, que el Acta de la Independencia denominaría, al año siguiente, como “la
Confederación americana de Venezuela en el continente meridional”. El cuerpo
capitular reflejaba y representaba, con acierto y limitaciones, un sentimiento
unitario nacional. Se estaba en una etapa germinal y este sentimiento debía
traducirse ulteriormente en estructuras socio-económicas, políticas y
culturales coherentes con una verdadera unidad. En ese momento, en efecto,
persistían discriminaciones y exclusiones, no sólo de hecho, sino también de
derecho (afirmación que, a doscientos años de distancia podemos repetir con
humildad y reconociendo pecados actuales).
A
propósito de estos hechos es oportuno traer aquí a colación lo expresado por la
Conferencia Episcopal Venezolana en su reciente carta pastoral sobre el
Bicentenario: “…entre el 19 de Abril de 1810 y el 5 de Julio de 1811, los
fundadores de la Patria tomaron la difícil decisión de formar la República de
Venezuela y proclamaron un hermoso sueño nacional, conscientes de la grandeza
del mismo, del sacrificio que implicaba, así como de las limitaciones para llevarlo
a cabo”. (No.4).
“Tanto
el 19 de Abril como el 5 de Julio—señala este documento—fueron dos
acontecimientos en los que brilló la
civilidad. La autoridad de la inteligencia, el diálogo, la firmeza y el coraje
no tuvieron que recurrir al poder de las armas o a la fuerza y a la violencia.
La sensatez en el intercambio de ideas y propuestas respetó a los disidentes y
propició el anhelo común de libertad, igualdad y fraternidad”. (No.5). Más allá
de la ambivalencia de aquellos acontecimientos, y posteriores procesos, el gran
resultado tangible fue nuestro nacimiento como país independiente y la voluntad
“…de lograr formas de convivencia y libertad para toda persona sin exclusión…
aspiración primordial, pero imperfecta”. (No.9).
Doscientos
años después
En verdad,
la Venezuela que conmemora su Bicentenario reconoce los límites de aquel sueño
y esa aspiración, pues si “de derecho todos estaban incluidos en la esperanza y
en la bendición de Dios, invocada para… una forma de convivencia que… fuera
ámbito de vida, de libertad y de dignidad para todos, de hecho… la gran mayoría
de los sectores populares quedó excluida”(id.), pero, además, tras comenzar en
1998 “…un proyecto… de “refundar” la República… (cuya) ambición no sólo toca el
tejido material y organizativo… sino también y, sobre todo, afecta el fondo
íntimo, espiritual, del alma nacional” (id. 20), la Patria es hoy, en primera
instancia, un país desgarrado, que se desangra e involuciona. Decir esto no
significa en modo alguno ser “profeta de lamentaciones y desgracias” e ignorar
la positividad tanto del existir mismo de la comunidad nacional en cuanto
crisol de razas y pueblos, como de los valores y logros que registra el haber
de su peregrinaje. Significa, sí, rememorar responsablemente, dar un aldabonazo
a la conciencia de todos mis hermanos para un “despierta y reacciona”, ante la
grave crisis que nos amenaza e interpela.
Sin
pretender, obviamente, ser exhaustivo, expongo algunos elementos sobresalientes
de esa crisis:
1. Venezuela, en efecto, ya no es
una como sueño ni una como experiencia de convivencia. Por motivos ideológico-políticos se la ha
dividido artificialmente, Por lo menos a la mitad se la califica de apátrida y
hasta de antipatriótica, decretándosela excluida del goce pleno de los derechos
ciudadanos. ¿Cómo se va a celebrar festivamente, en democracia, el cumpleaños
de una República cuya unidad se niega? Ya no se la considera la casa común que
soñaron los fundadores, amplia, acogedora, tolerante, pacífica, fraterna, sino
el recinto cerrado, exclusivo, único, de una secta maniquea. No ya la gran
familia sino un ámbito inclemente de rechazos, y de apartheid superado en otras latitudes.
¡Los Derechos Humanos no son ya de todos los humanos!
2. Venezuela tampoco es ya plural.
No se quiere que sea el hogar de un pueblo variado, multicolor, multicultural,
donde los diferentes y también los díscolos tienen su lugar. A pesar de que en
el Referéndum de 2007 se dijo “no” a la propuesta de convertir la
República en un “Estado Socialista”, porque contradice a “la Constitución, y a
una recta concepción de la persona y del Estado”—Conferencia Episcopal
Venezolana, 19 de octubre de 2007—, se persiste, desde el Poder, en la
desobediencia manifiesta al mandato referendario y en la imposición, mediante
hechos y “leyes”, de un tal sistema. La Constitución, en efecto, está siendo
violada; más aún, no se oculta su interpretación y utilización como simple
función del proyecto “socialista”, distorsionándola radicalmente. Está así en
juego, obviamente, la legalidad del régimen. El proceso de dependencia de los
poderes de uno solo, de estatización global, de centralismo nominalmente
comunitario, de hegemonía masificante, acelera su marcha en los distintos
campos de lo económico, lo político y lo ético-cultural. La democracia es, por
el momento, soportada, pero está acosada, paulatinamente, por un voluntarismo
“revolucionario” de vocación autocrática y “mesiánica”, y de desconocimiento o
desvirtuación del derecho del hombre.
3. Venezuela ya no es ámbito de
vida. Somos un país en monstruosa hemorragia culpable. Ocupamos lugar destacado
en el mundo en materia de violencia y criminalidad. Nuestras calles son
escenario de incontrolada delincuencia e impunidad; nuestras morgues,
abarrotados lugares de doloroso compartir; nuestros juzgados y tribunales,
recintos de injusticia por corrupción de venalidad o politización; nuestras
cárceles recintos de inhumanidad, antítesis de reeducación, antesalas de
muerte. Todo esto no era totalmente inédito, pero se ha exacerbado
exponencialmente, al tiempo que el gobierno, de palabra y obra, siembra
violencia cuando descalifica, injuria, amenaza y discrimina; cuando exhibe y
acrecienta su arsenal bélico, radicaliza la militarización de la población y
acentúa la represión de la disidencia. El lema “Patria, socialismo o muerte” es
la correspondiente consigna militarista necrófila, de trágicas memorias
históricas. No faltan quienes ante la galopante e irrefrenada inseguridad se
plantean el interrogante de si ella no correspondería a una política de Estado,
tendiente a que muerte y miedo conduzcan
a una parálisis que facilitaría la sumisión de la ciudadanía.
4. Venezuela ya no es una nación
en “vías de desarrollo. Tenemos un petrocapitalismo de Estado, con
liberalidades selectivas hacia afuera y populismo dentro. Motivos
ideológico-políticos y el afianzamiento del poder privan sobre las verdaderas
necesidades y aspiraciones de la población. Todo ello, unido a una ineficaz,
ineficiente y dolosa gestión, está llevando a la caída de la producción
nacional, del abastecimiento y del consumo, agravada por crisis inéditas
previsibles en los servicios eléctrico e hídrico, configurando un cuadro de
carencias y dependencia, objetivamente funcional también al “Proyecto” de
concentración y control.
5. Venezuela ya no es respetada en
su alma e identidad. La subjetividad y centralidad, la moralidad y
espiritualidad de la persona humana se diluyen, para privilegiar la base
material productiva y lo simplemente colectivo-estructural, literalmente
“alienantes”. Se habla de refundar el país. ¿Sobre qué valores? El “socialismo
del siglo XXI” (de creciente referencia marxista-leninista y con confeso modelo
castro-comunista) se erige como fin y criterio supremos; se absolutiza y
sacraliza la “Revolución”, hecha régimen establecido, convirtiéndola en norma
definitiva de lo verdadero y lo bueno. Y todo esto tiende a personificarse en
el líder máximo, inobjetable, inapelable, insustituible, omnipotente. En este
marco se reformulan los símbolos, se rehace la memoria histórica y se decreta
alianzas o mancomunidades con otros Estados, al margen de sentimientos
nacionales y populares; se monopoliza la comunicación social, se reestructura
la educación, la mentira se hace anti-cultura, se redefine el arte, se
instrumentaliza lo religioso.
Volver
al Cabildo
A
partir de esta celebración del Bicentenario del 19 de abril, considero, pues,
un urgente deber de conciencia, como ciudadano, creyente y obispo, retomar la
interpelación de Francisco Salias e instar al comandante Hugo Chávez Frías: ¡Ciudadano
Presidente, “vuelva usted al Cabildo”!
Le hago
este llamado, con el debido respeto a la investidura y a la función, pero
también con la claridad y la sinceridad que me exige, desde mi fidelidad a Dios
y a mi conciencia, el servicio a Venezuela. Lo hago con esperanza creyente,
sabiendo que Dios nos ama a todos, sin excepción, y nos ayuda en cualquier
circunstancia a rehacer caminos para el mayor bien de nuestro prójimo. Lo hago
también sin juzgar intenciones—cosa que sólo a Dios corresponde—ni considerarme
sin responsabilidad respecto de los males que sufre el país. Lo hago,
finalmente, sin pretender infalibilidad en mis apreciaciones. Sólo quiero y
debo servir.
¿Qué
significa hoy “volver al Cabildo”? Ante todo, no se trata de una vuelta
“mecánica o anacrónica” a formas u organismos desaparecidos o históricamente
datados, sino fidelidad creadora, memoria crítica, despertar consciente, sueño
esperanzador.
En
pocos puntos le sintetizaré lo que entiendo por ello.
1. Volver a la unidad de la
Patria. Esta unidad no podría ser pseudo-armonía etérea o bucólica, tampoco
uniformidad monolítica ni homogeneidad masificadora, asfixiantes, sino
compartir plural, diversificado. Esto obliga a promover la efectiva
participación de todos, individual y grupalmente considerados; a impulsar la
solidaridad que integra, así como la subsidiaridad que estimula y conjuga la
actividad de los cuerpos sociales intermedios, articulándola con la tarea que
corresponde al Estado, en aras del bien común y de su punto culminante: la paz en
la justicia y la verdad. Esto recuerda y exige, en lo concreto y cercano,
saldar una deuda pendiente con nuestra memoria histórica integral y una
responsabilidad con hombres y mujeres reales caídos, mutilados, exiliados,
presos o absueltos, convocando a una “comisión de la verdad” sobre los sucesos
de Abril 2002. Tarea prioritaria de un Presidente es, en efecto, buscar la
cohesión, la confraternidad de todos los ciudadanos, por encima de distingos de
cualquier género, con miras a un trabajo corresponsable y compartido para
lograr el progreso material, moral y espiritual de la Nación. El Primer
Magistrado lo es de todos los venezolanos, no de un “proyecto”, ideología o
partido, sino de una sola y misma patria. Nada debe estar más presente en la
función presidencial que la prédica y acción convocantes, congregantes, a
todos, de quienes es, a la vez, mandatario y servidor (y quienes, si
pragmáticamente a ver vamos, son también contribuyentes que pagan los gastos
presidenciales).
El
retorno a la unidad es volver a la gente con miras a una convivencia ciudadana,
viva y polícroma. Esto implica romper el encierro y la polarización en el yo,
una idea o la secta. Liberar al país del símbolo por antonomasia de toda
hegemonía oficial, y que arbitrariamente secuestra el tiempo y la privacidad
del pueblo soberano: las “cadenas”. Abrirse al compartir ciudadano y a las
preocupaciones de la entera comunidad; al diálogo sereno y a la discusión
respetuosa, que tendrían expresión simbólica en una impostergable
iniciativa de reconciliación nacional y en el debate civilizado de un “cabildo”
(Asamblea, Gobernaciones, Alcaldías, Comunas) multicolor.
2. Volver a Venezuela como ámbito
de vida. Recordemos que el primer instinto es el de conservación y el derecho
primordial humano es el de la vida. La primera tarea de una sociedad es la de
preservar y resguardar la supervivencia de sus miembros. El primer deber de un
Estado es asegurar y favorecer la salud física, mental y moral de sus
ciudadanos. De allí lo necesario y urgente de promover una cultura de la vida,
frente a la proliferación y arraigamiento en muchas formas de una anticultura
de muerte. En documento sobre La violencia y la inseguridad publicado a
raíz de su última asamblea plenaria, el Episcopado expresó lo siguiente: “Es un
deber de la ciudadanía exigir a los poderes del Estado, principalmente al
gobierno, que cree las condiciones necesaria para que el derecho a la vida, a
la integridad física, a la protección a la propiedad, al libre tránsito, entre
otros, sean derechos al alcance de todos. Actualmente, la respuesta ante la
violencia social es el miedo, que nos lleva a encerrarnos y a protegernos, a
desconfiar de todos. Sálvese quien pueda y como pueda, parece ser la
consigna ante un Estado indolente y cómplice” (No. 12). Volver a la vida es
asumir prioritariamente y con decisión la defensa de la vida integral de los
venezolanos, de todos los compatriotas hastiados de la delincuencia, irreductibles
ante la impunidad, militantes contra toda prepotencia que descalifica y
excluye, que pretende penalizar expresiones legalmente reconocidas o
descalificar reclamos judicialmente garantizados. Volver a la vida es reconocer
al otro como persona, creado a imagen y semejanza de Dios y portador, por
tanto, de derechos inalienables; merecedor de respeto a su integridad física y
moral, a la promoción y defensa de sus derechos inalienables, a la solidaridad
con él, especialmente si es pobre y necesitado; es trabajar por la fraternidad
y la paz, sobre el fundamento de la verdad y del bien. A quien preside la
República le toca en esta tarea una responsabilidad de primer protagonismo. De
allí que le corresponde acercarse con amorosa sencillez a las personas
concretas, con sus logros y frustraciones, sus alegrías y tristezas, sus
derechos humanos inalienables, su anhelo muy sentido de vivir en paz y
seguridad, sin un continuo sobresalto y zozobra, y una permanente y agotadora
confrontación verbal de tono militarista y nihilista, e iniciativas sociales
con proclamas belicistas.
3. Volver al progreso en el marco
de la Constitución. El pueblo venezolano se la ha dado como expresión de su
soberanía; ella ilustra y garantiza el Estado de Derecho para todos, la estabilidad
jurídica de las instituciones y el bienestar integral de la Nación. La Constitución, establece, en
su letra, el marco normativo tanto de la ciudadanía para el ejercicio de sus
derechos y deberes, humanos y cívicos, como del Estado y de sus órganos,
servidores de aquélla; y en su espíritu encarna el consenso fundamental de
convivencia, el pacto social de principios y valores compartidos. Es necesario
y urgente rescatarla, no sólo como “ley
de leyes” y paradigma de toda legalidad, sino también para revalorizar la
función humanizadora, radicalmente ética, del derecho. Según el artículo 2 de
nuestra Carta Magna, “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social
de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su
ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la
igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y en
general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo
político”. Sobre estos principios fundamentales ha de construirse el progreso
integral y compartido que requiere el país, el cual exige, además, la
participación de todos los ciudadanos, grupos y entidades sociales, cuya
iniciativa es indispensable acoger y promover, evitando exclusiones y sumando esfuerzos.
4. Volver a Venezuela. Apreciando
sus raíces; haciendo memoria, crítica sí, pero fiel, realista y comprensiva, de
su pasado; aceptando con humildad que somos herederos de “héroes y villanos”,
no pretendiendo recomponer al arbitrio árboles genealógicos, practicar saltos
antihistóricos ni violentar la biografía o el mensaje de los antecesores. No se
puede pretender una refundación del país, pasando por encima de la identidad
del pueblo; vaciando el alma nacional de sus vivencias espirituales y
religiosas; minusvalorando el vecindario natural y la fisonomía cultural para
priorizar extrañas alianzas; copiando modelos ideológico-políticos fracasados y
lejanos a la idiosincrasia y a los verdaderos intereses venezolanos. Volver a
Venezuela entraña también preocuparse ante todo por la propia Nación, no
cayendo en aquello de “luz en la plaza y oscuridad en la casa”. La solidaridad
internacional tiene que liberarse de tentaciones criptoimperialistas
favorecidas por la potencia petrolera, de un lado, y recaídas neocolonialistas
por sujeciones ideológicas, del otro. Venezuela es y ha de ser de todos como
casa común y ámbito de acogida fraterna.
………
“Volver
al Cabildo” exige, de modo prioritario y patente, que asuma Usted su
responsabilidad de Presidente de la República. Este delicado cargo implica la
escucha y dedicación a todos los venezolanos, trabajando por su unión en pro
del bien común nacional. Nada más contradictorio con ello, que la
identificación, implícita o explícita—y, peor, cuando se la exhibe—con sólo un
sector de la población, despreciando y marginando a los demás, con base en
motivos ideológico-políticos, raciales, religiosos o de cualquier otro género.
El Presidente lo es, de verdad, cuando respeta a los ciudadanos “no a pesar
de”, sino “precisamente por” sus diferencias, conviviendo en la diversidad
comprensible e inevitable de una sociedad democrática, pluralista. Cuando tiene
el reconocimiento de todos: los que lo eligieron y los que no votaron por él o
lo adversan, pero que, en todo caso, deben y necesitan percibirlo sensible,
cercano, humano, como su Presidente. De otro modo, está en juego la
legitimidad de su ejercicio como mandatario.
La
“vuelta al Cabildo”, Ciudadano Presidente, no podría menos que acarrear al país
la alegría del reencuentro de los venezolanos, con la esperanza de lógicos
frutos: progreso compartido, vigencia de la justicia y el derecho, fraterna
solidaridad, paz estable, cultura de civilidad.
Como
cristiano pido a Dios por Usted, para que, superando obstáculos y no dejándose
amilanar por dificultades, prejuicios e intereses, presentes y pasados, pueda
contribuir eficazmente, desde su alta responsabilidad, a reencauzar a esta
nación por el camino de la unidad, en la verdad y la paz, la cual Cristo Jesús
enfatizó en la Última Cena, en perspectiva religiosa, como valor máximo, y
Simón Bolívar subrayó, en su postrer mensaje,
como condición de solidez y progreso de nuestros pueblos. ¡Señor
Presidente, vuelva al Cabildo!