El término diálogo se
encuentra muy devaluado en nuestro ámbito político, al igual que el adjetivo bolivariano (¿Hablar de prostituido
sería muy fuerte?). Bastantes cosas más, desgraciadamente siguen
un camino semejante de depreciación, comenzando por la moneda nacional.
Por eso es preferible buscar un sucedáneo para el vocablo
diálogo. Por ejemplo, conversación, intercambio, negociación.
Diálogo , del griego, dia-logos,
significa un hablar compartido, bien diferente, por tanto, de lo que a no pocos les gusta mantener, un mónos-logos, es decir una perorata en
solitario, que equivale a un discurso en cadena
Del diálogo es bueno destacar ante todo su positividad. El
ser humano ha sido creado y es estructuralmente ser-para-la comunicación, ser-para-el-diálogo. En el primer libro de la
Biblia Adán aparece ya como protagonista de un diálogo que Dios inaugura. Y si
la humanidad ha sobrevivido es porque nuestros antepasados no dejaron nunca de
dialogar.
El ser humano, sin embargo, no se ha conducido con pura razón
y bondad. En el caso de Caín y Abel, en
vez de haber entrado en diálogo, el
primero se encerró en sí mismo y terminó por explotar en violencia. Los
cristianos llamamos pecado a
la ruptura de una genuina comunicación con el otro y el Otro. El egoísmo
y la mentira cortan puentes, para aislar
en pensamientos y proyectos malos, perversos.
Pero el diálogo es muy exigente, fundamentalmente por las
condiciones que plantea a los inter-locutores. Por cierto que el Papa Papa
Pablo VI, continuador de Juan XXIII en la realización del renovador Concilio
Vaticano II, dejó oportunas indicaciones al respecto en la encíclica Ecclesiam Suam (6.8.1962), con la cual promovió
el diálogo al interior de la Iglesia y desde ésta con toda la humanidad.
De los participantes en el diálogo se espera, entre
necesarias disposiciones: respeto y aceptación del otro, ponerse
en su lugar (en su pellejo) para comprender sus planteamientos y valorarlos
debidamente; confianza en la palabra
que se da y se recibe; verdad, que
implica sinceridad y excluye la mentiras y dobleces; una buena dosis de mansedumbre, evitando lo que pueda
ofender, herir, violentar y propiciando un ambiente pacífico; paciencia y constancia para perseverar
en el compartir y asegurar resultados; claridad
de ideas con propiedad del lenguaje y prudencia
para ordenar bien los pasos y escoger el momento oportuno.
Se debe estar consciente de que al frente se tienen personas
y no simplemente ideologías o partidos, procurando el encuentro y superando la
confrontación. De allí que no se puede entrar a un diálogo sin dar pruebas
fehacientes de buena voluntad, sin la cual no se puede pensar en la
factibilidad de lograr bienes concretos.
Por eso el diálogo es una actividad conjunta de altura ética
y espiritual, cualquiera sea la medida de los resultados definitivos. Postula,
consiguientemente, liberación de etiquetas, pacificación previa de los
participantes, atmósfera sana y amistosa,
disposición a aprender-cambiar y
no puramente a enseñar-imponer.
Los quienes que
comparten han de estar en una situación de equilibrio e igualdad.
Caricaturizando escenarios podría decirse que un león furioso suelto y un
conejo amarrado no son sujetos adecuados para un diálogo de paz, pues lo menos
que se puede pedir en este caso es que el león suelte al conejo. Un diálogo de
Hitler con los judíos hubiese requerido echar abajo previamente las Leyes de
Nuremberg.
Todo lo anterior me hace pensar que en Venezuela no se puede
hablar de un diálogo político entre Gobierno y Oposición mientras aquél
persista en su proyecto SSXXI totalitario. Esto no excluye en modo alguno
conversaciones y negociaciones del
oficialismo y la disidencia con vistas a un cambio que comience a sacar a
Venezuela del marasmo en que se encuentra. Más aún, el parlamentar obliga en
esta circunstancia trágica.
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