Identificación de la
DSI.
Como identificación inicial de la DSI podría usarse esta
descripción: conjunto de enseñanzas de la Iglesia sobre los principios,
criterios y lineamientos para la acción con respecto de la construcción de una
nueva sociedad” (“civilización del amor”), es decir de una polis o convivencia humana que responda, del modo más
conveniente y siempre perfectible, a la dignidad, derechos y deberes fundamentales
de la persona y de la comunidad humanas, de acuerdo a una recta razón
enriquecida con en el aporte del mensaje cristiano. Por Doctrina se entiende ese corpus
o conjunto orientador de ideas; lo Social
define el campo al que aquella se
circunscribe, a saber se refiere a la
vida y organización de la societas
del ser humano en su concreto entorno ecológico; de la Iglesia significa que
ese corpus es elaborado y propuesto
por la Iglesia católica en documentos de
su dirección jerárquica, con base en la Escritura y la Tradición, pero
integrando aportes de muy diversa índole y proveniencia no solo eclesiales,
sino también del variado ámbito secular. Es Doctrina de la Iglesia, pero no confesional, en cuanto en sus elementos
fundamentales tiene una sustentación racional, abiertamente dialogal (diálogo fe-razón, LS 63). El surplus específico cristiano significa
un enriquecimiento de perspectivas, un ahondamiento valorativo y una ampliación
de horizontes.
El contenido de la DSI es muy amplio y en continua
progresión. Basta dar una hojeada al índice de un manual cualquiera en la
materia. No es un conjunto proposicional estático, sino en desarrollo permanente,
pues trata de responder a los requerimientos y desafíos de una realidad histórica
siempre cambiante. No es “ideología” (aun en el sentido positivo del término)
porque sin quedarse en formulaciones puramente teóricas, va más allá, con todo,
de un proyecto societario concreto cerrado y subrayando lo estructural y
organizativo. No es pura teoría (busca iluminar la situación, se orienta a la
acción), ni simple utopía (trata sobre una sociedad deseable-factible), como
tampoco “vía media” entre capitalismo y comunismo, pues invita a la
construcción de modelos –no un modelo- siempre perfectibles. Puebla dice que la
Iglesia “no se atribuye la competencia para proponer modelos alternativos” (P
1211), aunque si tiene derecho de “dar testimonio de su mensaje y de usar su
palabra profética de anuncio y denuncia en sentido evangélico, en la corrección
de las imágenes falsas de la sociedad, incompatibles con la visión cristiana”(P
1213).
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