miércoles, 20 de julio de 2016

IGLESIA ANTE LA CRISIS


La Conferencia Episcopal ha hecho un pronunciamiento al término al término de su asamblea plenaria de julio. El documento resultante tiene un  título bíblico: El Señor ama al que busca a justicia.

Pudiéramos subrayar en  esta toma de posición tres elementos:  identificación de la causa de la crisis nacional; cuatro exigencias como aportes hacia la solución; oración de compromiso y esperanza.


En primer lugar resulta muy significativa y útil la identificación que hacen los obispos  con respecto a la causa de la grave crisis del país, lo cual formulan en términos breves y claros: “La raíz de los problemas está en la implantación de un proyecto político totalitario, empobrecedor, rentista y centralizador que el Gobierno se empeña en mantener”.  Señalan así  el origen del desastre global que está acabando con Venezuela.  De nada valen  paliativos,  paños calientes, programas altisonantes y decisiones  epidérmicas si no se va a al fondo, a la fuente de los males. La causa de estos reside en el SSXXI, en el Plan de la Patria, en el querer imponer a los venezolanos un socialismo marxista leninista históricamente fracasado en todas partes y abiertamente contrario tanto a un humanismo fundamental como  a la Constitución de la República. Resulta entonces obligante un substancial cambio de rumbo, que va más allá de un simple cambio de gobierno.
En segundo lugar el Episcopado hace cuatro exigencias con carácter de urgencia: Referendo Revocatorio para este año; permiso para entrada de medicamentos; apertura de la frontera colombo-venezolana y liberación de presos políticos.               
Al exigir el Referendo Revocatorio para este año no se está haciendo otra cosa que realizar algo previsto en la Constitución y que en alguna forma ya está andando. En una crisis tan grave como la que experimenta el país, nada más oportuno y  necesario que preguntarle al pueblo, al soberano, qué futuro-destino quiere. Qué le duele y aspira. Al Consejo Nacional Electoral no le queda  otra cosa que ponerse a la orden de quien es la fuente primera del poder político.
Cuando  se plantea al Ejecutivo la urgencia de otorgar el permiso de entrada a medicamentos (y otras ayudas básicas) estamos frente a una exigencia humanitaria  fundamental, ante la cual no se pueden oponer razones de prestigio o de soberanía retórica. Está de por medio la gente de carne y hueso, que se está muriendo y clama por auxilio oportuno. Hay aportes en el exterior listos para ser embarcados y una red nacional de entidades de solidaridad (Caritas y otras) preparadas  para una adecuada distribución.  
La apertura de la frontera  se plantea como requerimiento que asume y supera lo meramente socioeconómico; la frontera ha de interpretarse en perspectiva político-cultural, sobre todo tratándose de países hermanos y en el marco de una  creciente globalización. Suena ridículo en una “aldea global” estar levantando empalizadas para aislar a vecinos, máxime cuando se   los califica también de hermanos  “bolivarianos”.
La última exigencia se refiere al creciente “número de ciudadanos venezolanos recluidos en las cárceles y en distintos lugares de jurisdicción policial, injustamente privados de libertad, muchos de ellos por razones políticas”. En Venezuela hemos inaugurado un siglo y un milenio con medidas y métodos políticos represivos (criminalizaciones, crueldades, torturas…) que se creían hechos para tiempos pasados  de intolerancia y fanatismo .

Los Obispos venezolanos  terminan su documento haciendo una firme  profesión de fe y esperanza en Jesucristo, Señor de la historia En esta perspectiva se comprometen en la construcción de la unión y de la paz; ofrecen sus “buenos oficios para facilitar el encuentro entre los contrarios y el entendimiento en la búsqueda de soluciones efectivas”; invitan a sus hermanos en la fe, a todos los creyentes, a las mujeres y hombres de buena voluntad, a la oración y al ayuno, como herramientas de reconciliación con Dios y con el prójimo.  

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