La verdad es afirmación-puente a la realidad, ya como genuina
captación de ésta (lo contrario sería caer en lo falso), ya como expresión
auténtica de lo que se piensa (lo contrario es mentir). Más aún, la verdad es,
en el fondo, la realidad misma (como cuando se dice que tal cosa es verdadero oro).
Una sana y constructiva convivencia humana se edifica sobre
la verdad. Ésta le da consistencia al asegurar un relacionamiento confiable.
Nada hay más frágil, vulnerable y peligroso que un grupo de mentirosos.
La política, edificación
y manejo de la ciudad como
conglomerado humano, si quiere responder al propio sentido y vocación, debe
tejerse con la verdad. Esto no quiere decir que en la política no se requieran,
por ejemplo, discreción y reservas, al trazarse tácticas y
estrategias. Hay una sentencia que suena
así: el sabio sabe todo lo que dice y el tonto dice todo lo que sabe. Pero una
política entendida como mercado de falsedades y bazar de mentiras se convierte
en farsa paralizante y destructiva. Conjunto invivible, inhumano.
La mentira, cuando se suelta con desvergüenza, se convierte
en cinismo, el cual exhibe una falta moral contra el prójimo al despreciarlo y
buscar degradarlo. El cinismo autodestruye y envilece.
Ahora bien, si la convicción de estar en la verdad exige
acompañarse de fortaleza, ha de caminar también con sencillez y humildad. Por eso el creyente ha de proponer la verdad y no
tratar de imponerla, por cuanto entiende que la posesión total y absoluta de la
verdad es exclusiva de quien es la Verdad misma, Dios; y no debe olvidar que el
valor-criterio definitivo del juicio divino es el amor comprensivo y
misericordioso y no la pura posesión de una verdad, como lo subraya el mismo
Jesús (Mt 25, 31-46). Lo que recordamos arriba de Aristóteles sobre amistad y
verdad se refiere a su relación académica con Platón, pero no al respeto y
aprecio de la persona del maestro, que el Estagirita siempre guardó y debió
guardar.
Hay que enmarcar la adhesión a la verdad, la convicción y la
fe, en la aceptación y valoración del prójimo como persona, en el amor. La
humanidad ha sufrido mucho por los fundamentalismos o imposiciones de la verdad, no sólo en el plano religioso
(inquisiciones, guerras de religión, yihads) sino también ideológico
(totalitarismos). Una de las ventajas de la democracia es la convivencia
pluralista, que entraña el respeto a las opiniones de los demás y la apertura al diálogo. Esto no significa la
igualación o relativización de todo, sino la aceptación de los límites propios
y la necesidad de compartir-complementar
concepciones y visiones.
En Venezuela hemos venido sufriendo mucho en estos últimos
años por el propósito oficial de imponer un modelo político-ideológico (de alta
corrupción y con rasgos mágico-cultuales) fundamentalista. De proyecto-pensamiento
único, hegemónico, que no acepta divergencias ni alternativas. De allí que al “otro”
no se lo interpreta en términos de distinto,
disidente o contrincante, sino,
bélicamente, como enemigo a eliminar. Expresión de una cultura de guerra y de
odio.
El cambio que urge nuestro país es indudablemente de proyecto
económico y de dirección política, pero, sobre todo, de perspectiva ético-cultural.
Paso del fundamentalismo del SSXXI a una convivencia democrática, pluralista.
El 6D ha constituido un clamor de la ciudadanía por otro tipo de política, de ciudad. En
que la mentira y la exclusión cedan el paso a la verdad y la inclusión; el
fundamentalismo a la convivencia. Porque hemos de construir juntos el país, no a pesar de, sino precisamente con nuestras diferencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario