La Conferencia Episcopal ha hecho un pronunciamiento
al término al término de su asamblea plenaria de julio. El documento resultante
tiene un título bíblico: El Señor ama al que busca a justicia.
Pudiéramos subrayar en esta toma de posición tres elementos: identificación de la causa de la crisis nacional;
cuatro exigencias como aportes hacia la solución; oración de compromiso y
esperanza.
En primer lugar resulta muy significativa y útil la
identificación que hacen los obispos con
respecto a la causa de la grave crisis del país, lo cual formulan en términos
breves y claros: “La raíz de los problemas está en la implantación de un
proyecto político totalitario, empobrecedor, rentista y centralizador que el
Gobierno se empeña en mantener”. Señalan
así el origen del desastre global que
está acabando con Venezuela. De nada
valen paliativos, paños calientes, programas altisonantes y
decisiones epidérmicas si no se va a al fondo, a la fuente
de los males. La causa de estos reside en el SSXXI, en el Plan de la Patria, en
el querer imponer a los venezolanos un socialismo marxista leninista
históricamente fracasado en todas partes y abiertamente contrario tanto a
un humanismo fundamental como a la
Constitución de la República. Resulta entonces obligante un substancial cambio
de rumbo, que va más allá de un simple cambio de gobierno.
En segundo lugar el Episcopado hace cuatro exigencias con
carácter de urgencia: Referendo Revocatorio para este año; permiso para entrada
de medicamentos; apertura de la frontera colombo-venezolana y liberación de
presos políticos.
Al exigir el Referendo Revocatorio para este año no se está
haciendo otra cosa que realizar algo previsto en la Constitución y que en
alguna forma ya está andando. En una crisis tan grave como la que experimenta
el país, nada más oportuno y necesario
que preguntarle al pueblo, al soberano, qué futuro-destino quiere. Qué le duele
y aspira. Al Consejo Nacional Electoral no le queda otra cosa que ponerse a la orden de quien es
la fuente primera del poder político.
Cuando se plantea al
Ejecutivo la urgencia de otorgar el permiso de entrada a medicamentos (y otras
ayudas básicas) estamos frente a una exigencia humanitaria fundamental, ante la cual no se pueden oponer
razones de prestigio o de soberanía retórica. Está de por medio la gente de
carne y hueso, que se está muriendo y clama por auxilio oportuno. Hay aportes en
el exterior listos para ser embarcados y una red nacional de entidades de
solidaridad (Caritas y otras) preparadas para una adecuada distribución.
La apertura de la frontera
se plantea como requerimiento que asume y supera lo meramente socioeconómico;
la frontera ha de interpretarse en perspectiva político-cultural, sobre todo
tratándose de países hermanos y en el marco de una creciente globalización. Suena ridículo en una
“aldea global” estar levantando empalizadas para aislar a vecinos, máxime
cuando se los califica también de
hermanos “bolivarianos”.
La última exigencia se refiere al creciente “número de
ciudadanos venezolanos recluidos en las cárceles y en distintos lugares de
jurisdicción policial, injustamente privados de libertad, muchos de ellos por
razones políticas”. En Venezuela hemos inaugurado un siglo y un milenio con
medidas y métodos políticos represivos (criminalizaciones, crueldades, torturas…)
que se creían hechos para tiempos pasados de intolerancia y fanatismo .
Los Obispos venezolanos terminan su documento haciendo una firme profesión de fe y esperanza en Jesucristo,
Señor de la historia En esta perspectiva se comprometen en la construcción de
la unión y de la paz; ofrecen sus “buenos oficios para facilitar el encuentro
entre los contrarios y el entendimiento en la búsqueda de soluciones
efectivas”; invitan a sus hermanos en la fe, a todos los creyentes, a las mujeres
y hombres de buena voluntad, a la oración y al ayuno, como herramientas de
reconciliación con Dios y con el prójimo.
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